SABADO Ť 17 Ť FEBRERO Ť 2001
Ť Juan Arturo Brennan
Una trompeta sublime
Cannes, Francia. Como complemento de las actividades dedicadas estrictamente al comercio discográfico a granel, el comité organizador del MIDEM (Mercado Internacional del Disco y las Ediciones Musicales) suele ofrecer una serie numerosa y variada de conciertos de toda clase de música. Los que son considerados estelares se realizan en el escenario principal del Palacio de los Festivales, la Sala Debussy. Otros tienen lugar en espacios menores del propio recinto y algunos más, menos relevantes, se programan en sitios diversos de Cannes.
Guiado más por instinto que por conocimiento de causa, una fría noche del pasado enero caminé hasta un pequeño templo situado en la Rue de Notre Dame, para asistir a un recital ofrecido por David Guerrier. Si me hubiera cruzado en cualquier esquina de Cannes con este joven francés, moreno, alto y desgarbado, podría haberlo imaginado de camino a jugar futbol en alguna cancha cercana. En cambio, me lo encontré en el improvisado escenario del templo, trompeta en mano, ofreciendo un recital complejo y exigente, acompañado al piano por la joven pianista Florence Boissolle.
La obra más importante interpretada esa noche por Guerrier fue el Concierto para trompeta de Johann Nepomuk Hummel, una de las piezas indispensables del repertorio. Desde los primeros compases de la parte solista, surgió de la trompeta de David Guerrier un sonido que sólo se me ocurre describir (a riesgo de la cursilería involuntaria) como el más fino y lujoso terciopelo. Ataques seguros e infalibles, un fraseo de una lógica musical impecable, digitación clara y precisa, sonido redondo, pleno y generoso, aplomo escénico de una madurez inesperada.
Después de exhibir estas y otras cualidades en la obra de Hummel, el trompetista francés abordó sendas piezas de Böhme, Enesco, Brant y Goedicke, partituras diseñadas específicamente para la exploración virtuosística de las capacidades del instrumento y el intérprete.
En esas piezas, Guerrier mostró una faceta que no es fácil encontrar en las interpretaciones usuales de este tipo de repertorio. Me refiero a una sorprendente intuición para dar un significado musical real a ciertos pasajes que en ejecuciones menos inteligentes no pasan de ser mera pirotecnia para labios y dedos hábiles, exhibicionismo desprovisto de contexto. Aquí, Guerrier dejó bien claro el hecho de que entiende a la perfección de dónde viene y a dónde va cada frase musical, por más compleja y ardua que sea su ejecución. Y todo ello, sin perder por un momento la belleza del sonido de su trompeta.
Además, el joven trompetista francés se mostró igualmente hábil y seguro en le ejecución de trompetas de distintas tesituras y del dúctil y cálido cornet. En su interpretación de la parte final de la Leyenda de Georges Enesco, aplicó la misma sobresaliente calidad de sonido al empleo de la sordina Harmon, lo cual hace pensar que, de proponérselo, Guerrier podría se también un sólido trompetista de jazz.
Ante esta soberbia muestra de talento y musicalidad, es posible suponer que con el correr del tiempo David Guerrier pasará a formar parte del numeroso y espléndido panteón de trompetistas franceses, presidido por ejecutantes de la talla de Maurice André, Guy Touvron, Roger Delmotte, Thierry Caens, Bernard Soustrot y tantos otros que han creado en Francia el más notable linaje de este instrumento. Para su fortuna (y la nuestra) David Guerrier tiene tiempo más que suficiente para llegar a ese nivel. Tiene apenas 16 años y acaba de ganar la más prestigiosa competencia de trompeta en el mundo, el Concurso Maurice André.
Por su edad y el alto nivel de su técnica y expresividad, David Guerrier trae a la memoria la figura de otro joven y talentoso trompetista, el ruso Sergei Nakariakov. A riesgo de hacer un juicio quizá prematuro, me atrevo a afirmar que a su corta edad Guerrier aventaja a Nakariakov en esa ambigua pero relevante área del trabajo de interpretación musical que es el buen gusto, reflejado tanto en el repertorio como en el estilo de ejecución. Es un deleite el mero hecho de imaginar cómo va a sonar la trompeta de David Guerrier dentro de diez o quince años.