D0MINGO Ť 18 Ť FEBRERO Ť 2001
Ť Carlos Bonfil
El tigre y el dragón
Para vislumbrar la riqueza expresiva de El tigre y el dragón (Crouching tiger, hidden dragon), de Ang Lee, director taiwanés radicado en Estados Unidos, habría que imaginar a una heroína de Jane Austen, una protagonista, por ejemplo, de Sensatez y sentimientos (Sense and sensibility, Lee, 1995), transportada a la China de la dinastía Qing (principios del siglo XIX), donde fuera una joven aristócrata contrariada por el matrimonio arreglado que sus padres le reservan; verla luego expresando sus deseos de emancipación y su rebeldía ante el autoritarismo patriarcal, con su increíble destreza en el manejo de la espada. A partir de una novela en cuatro tomos de Wang Du Lu, autor chino de principios del siglo XX, y con un guión de James Schamus, habitual colaborador del cineasta, Ang Lee ofrece la inesperada fábula de una afirmación femenina en un medio feudal. Luego de robar, como forajido embozado y andrógino, una mítica espada llamada "Destino Verde", la hermosa Jen (Zhang Zi Yi) tendrá que enfrentarse a una pareja de guerreros profesionales, Li Mu Bai (Chow Yun-Fat, protagonista de Ana y el Rey), y Yu Shu Lien (una formidable Michelle Yeoh). Una trama secundaria presenta paralelamente el desafío de Jen a un bandolero que le ha robado su peine, y a quien persigue, combate y seduce en los desiertos cercanos a Xinjiang. El conquistador asediado es Lo (Chang Chen, protagonista de Happy together, de Wong Kar-Wai).
El cortejo agresivo y sensual de la joven pareja contrasta poderosamente con el pudor y silencio que recubren los ánimos de otra pareja madura, la de los guerreros deseosos de recuperar la espada mágica y saldar una deuda de honor como trámite previo a su realización amorosa. Un esquema de novela de caballería y enredos cortesanos que el director Ang Lee enriquece y dinamita al incorporarlo festivamente a un género a menudo despreciado: el cine de las artes marciales. ƑCómo no sorprenderse de la habilidad con la que Lee consigue interesar al espectador en una trama sentimental a cuatro voces, de corte casi victoriano, y al mismo tiempo fascinarlo con una poesía visual que es celebración constante del movimiento y la energía en espléndidas coreografías guerreras? Ang Lee maneja con maestría combinatoria los géneros del drama amoroso y de las artes marciales, confiere cartas de nobleza al cine de entretenimiento, y despoja de cualquier asomo de cursilería a historias de amor súbitamente revigorizadas. Un género masculino por excelencia tiene como exponentes centrales a mujeres dueñas de un ambiguo poder de fascinación. Una mención aparte merece una maléfica criatura de los bosques, maestra de Jen, la aguerrida "zorra" Jade Fox (Cheng Pei-Pei, estrella de clásicas películas marciales).
Son múltiples las sorpresas que reserva Ang Lee. Muy pronto da inicio la formidable coreografía de Yuen Woo-Ping, quien previamente hiciera volar a Keanu Reeves en Matrix (Wachowski, 1999). Los espadachines trepan felinamente los muros, se enfrentan en el aire, saltan de una barda a otra, realizan espectaculares evoluciones aéreas. De una secuencia a otra las variaciones guerreras se vuelven más asombrosas, hasta llegar al clímax de un duelo a puerta cerrada con una gran elección de armas. Hay además un momento de lirismo exacerbado: una pareja de guerreros se persigue entre el follaje, trepa los árboles, mantiene el equilibrio sobre finas ramas, y acto seguido se les ve balanceándose entre las hojas, combatiendo suspendidos en el aire, como una insólita revelación de la naturaleza. En los festivales de cine el público ha aplaudido de pie esta destreza técnica, esta combinación de efectos digitales e intuición artística. The New York Times no ha escatimado sus elogios: "Una épica que desafía las leyes de la gravedad".
De igual manera se ha difundido la versión de que muchas escenas "imposibles", atribuibles a la digitalización y a los efectos especiales, fueron en realidad ensayadas y resueltas por los propios actores. Un enigma más para el espectador que después de una cinta semejante parece dispuesto a creerlo todo. Lo indudable, sin embargo, es el talento desbordante del director de El banquete de bodas y Paseo con el diablo, su irreverente juego con los géneros cinematográficos -el western, el drama y las artes marciales- y, no menos importante, su exaltación simultánea del movimiento armónico y de la calma espiritual de sus personajes. La experiencia visual es memorable.