viernes Ť 16 Ť febrero Ť 2001
Marta Lamas
Los valores de la diversidad sexual
Hoy, en nuestro país, conviven aspiraciones de pluralidad con intensos odios y desprecios hacia un sector de conciudadanos con prácticas sexuales distintas de las enmarcadas por la moral tradicional y las "buenas costumbres". Las medidas represivas, las agresiones salvajes, las sutiles discriminaciones y las violaciones a los derechos de muchas mexicanas y mexicanos cuyo único "delito" es no ajustarse a la norma sexual dominante, se han nutrido de un temor irracional llamado homofobia (fobia al igual). Además del universal miedo a la diferencia, la brutal ignorancia en torno a la sexualidad permite la persistencia de un discurso que, sin el menor fundamento científico, habla de sexo "natural" y de sexo "antinatural".
Los valores sexuales tradicionales, que encubren profundas formas de discriminación y marginación, vinculan sexualidad con reproducción y condenan la búsqueda de placer. Las actuales informaciones psíquicas y culturales sobre la construcción del sujeto integran la concepción freudiana de la libido como polimorfa, lo que quiere decir que nuestro deseo se desparrama en mil formas y se vierte fuera de los cauces previstos para la reproducción. O sea, el deseo humano no tiene más límite que el que la cultura logra imponerle, y existen básicamente dos cuerpos en los que encauzar la pasión, por eso hay dos formas de estructuración psíquica -heterosexualidad y homosexualidad- y también por eso existe la práctica de la bisexualidad.
La concepción tradicional se basa en suponer que la complementariedad biológica de los sexos para la reproducción se da también en el terreno de la sexualidad. De ahí que a ciertas prácticas sexuales se les adjudique una connotación inmoral. Pero todas las investigaciones sobre sexualidad humana ofrecen datos incuestionables sobre cómo la cultura moldea y marca la sexualidad humana, y cómo los seres humanos le otorgan significados simbólicos a sus prácticas sexuales.
Las prácticas sexuales son, al fin de cuentas, cierto uso de los orificios y de los órganos corporales, y se clasifican en aceptables o inaceptables dependiendo de la cultura que se trate. Quienes ejercen el poder simbólico -desde los chamanes hasta los sacerdotes- han dictaminado qué prácticas son "buenas" o "malas", "naturales" o "antinaturales", "decentes" o "indecentes".
Si lo que vuelve respetables o no a esos usos del cuerpo son esas valoraciones que histórica y culturalmente se les han adjudicado y no una esencia intrínseca, Ƒcómo plantear una ética sexual que reconozca la legitimidad de la gran diversidad de prácticas sexuales que existen en el amplio espacio social, pero que distinga las manifestaciones negativas?
La modernidad instaura una interacción distinta entre deseo y ética. Al no poder fijar un imperativo moral a partir de un supuesto orden "natural", hay que pasar entonces a analizar el contenido de la relación sexual. Así, lo definitorio con relación a si el acto sexual es o no ético radica no en un determinado uso de los orificios y los órganos corporales, sino en la relación de mutuo acuerdo y de responsabilidad de las personas involucradas.
Desde esta perspectiva, cualquier intercambio donde haya verdaderamente autodeterminación y responsabilidad mutua es ético. Por eso un valor de suma importancia es el consentimiento, definido como la facultad que tienen las personas adultas, con ciertas capacidades mentales y físicas, de decidir su vida sexual. La existencia de un desnivel notable de poder, de maduración, de capacidad física o mental imposibilita que se lleve a cabo un verdadero consentimiento. En el caso de un menor de edad, o de una persona con gran discapacidad física o mental, hay grave riesgo de que no exista la posibilidad de consentir.
Para construir una sociedad incluyente donde ninguna persona sea discriminada, perseguida u hostigada por sus prácticas sexuales se requiere eliminar las clasificaciones arcaicas y artificiales sobre el uso de órganos y orificios y, en vez, defender el carácter ético del intercambio sexual. Mientras se lleven a cabo de manera responsable, consensuada y entre personas adultas, las prácticas sexuales no deben ser motivo de estigmatización ni discriminación alguna.