martes Ť 20 Ť febrero Ť 2001

Luis Hernández Navarro

Los ritmos del espejo

El zapatismo se ha convertido en parte de la cultura popular juvenil que, como el rock, es un espejo en el que se reflejan sus inquietudes, ritmos y anhelos. La confluencia de ambos en parte de la juventud urbana es tan estrecha que este género musical ha adquirido una de las dimensiones culturales más vitales del movimiento rebelde.

Se trata de una especie de matrimonio abierto en el que lo político, más que una doctrina o una plataforma organizativa, es una actitud.

Zapatismo y rock comparten entre sí una estructura de sentimiento común: la que nace de la resistencia y la reivindicación de una identidad diferente, la que proviene de una vivencia profunda de exclusión, de disidencia y de afirmación de lo propio ante lo ajeno.

Raperos, darkis, hip hoperos, skatos, metaleros, punks, bib boperos, rastafaris-reggaeros han encontrado en la insurrección indígena lo mismo una causa que un tema para sus rolas. Ellos son, a su manera, una especie de indios metropolitanos que viven la discriminación y se oponen a la invisibilidad. Han generado en sus tocadas, sus bandas, sus modas, sus grafitis y su lenguaje, su propia comunidad. Ven en Marcos un icono de la rebelión de los nuevos tiempos y una explicación convincente --frecuentemente más emotiva que racional-- de su condición.

El conflicto de Chiapas les proporcionó inspiración para componer una nueva épica, alejada tanto de la queja, la introspección y el desamor tradicionales de sus obras, como del destino trágico que alimentó las canciones de protesta del folclorito "venceremos" de los sesenta y setenta.

En la república de la experiencia musical compartida, los inquilinos del mundo subterráneo juvenil se uniforman lo mismo con las camisetas de Bob Marley que con las del Sub.

El fenómeno dista de ser mera mecánica nacional o reducirse a conjuntos caseros. Es un hecho que abarca América y Europa del que son parte bandas del mainstream musical, que no necesitan de la notoriedad de la insurgencia sureña para proyectarse. El grupo Rage Against the Machine, autor del disco The Battle of Los Angeles --considerado por la revista Time como el mejor álbum de 1999-- ha hecho del zapatismo una de sus principales banderas de lucha. Manu Chao --sea como parte de Mano Negra o solista-- ha incorporado la voz de Marcos a sus producciones musicales y ha trabajado permanentemente en la solidaridad con las comunidades en rebeldía. La correspondencia y guiños amistosos entre el Sub y Joaquín Sabina han trascendido a la prensa.

Pero, además de ellos, músicos como Hechos contra el Decoro, Aztlan Undeground, Fermín Muguruza, Los Lobos, Fito Páez, Color Humano, Todos Tus Muertos, Wemen o Radioira, de países como España, Estados Unidos, Argentina, Suiza o Italia se han involucrado en la elaboración de composiciones de abierta inspiración zapatista y en el apoyo y difusión de su lucha. Una parte de su producción solidaria puede escucharse en discos como Detrás de nosotros estamos ustedes, Juntos por Chiapas o Los ritmos del espejo.

Desde su aparición pública, el zapatismo trastocó a la comunidad rockera nacional y produjo en el medio un entorno favorable a los rebeldes.

Los conciertos de solidaridad, la firma de manifiestos, la participación en marchas, la producción de discos, el apoyo económico se han sucedido ininterrumpidamente; son parte de su vida cotidiana.

Los Festivales de Rock por la Paz y la Tolerancia realizados en Ciudad Universitaria, proyectos como el Batallón de los Corazones Rotos, Serpiente Sobre Ruedas o La Bola, el concierto organizado en octubre de 1999 por Zach de la Rosa en el Palacio de los Deportes, y espacios como el Foro Alicia fueron estableciendo un tejido invisible permanente entre jóvenes, intérpretes y zapatistas. Artistas como Rita Guerrero, Santa Sabina, Café Tacuba, La Maldita Vecindad, Panteón Rococó, Tijuana No, o Guillermo Briseño, entre muchos otros, han sumado su obra y su trayectoria profesional al ideario rebelde.

Contra esa historia y esas redes sociales medirán sus fuerzas Televisa y Tv Azteca. Después de años de tratar de achicar la rebelión, ignorándola o deformándola --con excepciones como las de Ricardo Rocha--, tratarán ahora, sincronizándose con la estrategia del presidente Fox, de empequeñecerla patrocinando un concierto en el Estadio Azteca. Procurarán contrarrestar el impacto de la caravana zapatista y generar un clima social que haga aparecer a los rebeldes como intransigentes por negarse a firmar la paz sin haber resuelto las causas que originaron la guerra. Contarán con Maná, un grupo muy popular entre los sectores medios, que se ha solidarizado con las víctimas de Acteal y con demandas ambientalistas.

De qué cuero salen más correas, está aún por verse. En la disputa por las percepciones comunes la apuesta de las televisoras puede resultarle contraproducente: el espejo en el que se ha convertido el pasamontañas zapatista puede terminar reflejando la realidad de una guerra innombrable y el rostro verdadero de los monopolios del entretenimiento y de la información electrónica.