LUNES Ť 19 Ť FEBRERO Ť 2001
Vilma Fuentes
Nostalgia de Chiapas
Elva Macías posee la magia de hacer viajar. Con su poesía que nos devuelve a un tiempo más antiguo y sereno, con su voz que deja brotar un vago y pausado acento del sureste de México, con la mirada de sus grandes ojos donde asoman torrentes, hundideros, ríos y bosques de Chiapas, con sus cinco libros de poemas y adivinanzas para niños (Santillana).
Esta semana, en pleno París, en uno de esos impersonales y modernos auditorios de la UNESCO, de los cuales parece haber sido desterrada cualquier traza poética, Elva Macías, autora de Ciudad contra el cielo, volumen de poemas que mereció el Premio Carlos Pellicer, me llevó a un recorrido por Campeche, Chiapas, Quintana Roo, Tabasco, Veracruz y Yucatán, durante la presentación de un magnífico libro titulado Agua, barro y fuego, la gastronomía mexicana del sur.
Sin necesidad de avión, en el tapiz volante de sus palabras, me hizo atravesar en unos segundos el Atlántico para aterrizar en los Altos de Chiapas y emprender el paseo entre los aromas y sabores de la apetitosa cocina del sur que parecen brotar, reales y olorosas, de las fotografías de Ignacio Urquiza.
El viaje no fue sólo en el espacio, fue también en el tiempo, durante la lectura posterior de Agua, barro y fuego: de los textos que presentan a cada estado, escritos por Elva Macías y Claudia Hernández de Valle-Arizpe, y de las recetas reunidas. ƑCómo no soñar y hundirse en otros tiempos cuando se leen los párrafos siguientes en la documentada descripción de Chiapas que hace la poeta Elva Macías?
"Desde épocas prehispánicas, el Soconusco fue considerado productor del mejor cacao. Thomas Gage, cura y espía inglés que recorrió el sureste a principios del siglo XVII, dice de las damas chiapanecas de Ciudad Real:
"'Las mujeres de esa ciudad se quejan constantemente de una flaqueza de estómago tan grande, que no podrían acabar una misa rezada y mucho menos la misa mayor y el sermón, sin tomar una jícara de chocolate bien caliente y alguna tacilla de conserva o almíbar para fortalecerse. Con este fin acostumbran sus criadas a llevarle el chocolate a la iglesia en mitad de la misa o el sermón, lo que nunca se verificaba sin causar confusión y sin interrumpir a los sacerdotes y predicadores'.
"El obispo que prohibió a las damas esta práctica poco piadosa fue envenenado precisamente con una jarra de chocolate que, de paso, causó también la muerte de su criado."
Pero zihuamonte o pipián de venado, sopa de lima, colitas de langosta en salsa de chile xcatic, pan de cazón campechano, enchiladas tabasqueñas, huachinango a la veracruzana, mojarra tachogobi o cochinita pibil me llevaron a una época que, si data de apenas treinta años, hoy me parece más lejana que la colonial o la prehispánica -las poetas Elva y Claudia exponen en sus textos lo que de la cocina actual pertenece a la tradición maya y a otras civilizaciones precolombinas.
Debe haber sido 1969 cuando visité por vez primera Tabasco y Campeche. Fue un viaje dichoso, lleno de sorpresas y revelaciones. Descubrí algunos de los exquisitos platos de esos lugares y me impregné para siempre de la gama de sabrosos olores de sus mercados. Volví sola dos años después durante un descenso a los infiernos. Vi todo distinto: los paisajes no eran los mismos, las pirámides habían cambiado, el cielo mismo no se parecía al cielo que había visto dos años antes. Dejé atrás Tabasco y Campeche. En Mérida, a pesar de lo que me esperaba a mi regreso a México, volví a sentir, si no la dicha, al menos la serenidad. Ahí comencé la escritura de una novela, Rey Lopitos, que sólo ahora termino, después de una interrupción de treinta años. La novela aparecerá traducida al francés en Canadá la próxima semana bajo el título muy francés de King Lopitos.
A pesar de la desesperación que viví entonces, y de la cual creí no recuperarme, hoy sólo recuerdo la fuerza de los aromas y los sabores, las canciones, el calor, Uxmal, el venado con frijol negro. De la tristeza de entonces no queda nada y mi memoria debe forzarse cuando trato de explicarme por qué sufrí. Así, cuando abrí Agua, barro y fuego, me sentí envuelta en aquellos aromas, se me hizo agua la boca al pensar en la gastronomía del sur, volví a ver mi mano escribiendo líneas que nunca formarían parte de Rey Lopitos y pensé que la memoria del cuerpo es más duradera que la de los sentimientos.