JUEVES Ť 22 Ť FEBRERO Ť 2001
Adolfo Sánchez Rebolledo
La marcha zapatista
El presidente Fox se ha convertido por la fuerza de las cosas en un activo promotor de la marcha zapatista, incluso contra algunos notables de su propio partido. No es broma. Al conmemorar el Día del Ejército dijo ante los militares que (a la marcha) "hay que respetarla, porque compartimos su objetivo de reivindicación indígena y porque tras ella, tras la marcha, tendrá que lograrse esa paz que hemos ansiado por tanto tiempo".
El Presidente quisiera por interés y convicción personal que el periplo zapatista culminara con la firma de la paz o, cuando menos, con el inicio formal del diálogo. No hay nada que objetar a ese deseo. Sin embargo, el problema, una vez más, son las expectativas exageradas que se están fabricando al vapor, sin ninguna clase de sustento, a no ser el globo mediático lanzado a última hora.
Quisiera equivocarme, pero la idea de convocar a un magno concierto por la paz en Chiapas resulta una iniciativa sospechosa, por decir lo menos, si consideramos la parcialidad con la que al menos una de las televisoras ha cubierto el conflicto desde sus inicios. ƑDe qué se trata? ƑDe cerrar filas en torno al Presidente ante las críticas de otros sectores empresariales, léase la derecha y la Iglesia, que ven con malos ojos el viaje de los insurgentes o, por el contrario, es una apuesta muy bien calculada para orillar a Marcos a negociar incluso si no se cumplen por completo las condiciones exigidas para sentarse a la mesa del diálogo? No lo sé. En todo caso, aun si prevalece la buena fe sobre la manipulación, el error consiste, como bien señala Rigoberta Menchú, en ver a "la marcha zapatista como el fin" y no "como el inicio de un proceso" que aún será largo y sinuoso.
La Paz, así con mayúsculas, requiere poner en juego una enorme dosis de inteligencia y voluntad política de ambas partes, pero el éxito presupone que se ubiquen correctamente los problemas en un nuevo contexto legal y político. Eso es imprescindible. Suponiendo que todo salga bien, sin accidentes imprevisibles, el siguiente paso será llevar a buen término la reforma constitucional, a fin de poner en negro sobre blanco los conceptos básicos aprobados en San Andrés. Y cumplir con esa tarea tampoco será cosa de un día.
La discusión en el Congreso puede ser un hito en nuestra historia democrática, pero sería una irresponsabilidad soberbia suponer que una vez asumida y enviada por el Presidente la iniciativa de la Cocopa, los legisladores se quedarán sin tela de dónde cortar. Verlo así equivale a instalarse en la nostalgia del pasado, cuando el Presidente hacía y deshacía a su antojo en las Cámaras. No se olvide tampoco que la iniciativa de la Cocopa no es la única, pues otras iniciativas están en comisiones, lo cual significa, como dijera el panista Gabriel Jiménez Remus, que no se revocan ni se retiran, pues la única forma de terminar un proceso legislativo es con un dictamen y éste no se ha realizado todavía; la propuesta de Fox, es decir, la de la Cocopa, tendrá que compararse en capítulos decisivos con la formulada por el propio Partido Acción Nacional.
En particular se espera un fuerte intercambio en torno a los temas relativos a la libre determinación de los pueblos, la caracterización del sujeto "pueblos" y el concepto de autonomía en el entramado constitucional. Preocupa la recreación de una legislación que recreara los antiguos "fueros" históricamente superados. Hay objeciones al término "territorio", que no está considerado por el artículo 27, y otras cuestiones, como son el reconocimiento o no de los "sistemas normativos", el alcance de los "usos y costumbres" y un largo etcétera.
Los zapatistas han dicho que quieren expresar directamente sus puntos de vista, lo cual es correcto y necesario. Supongo que ellos esperan del Congreso que éste apruebe una ley lo más cercana a los acuerdos de San Andrés que ellos firmaron. Y eso es lo verdaderamente importante, así se deba hilar fino en materia constitucional, lo cual no estaría mal.
Después de la ley, todavía quedaría un largo trecho que recorrer para la correcta aplicación de los acuerdos de San Andres en materia jurídica e institucional. En consecuencia, la paz será imposible sin crear una situación política nueva que permita avanzar hacia la superación de las condiciones vergonzosas de pobreza extrema en la que viven millones de mexicanos indígenas. Eso es fundamental, sin duda. Se requieren recursos, es evidente, pero el cambio de calidad dependerá de que se reconozca a los propios pueblos indígenas como los sujetos de ese cambio. En el fondo de la cuestión indígena está pendiente el reconocimiento de su autonomía en el marco de un Estado democráticamente reformado. Y de eso se trata.
Crear una nueva relación entre los indios, la sociedad y el Estado es un desafío y una oportunidad que no puede ni debe desperdiciarse.©