lunes Ť 19 Ť febrero Ť 2001

Rolando Cordera Campos

Dos naciones, Ƒuna historia?

A todo lo largo de su historia, las relaciones entre Estados Unidos y México han sido cruzadas por las diferencias de sus respectivos proyectos nacionales. De un lado, el proyecto de gran nación y potencia, de la presidencia imperial que dijese Schlesinger. De otro, un obligado proyecto de sobrevivencia, primero de la nación misma y luego del país como nación soberana.

Llegamos al tercer milenio y ambos proyectos siguen en pie. Los del norte viven al fin la soledad hegemónica y buscan nuevos rivales y enemigos para afianzar cohesión y solidez política, dentro de las coordenadas que les son propias y que por fuerza son ya planetarias. Nosotros, habiendo dado muestras mil de nuestra capacidad para vivir en y superar la adversidad, seguimos en la dura brecha del desarrollo y la afirmación nacional, ambos más esquivos que nunca, a pesar de lo alcanzado y aguantado en los últimos duros lustros de nuestro fin de siglo y ciclo.

Sin duda, el cruce de proyectos no se da en un solo plano. Sus convergencias han sido múltiples, hasta llevarnos a la coyuntura actual, determinada por la fiebre globalizadora, pero también por la intervención de las voluntades políticas que se han dirigido, en sorprendente sintonía, a entender la frontera de otra manera que como herida o llaga. En el extremo, los dichos que han hecho época sobre esta historia binacional han cambiado de signo.

En el pasado, lo nuestro se decía así: "pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos". O bien, "entre México y Estados Unidos, el desierto". Hoy, sobre todo si se atiende a las versiones paranoicas que no son una minoría insignificante en la tierra de Lincoln, más bien parece que es a la sociedad blanca de Norteamérica a la que le gustaría tener al desierto en medio de los dos países.

El acercamiento ha sido real y parece irreversible. Sellado por el comercio y los compromisos para hacerlo libre, aceitado por la inversión de las multinacionales, el intercambio se multiplica y rebasa mano de obra y mercancías y negocios, para volverse experiencia cultural cotidiana para millones en ambos flancos. Tanto, que la pregunta por la necesidad de la nación, sus recursos, resortes y símbolos, ha vuelto a hacerse en más de un cenáculo de sabios y elegantes de los trópicos.

El encuentro cercano del viernes pasado, recoge el Espíritu de Houston, que el presidente Salinas llevó a la negociación de la deuda y luego al TLC. Pero también tiene que admitir como antecedente obligado al rescate financiero gigantesco que el presidente Clinton llevó a cabo en 1995, por encima de la opinión de su Congreso, pero en plena congruencia con lo que antes había hecho, al cambiar de opinión a la luz del día y dar su apoyo a la firma del TLC.

Es un hecho que la relación comercial es ya portentosa y que lo más probable es que crezca mucho más. Convertirnos en el primer socio comercial de Estados Unidos ha dejado de ser una quimera y en su momento tendrá implicaciones formidables para ambos países. Sin embargo, es un hecho también que la intensidad del intercambio económico no ha traído consigo una efectiva y creciente cooperación económica y cultural de largo plazo y visión, articulada por el objetivo de nivelar la mesa del comercio y las finanzas binacionales.

Hoy, sobre todo después del largo auge estadunidense, la diferencia entre nuestros ingresos y los de ellos es mayor que lo que era en los años setenta, cuando todavía vivíamos de las glorias del milagro mexicano.

En San Cristóbal se emitirá un mensaje principal que dirá que "todos estamos contentos" y que estaremos más a partir de la entrevista del cambio. Pero como todo en la vida, y en las películas, en este aspecto fundamental de la nuestra como país, es en los detalles donde están el diablo y dios en perpetua pugna.

Bush y Cheney han venido a conocer y reconocer químicas personales, pero también a hablar de negocios, o a empezar a hacerlo. Y cuando ambos apellidos, juntos o separados, hablan de comercio, inversión y ganancias, siempre empiezan y terminan con el petróleo. Saben de eso y saben mirarlo con ojos de beneficios, pero también de estrategia global y regional. Para decirlo pronto: they mean business... y aquí no nos sabemos ni la Ley Orgánica.