MARTES Ť 20 Ť FEBRERO Ť 2001
Ugo Pipitone
Rancho San Cristóbal, Guanajuato
La mayor dificultad consiste en desentrañar debajo de los comunicados oficiales las intenciones reales y los temas de conflicto entre los dos gobiernos. Pero, leyendo con cierto cuidado estos comunicados, es posible encontrar ahí elementos de interés.
Registremos cuatro temas. En primer lugar, los asuntos migratorios. Las declaraciones oficiales anuncian el comienzo de negociaciones a alto nivel entre los dos gobiernos. Que este tema pueda tratarse en el marco del TLC constituye una posibilidad cargada de consecuencias positivas frente a la consabida resistencia de parte estadunidense a tratarlo en este contexto. En la actualidad hay en Estados Unidos más de 7 millones de personas nacidas en México. De éstas, 2 millones son ilegales. No es necesario decir más para entender la importancia del asunto. Añadamos que no estamos frente a una novedad: se calcula que en el siglo XX, 20 por ciento de la población mexicana emigró al país vecino.
En segundo lugar, en el comunicado conjunto leído por los dos secretarios (de Estado y de Relaciones Exteriores) se menciona la voluntad de los dos países de ir hacia una "comunidad económica que beneficie a las zonas menos desarrolladas de la región y a los grupos sociales más vulnerables". Dejemos a un lado la formulación aséptica propia del lenguaje diplomático. El hecho sustantivo es que en este punto parecería anunciarse una posibilidad (y el reconocimiento de una necesidad) de profundización del TLC hacia una "comunidad económica" capaz de diseñar estrategias de cooperación en el combate contra la pobreza y el atraso económico regional. Si esto representa un giro en la posición estadunidense en el sentido del reconocimiento de una profundización del TLC, obviamente es temprano para decirlo. Parecería abrirse aquí la posibilidad de políticas estructurales de bases regionales más allá de los acostumbrados ideologismos sobre el poder taumatúrgico del libre comercio. Esperemos que así sea.
En tercer lugar, quedó de manifiesto el compromiso público de parte del presidente Bush de revisar el proceso de certificación en la lucha contra el narcotráfico, que constituye una evidente espada de Damocles sobre la cabeza de México. Ya veremos.
En cuarto lugar, el comunicado conjunto asienta "nuestro respaldo al establecimiento, lo antes posible, del área de Libre Comercio de las Américas". Y éste es un punctum dolens. Hasta hace poco tiempo atrás, las informaciones periodísticas indicaban una resistencia de parte de México y Brasil a avanzar en el sentido de una zona hemisférica de libre comercio. Parecería colegirse del encuentro del rancho San Cristóbal, que México habría depuesto sus resistencias en este sentido. Si eso se debe a las presiones estadunidenses o a la convicción del gobierno mexicano es difícil decir en estos momentos. El hecho sustantivo es que la gran tarea sigue siendo la de profundizar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y no la de extenderlo con el riesgo de que la profundización regional se vuelva objetivo lejano y de menor jerarquía. Debe evitarse a toda costa que el libre comercio se convierta en una ideología del desarrollo y deje de ser lo que es: una palanca entre otras.
El dato ineludible es que México exporta 90 por ciento de sus productos a Estados Unidos y que de ahí proviene más de 70 por ciento de sus importaciones totales. Cada año, más de 250 millones de personas y más de 80 millones de vehículos cruzan la frontera. Ahí está el reto mayor: transformar la interdependencia en cooperación y solidaridad.
Robert Kaplan señala: "mientras Tucson estrecha sus vínculos con el mundo exterior gracias a la inmigración y a Internet, la distancia entre sus habitantes aumenta cada día que pasa: las casas se construyen cada vez más lejos las unas de las otras y los espacios públicos están vacíos". Quizá lo que vale para Tucson valga en alguna medida para ese país en su conjunto. El deterioro de la dimensión pública de la vida en Estados Unidos es el indicador de la resistencia estadunidense a usar el TLC como instrumento ya no sólo de comercio sino de cooperación y desarrollo conjunto. Sin embargo, reforzar los "espacios públicos" a comienzos del siglo XXI ya no es tarea estrictamente interna, sino que, volens nolens, con el TLC, se convierte en tarea regional. Asumir este reto supone hacer entrar de la ventana aquello que el libre comercio expulsa ideológicamente de la puerta. O sea, la política.