lunes Ť 19 Ť febrero Ť 2001

Carlos Fazio

Destino maquilador

El encuentro de los presidentes George W. Bush y Vicente Fox en Guanajuato parece confirmar el pronóstico sobre el papel subordinado que la Casa Blanca le ha asignado a México en el hemisferio americano. Vía el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y el Plan Puebla-Panamá, el "amigo" Fox será el caballo de Troya de Washington y Wall Street en la nueva era de las relaciones hegemónicas de Estados Unidos con América Latina.

Desde hace una década, tras la imposición de los regímenes neoliberales, la combinación de "mercados libres" y elecciones transformó a la región en un "mercado emergente", donde los inversionistas, hombres de negocios y las corporaciones multinacionales con casa matriz en Estados Unidos, han obtenido altas tasas de beneficios sin precedentes. Dicho proceso fue acompañado con el surgimiento de una elite de multimillonarios latinoamericanos, una nueva clase de capitalistas trasnacionales con acceso al capital extranjero y aliados de las corporaciones multinacionales, que supo combinar la acumulación normal de capital y el boom especulativo provocado por la liberalización financiera con la compra de empresas públicas a "precios políticos" durante las privatizaciones, los sobornos, la corrupción y otras "ventajas" que garantiza a las clases dominantes el nuevo Estado interventor --Noam Chomsky lo llama "Estado-niñera"--, como los préstamos subsidiados y los mercados monopolizados.

Los capitalistas trasnacionales --tipo Alfonso Romo, Carlos Slim y Lorenzo Zambrano, tres infaltables en las listas de supermillonarios de Forbes, ahora en la conducción de Pemex en la última fase hacia su privatización-- son el vínculo vital entre el eje Washington/Wall Street, la penetración en los mercados latinoamericanos y el Estado, y la explotación del trabajo y los recursos. Junto con sus amaestrados economistas y los propagandistas asalariados de los medios de comunicación masiva, esta lumpen burguesía, discípula ejemplar y socia interesada de la banca acreedora, integra el coro del llamado Consenso de Washington o reinado del régimen de libre mercado neoliberal. Fieles ejecutores de las políticas diseñadas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional --previamente aprobadas por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos de común acuerdo con las necesidades e intereses financieros y empresariales privados--, estos administradores vernáculos del poder imperial asumieron la tarea de convertir a América Latina en una rampa de lanzamiento para "globalizar" la ideología y políticas de libre mercado (la expresión de la hegemonía USA) al resto del Tercer Mundo.

Miembros de esta clase trasnacional pusieron a Vicente Fox a administrar un changarro llamado México, para que de manera autoritaria siga garantizando la libre acumulación de capital al margen de cualquier tipo de regulación democrática. En la actual fase imperial, la democracia latinoamericana --México no es la excepción-- ha sido un asunto de elites, que eligen a puertas cerradas funcionarios de absoluta confianza de Washington y Wall Street.

Se trata de una democracia vacía de contenido, sustentada en la socorrida retórica de hablar para el pueblo y trabajar para los ricos, que no excluye posiciones neoanexionistas, como la que subyace en el "espíritu integracionista" de Fox al impulsar un mercado común energético con Estados Unidos y Canadá, viejo sueño geoestratégico de Washington, remozado en 1973 cuando Estados Unidos exhibió su vulnerabilidad petrolera y que dio origen al Tratado de Libre Comercio.

Al calor de lo que John Saxe-Fernández llama el "globalismo pop", las transformaciones que se están generando en las principales actividades económicas del país (industria petrolera, ferroviaria, eléctrica, portuaria, aeroportuaria, satelital, minería, materiales radioactivos) ofrecen claras evidencias de que la "globalización" de México por medio del TLC conlleva una "inserción de corte colonial" del mercado, la economía y los recursos naturales estratégicos de la nación en la gran estrategia estadunidense por lograr competitividad frente a las otras dos "macrorregiones" conformadas por Europa y Asia.

Para el gabinete de 200 millones de dólares que encabeza George W. Bush, con personajes vinculados directamente al sector financiero y a las industrias energética y farmacéutica, el control, administración y usufructo del petróleo y gas natural mexicanos, por medio de su traspaso a los grandes consorcios estadunidenses del ramo y sus prestanombres locales --a lo que se sumarán en breve la electricidad, el agua y la biodiversidad--, son una pieza central en la arquitectura de regionalización de América del Norte, cuya frontera ha sido extendida hasta Panamá.

Más allá de la palabrería triunfalista y la letanía sobre la democracia y el libre mercado reiterada por Bush en el rancho San Cristóbal, el nuevo jefe de la Casa Blanca no se apartará de la política de sus antecesores Reagan, Bush padre y Clinton, que consiste en buscar con determinación expandir las oportunidades de los inversionistas de "exportar empleos". Cuando el presidente Bush padre partió a Japón acompañado por Lee Iacocca y un séquito de ejecutivos de empresas automotoras, su slogan fue: "empleos, empleos, em-pleos". Durante su administración, el desempleo y el subempleo ascendieron a 17 millones en Estados Unidos; su verdadera intención fue crear las condiciones para exportar empleos, por lo que siguió apoyando el desmembramiento de los sindicatos y la declinación del salario real. En su discurso orwelliano, "empleo" fue sinónimo de "utilidades". Idéntica fórmula será la que rija al ALCA impulsado por Bush hijo, y la que oculta la política del "changarrismo social" de Fox que, de la mano del Plan Puebla-Panamá, con eje en la superexplotación de la mano de obra barata maya, consolidará el destino de México como país maquilador. Ť