MIERCOLES Ť 21 Ť FEBRERO Ť 2001

Ť A la sombra de tu nombre, nueva obra de la narradora que ya circula en México

Ferré: la literatura emplea el oído interno para revelar sentimientos

Ť La pintura se sirve del ojo para traducir el mundo interior en exterior

Ť Poesía y novela no son géneros opuestos, sino complementarios, sostiene

CESAR GÜEMES

Es una prosista de mundo, con estudios lo mismo en Manhattanville College, en la Universidad de Maryland o en la de Puerto Rico, su país natal; Rosario Ferré ha vivido en México e impartido clase en Estados Unidos. Varios libros avalan su quehacer como prosista y poeta, desde Maldito amor, que recibiera en 1992 el Liberatur Prix de la Feria de Francfort, hasta poemarios como Fábulas de la garza desangrada o volúmenes de ensayo como El árbol y sus sombras o Sitio a Eros. Hoy llega a México su más reciente trabajo, A la sombra de tu nombre (Alfaguara) una colección de escritos en prosa en los cuales analiza el mundo creativo contemporáneo a partir de tres vetas: espacios existenciales, espacios literarios y homenajes.

Pensar y sentir, una simbiosis

-En uno de los textos de su nuevo libro se refiere ampliamente a Elena Garro. ¿Cuáles son sus cercanías con las escritoras mexicanas?, ¿sigue sus avances?

-Elena Garro fue una escritora que tuvo la desgracia de casarse con el escritor más poderoso de México: Octavio ferrePaz. Fue opacada y perturbada por él, porque en los años de su matrimonio todavía la mujer vivía sujeta a la órbita del marido. El poder de Paz era tal que la sacó de quicio y la dejó marcada: no dio la producción que pudo. Quizá por eso encuentro su obra tan conmovedora, y es una de mis escritoras preferidas. Estoy un poco alejada de las escritoras mexicanas de hoy, aunque he leído Como agua para chocolate o Arráncame la vida, dos novelas estupendas. También me gusta la obra de Carmen Boullosa y me hubiese encantado ser autora de Son vacas, somos puercos, novela de piratas que debió escribir una caribeña y no una mexicana. No estoy de acuerdo con los que tildan la literatura de muchas de nosotras como literatura ''ligera", porque aparenta ser fácil y sencillita. Lo fácil es a menudo lo más difícil.

-Incluye varias referencias a pintores contemporáneos, ¿qué diferencias y similitudes encuentra entre escribir sobre personajes de su mismo quehacer profesional a hacerlo sobre quienes se dedican a las artes plásticas?

-La pintura es, como la escritura, un modo de transformar el pensamiento en sentimiento, y de eso es de lo que se trata todo el arte. La pintura emplea el ojo para traducir el mundo interior en exterior, mientras que la literatura emplea el oído interno que todos llevamos dentro para sacar a la luz los sentimientos. En A la sombra de tu nombre hablo de tres pintores que son originalmente de Ponce: Rafael Ríos Rey, Miguel Pou y Elizam Escobar (que no nace en Ponce, pero es de padres ponceños). En cada uno de ellos hay un sentimiento muy distinto de la vida: Ríos Rey fue un fiestero y un teatrero de nacimiento, y sus murales son grandes escenografías rurales y urbanas; Miguel Pou fue un burgués y un místico del paisaje; y Elizam Escobar, preso en la cárcel federal de Atlanta por actos de terrorismo: cada uno de sus cuadros es una afirmación de libertad feroz. Y sin embargo, ante los tres siento la misma conmoción, al percibir cómo pensamiento y sentimiento se hacen uno solo, y me hacen cómplice del artista.

Rencuentro con la patria

-¿Cómo fue su trato con Mario Vargas Llosa mientras él habitó en Puerto Rico?, ¿ya escribía usted?, ¿intercambiaron experiencias narrativas?

-Vargas Llosa dictó dos cursos mientras enseñó en la Universidad de Puerto Rico: Técnica de la novela y La novelística de García Márquez. Ambos fueron muy importantes para mí; el primero porque me entregó un tesoro: las herramientas para construir una novela; y el segundo porque me enseñó que entre los escritores, como en todas partes, también se cuecen habas. Poco después de dictar el curso de García Márquez, Vargas Llosa publicó el libro con las notas del curso, Historia de un deicidio, dedicado a sus estudiantes de Puerto Rico. Este libro se agotó y nunca volvió a salir por razones personales: sus autores se pelearon a puñetazo limpio y Mario le dejó a Gabo un ojo que parecía berenjena. Nunca hicieron las paces, creo que hasta hoy día no las han hecho. Soy dueña de una de las pocas copias de Historia de un deicidio. También recuerdo que, en sus clases, Vargas Llosa era tan estricto que le teníamos terror y le pusimos el mote de El Prusiano.

-Es singular que una narradora natural como usted se haya dedicado también a la poesía. ¿Cómo hace para combinar ambos géneros sin que a la vista perviva uno sobre el otro?

-La poesía y la novela no son géneros opuestos sino complementarios: en realidad, la poesía es la base de todos los géneros de ficción. Sin poesía no hay novela ni cuento, así como sin claridad expositiva no hay ensayo. El novelista parte siempre de lo que Dámaso Alonso llama ''la almendra poética", alrededor de la cual desarrolla su mundo.

-¿Qué le dejó su estancia en México, en los años setenta?, ¿se mexicanizó un tanto su proyecto literario?

-En México me preocuparon figuras y temas muy relacionados con mi vida. Viví luego en Washington, DC, nueve años, y dejé testimonio de ello en algunos poemas de Las dos Venecias. Pero el periodo más fecundo de mi producción ha sido a partir de 1990, cuando regresé a Puerto Rico a vivir y escribí La batalla de las vírgenes, La casa de la laguna, Vecindarios excéntricos y El vuelo del cisne, mi nueva novela. Rencontrarme con mi patria, con ese país que había dejado atrás pero que, como la muerte o la vida, me estaba esperando a la vuelta del camino, fue una experiencia profunda.