MIERCOLES Ť 21 Ť FEBRERO Ť 2001

Ť Carlos Montemayor

Teresa Morán

El pasado 15 de febrero se inauguró en la Universidad de las Américas, en el campus de Puebla, una magnífica exposición de Teresa Morán. Se trata de una retrospectiva importante, que va de 1972 a 2001, y que convendría traer al Distrito Federal. La pintura de Morán es ahora una de las expresiones más notables del arte plástico en México. Notable por la maestría de su dibujo y su composición. Notable por la atmósfera que emanan los objetos y los seres que ella nos descubre en paisajes, en naturalezas muertas, en calles sórdidas, en desnudos femeninos o en una ventana detrás de la cual presentimos una luz y un mundo que es en realidad la luz y el mundo. Tan intensa y viviente es su pintura, que más que contemplarla nos parece estar en ella, ser una presencia más en ella.

Su pintura nos obliga a reconocer las cosas con su contundente volumen y realidad, a recorrer los contornos y sensaciones de la hierba, el vidrio de una ventana, el metal de un automóvil, el mimbre, los bastidores superpuestos en el estudio de un pintor o el desnudo de un cuerpo envuelto en una luz que podría tocarse. Nos obliga a recorrer todos los contornos desde la sombra de lienzos o desde el ruido y el humo de un salón donde las parejas bailan.

La mirada de Brasai en los bajos fondos, el germen fotográfico con que Brasai descubrió caminos asombrosos con imágenes que vivieron antes y después del instante en que las capturó, es sólo uno de los muchos planos en que la realidad nos llama y nos convoca en los lienzos de Teresa Morán. Esa confrontación de planos y realidades provoca sucesivos desdoblamientos de mundos, sucesivos espacios donde el observador se descubre cambiando de sitio, recorriendo no sólo con la vista, sino con la sensación, los planos en los que tiene que resituarse para abarcar desde uno de ellos el otro en que somos parte de la realidad y en que el cuadro mismo se inserta.

Esta riqueza de realidades que se multiplican en su obra es, por otra parte, uno de los ejes primordiales de una gran tradición clásica. No se trata de la ilusión llana de Magritte, cuando inscribe en su cuadro ''Esto no es una pipa", sino de una creación más compleja y sugerente. Me refiero a aquellos recursos que en la literatura y el teatro permiten mirar a la misma obra a partir de otra perspectiva que en ella misma irrumpe. En la Ilíada ocurre cuando Helena está hilando un tejido cuya trama dibuja los combates que están ocurriendo afuera; también, con la descripción del escudo de Aquiles, que posee una escena labrada que podría ser la del mismo aeda que relata la historia entera. En la segunda parte de El Quijote los personajes comienzan a hablar del libro mismo y de lo que les ocurrirá más adelante. En Hamlet, una representación teatral dentro de la obra misma trae a la luz la realidad oculta. En el segundo acto de la ópera Pagliaci, Leoncavallo nos lleva a sentir que la representación de los actores no es una farsa, sino una cruel realidad, y olvidarnos momentáneamente que esa realidad que palpita detrás de la farsa de los payasos forma tan sólo parte de la ''realidad" de la obra general.

De semejante manera, descubrimos ante los cuadros de Teresa Morán que los hombres en una calle son un lienzo apoyado contra otro muro en que a su vez sobresale otro lienzo que quizá tiene como fondo a un siguiente cuadro. Descubrimos que un desnudo femenino está ante un paisaje que sólo es un lienzo dentro del lienzo. Descubrimos que el muro es otro bastidor en que el mar, el cielo, el color, la figura, las cosas, son elementos que exigen una relación cada vez nueva con su espacio.

Este recurso nada significaría si fuera una llana acumulación de planos o de propuestas de planos. La virtud de su arte clásico está en la atmósfera abarcante de cada uno de ellos. Es tan persuasiva la atmósfera que cada plano se expande con su orbe propio. De aquí parte la asombrosa sensorialidad que en su pintura tienen las cosas, los muros, los cuerpos, los espacios, la luz, la oscuridad, el color.

El color, por otra parte, proporciona al dibujo y a la composición una fuerza decisiva. En el color se sustenta la sensorialidad de los cuerpos y los objetos y, sobre todo, la intensidad de la atmósfera. El dominio del color es amplio y profundo, y en ese dominio está el secreto de la atmósfera que nos asombra e incluye.

Varios comentaristas de su obra señalaron en 1967, cuando ella expuso por vez primera, un gran acercamiento con Remedios Varo. Ahora, varias décadas después, podemos distinguir con precisión el perfil de Teresa Morán como otra clásica de la pintura. En Remedios Varo nos asombra la irrupción de otra realidad, de otro mundo. En Teresa Morán nos asombra la realidad y el mundo.