LUNES Ť 19 Ť FEBRERO Ť 2001
Hermann Bellinghausen
Timón de palo
La espuma encresta el agua que deja atrás la panga, forma figuras que se agitan y desintegran rápido sobre la oscura superficie del río Barranco. Partes tiene que ni su madre lo cruza, y partes, como ésta, donde es posible.
Qué es una panga si no un puente que empieza y termina en sí mismo, sin aire que lo separe del río, fragmento de puente que se impone a la deriva.
Estamos no lejos de la costa, por eso el torrente es tumulto tan espeso, más agitado de lo que parece. Próximo al delta, es río de ríos, ya sumó afluentes, vena que se ensancha camino al corazón del mar.
-Oye, negro, Ƒno puede ir más aprisa tu mugrosa lancha?
Aunque el tipo apunta, sin mucha convicción, con una pistola, Valerio ni siquiera le echa un vistazo. Maniobra el timón de palo y traga saliva por toda respuesta. De dónde sacan estos tres valor para ponerse tan prepotentes, si a la legua se les nota que huyen.
A través del vidrio de la caseta donde jugaba ajedrez con el vigía, Valerio había visto aproximarse por la carretera, que allí desemboca en estacionamiento, un Spirit gris que frenó bruscamente. Dos hombres agitados, haciendo señales, se dirigieron a la panga. Otro, el de la pistola, un hombre pequeño, empujó la puerta de la caseta e interrumpió la partida.
-ƑQuién es aquí el que cruza?
Midiendo qué tanto debía preocuparse, Valerio dijo:
-ƑQué se le ofrece?
-Queremos un viaje en este instante.
Las corridas son cada dos horas, todo mundo lo sabe, allí está el letrero, y apenas hacía un rato regresó Valerio de la última. El hombrecito de la pistola no parecía en condiciones de soportar una respuesta del tipo de "falta hora y media, espere allá afuera". Acostumbrado a lo irremediable casi que por oficio, Valerio se incorporó, pasó frente al hombrecito y dijo:
-Vamos pues. Nomás no me apunte esa cosa, caballero. Si fuera tan gentil.
El hombrecito corrió hacia el embarcadero donde sus acompañantes, dos forzudos de chamarra negra, volteaban temerosos a los lados y miraban en dirección a la carretera. Saltaron a la panga. Muy forzudos serían, pero no más ágiles que un costal de papas. Valerio desamarró él mismo, a esas horas no hay chalán disponible, y con las dos estaciones de su salto despegó la barca del muelle.
-No porque me apunte con esa mugre la panga va a ir más rápido -dice Valerio, distraído en las figuras de la espuma.
Dos patrullas llegan a la caseta, se estacionan junto al Spirit gris, y los policías se ponen a disparar a la panga, que no ha alcanzado la mitad del río. El hombrecito responde a los disparos con disparos. Valerio trinca el timón de palo con una estaca, apaga el interruptor de la máquina, se tira sobre cubierta, a rastras alcanza y agarra la llanta salvavidas y se deja rodar por la borda.
La inquietud de los tres sujetos que se alejan en la panga alcanza un paroxismo cuando descubren la cabecita del timonel allá en la espuma. Valerio mira sobre el hombro una fracción de segundo, corrobora que no le apuntan, ve caer herido a uno de los forzudos.
Al río Barranco le quedan dos pastosos kilómetros antes de la caída de Toranzo, donde no se recomienda navegar, y menos nadar. Valerio sabe que tiene tiempo de sobra, bracea con ritmo de regreso a la ribera, río abajo. Deja de oír los disparos, absorto en las formas que se disipan, llevado por la espuma.
Ya tendrá tiempo de pedir a los pescadores de La Tina que le empresten una "flecha" con motor fuera de borda para arrastrar la panga río arriba. Según calcula, encallará en los manglares del Sandiyar.
Cuando la policía lo interrogue, que fastidio, al menos le informarán quienes eran los malandrines en fuga. Piensa en el hombrecito. ƑSabrá nadar? Le va a hacer falta, a menos que le peguen un tiro y ya no importe.
Valerio suelta la llanta, que nada más le estorba. Como su nombre indica, el río le vale, es su casa, su cama, su territorio de agua, su camino. Las estrellas, la luna nueva, todo cabe aquí. Que se cuiden del agua los tarugos que secuestraron la panga. También, no son modos. De solicitar el servicio por las buenas, hasta no le hubiera importado suspender a punto de jaque la partida con el vigía. A decir verdad, el hombrecito nervioso y sus guardaespaldas era unos plomos. Pobres diablos.
Valerio se atritona y concentra hasta salir de la espuma.