jueves Ť 15 Ť febrero Ť 2001

Soledad Loaeza

Avándaro Chiapas

En la elegante calle de St. James en Londres, a unos pasos de una lujosa tienda de puros Davidoff se encuentra un bar-restaurante de dos pisos, que tal vez fue decorado por el arquitecto de moda Phillip Starck. El lugar se llama "Che", nombre que se anuncia con una caligrafía idéntica a la de Ernesto Guevara, puntuada con una gran estrella roja. Para la obvia evocación sólo falta la atractiva fotografía del Che Guevara portando la boina del guerrillero, presidiendo la barra de acero inoxidable. Los menores de 25 años que por ahí circulan al ver el anuncio pensarán en algún rockero-rumbero de los sesenta; pero para quienes provenimos de esos tiempos la imagen no deja de ser un sobrecogedor recordatorio de que el mercado trivializa todo lo que toca. Hay muchas señales de que el subcomandante Marcos y los zapatistas han caído en esa trampa, con el agravante de que ellos mismos se colocaron en el cruce entre el mercado y los medios, a diferencia del Che, que no pudo evitar que más de un vivo explotara comercialmente su recuerdo para hacerse rico. La estrategia publicitaria de Marcos fue exitosa durante un rato, pero ahora puede acabar con él y con su causa.

El concierto por Chiapas en el estadio Azteca que están organizando las dos grandes televisoras comerciales puede lograr en tres semanas y a su modo, lo que siete años de leyes, comisionados, tácticas políticas y militares no han conseguido: reducir el zapatismo de Marcos a la expresión amable de un problema familiar que es también parte del paisaje. Es muy probable que los mejores sentimientos hayan movido a Emilio Azcárraga y a Ricardo Salinas. Sin embargo, también algo hay de marketing en la propuesta, sobre todo si se mira a la luz de las protestas, dudas y críticas que se han alzado en los últimos meses a propósito de la responsabilidad social y política de los medios. El concierto reunirá recursos que aliviarán algunas de las necesidades de Chiapas; pero también es un buen golpe de opinión pública para las televisoras que han incurrido en políticas editoriales amarillistas, que día con día violan concienzudamente las fronteras del buen gusto y pretenden justificar la vulgaridad de sus emisiones con la frase paradigmática del mercader: "Es lo que a la gente le gusta".

Si acaso el subcomandante Marcos aspiraba a que la marcha a la capital de la República fuera el disparador de un momentum revolucionario, que muchos extrañan en esta época de derrotas del PRI, tendrá que buscar otro camino. El estadio Azteca es menos apto que la Cámara de Diputados para representar a la Bastilla o el Palacio de Invierno; sin embargo, es ahí donde serán más fuertes los latidos del corazón de los mexicanos movilizados de esta manera por la causa chiapaneca.

Ahora cualquier propuesta de utopía tendrá que competir con la atmósfera festiva y guapachosa que cinco horas de show de Maná y Jaguares habrán dejado en el alma de la sacrosanta y mojigata sociedad civil convertida en satánica sociedad de consumo. Los integrantes de estos grupos musicales se sumarán al concurso de popularidad que lleva semanas entre el presidente Fox y el subcomandante Marcos, y el 5 de marzo mostrarán al mundo su "carisma" haciendo cantar y bailar a la gente. Los conductores del evento entrarán de manera inevitable a esta lista. Habrá encuestas de entrada y de salida, aplausómetros, camisetas, gorras beisboleras, vasos térmicos, llaveros, posters, y desde luego, un CD que se venderá por millones. Habrá voces que demanden el regreso de El Calabozo a las pantallas.

Gracias a Televisa y Tv Azteca ya no sabremos si los ríos de gente que vendrán al Distrito Federal a principios de marzo estarán aquí para aplaudir a sus ídolos del ritmo o para apoyar la causa zapatista. Los visitantes extranjeros estarán felices porque en un solo viaje tendrán de todo: aventura y fiesta. Pensarán también que así es el trópico, que por eso vale la pena hacer la revolución aquí, donde además no hay un Raúl Castro que proteja al socialismo de los excesos de la rumba. Los gobiernos federal y local deben estar felices con el anunciado concierto, que actuará como poderoso disolvente de la política. Los previsibles desmanes no serán muy diferentes de los que se presentan en cualquier festival de esa naturaleza.

Marcos quería una entrada triunfal a la ciudad de México. Lo que no se esperaba es que en lugar de que la llegada por Milpa Alta y Xochimilco recreara la de Emiliano Zapata a la capital de la República a finales de 1914, la caravana de los zapatistas y sus simpatizantes al Distrito Federal se convertiría en una evocación de Xavier Bátiz y sus admiradores en Avándaro.