MIERCOLES Ť14 Ť FEBRERO Ť 2001
Alejandro Nadal
Bush el joven
El fantasma de la recesión persigue a la familia Bush. En 1991, en buena medida Clinton derrotó al viejo Bush por la recesión que sufría la economía estadunidense. La ironía es que la recuperación estaba en camino cuando se realizaron las elecciones, pero Bush el viejo cargó con la culpa.
Ahora Bush el joven toma posesión precisamente cuando la economía parece estar entrando de nuevo en otra recesión.
Para no cargar con la culpa en el futuro, el nuevo Bush ha enviado al Congreso la iniciativa de reducción de impuestos más importante desde que Reagan hizo la suya en 1981. ƑPodrá este paquete corregir los desequilibrios de la economía estadunidense y evitar una recesión?
Cuando se busca reactivar una economía, la política monetaria deja sentir sus efectos de manera muy rápida. Una reducción en tasas de interés envía una señal inmediata a inversionistas y consumidores. Y la Reserva Federal ya redujo la tasa de interés un punto porcentual este año.
La reducción de impuestos tarda más tiempo en actuar. De hecho sus efectos podrían estarse sintiendo cuando la economía esté saliendo por sí sola de la recesión.
Lo interesante es que la reducción de impuestos ya era objeto de discusión aun antes de sobrevenir la desaceleración de la economía. La razón es que Estados Unidos tiene un superávit fiscal equivalente a 2.6 por ciento del PIB, el más grande de todos los miembros de la OCDE.
No sorprende que la reducción de impuestos propuesta por Bush reúna a republicanos y demócratas (aunque con matices) en una alianza táctica. Hasta Greenspan la aprueba, porque piensa que el abultado superávit encarna el peligro de convertir al gobierno federal en inversionista en los mercados financieros.
Pero el paquete enviado al Congreso tiene dos problemas serios. El primero es que la reducción beneficia más a los ricos que a las familias de pocos ingresos. El proyecto establecería cuatro estratos de ingreso gravable (con tasas de 10, 15, 25 y 33 por ciento) para reemplazar la estructura actual de cinco estratos (15, 28, 31, 36 y 39.6 por ciento). La reducción de impuestos sería retroactiva al primero de enero de 2001.
Para personas con ingreso de 40 mil dólares anuales el ahorro sería de mil 600 dólares. Pero para una persona con ingresos superiores a los 300 mil dólares anuales, el ahorro supera los 50 mil dólares. En resumen, el plan de Bush parece estar hecho a la medida de la población más rica.
El segundo problema es que el plan está basado en proyecciones macroeconómicas, según las cuales el superávit fiscal alcanzaría los 5.6 billones de dólares en la próxima década. Ese resultado sólo se materializaría si se mantienen las tasas de crecimiento del PIB y de la productividad de los últimos años. Pero eso es precisamente lo que está en tela de juicio. De hecho, la caída en los ingresos tributarios provocada por la desaceleración puede suprimir 96 por ciento del superávit fiscal existente. El superávit también se reducirá notablemente con una revaluación de los activos financieros porque proviene en buena medida de los ingresos fiscales derivados de la burbuja bursátil que ha durado diez años y ya está desinflándose.
Además, el sistema de seguridad social enfrenta un reto mayúsculo en los próximos 20 años, porque la generación de la posguerra entrará en edad de retiro. La demografía se encargaría de regresar las finanzas públicas a la época del déficit crónico y mayor endeudamiento. Hay que añadir a todo esto el incremento en el gasto militar que Bush prometió en su campaña.
El plan Bush reduciría impuestos hasta por 1.6 billones de dólares durante los próximos diez años. Así que si estas estimaciones se revelan correctas, dicho plan comprometería a Estados Unidos a reducir los ingresos fiscales durante un periodo en el que ya estarían actuando fuerzas poderosas para eliminar el superávit fiscal.
Políticamente es más fácil recortar impuestos que aumentarlos. Pero Bush el joven no podrá evitar la recesión. Primero porque su paquete fiscal surtiría efecto hasta fines de 2001. Segundo, porque la expansión de la última década coexiste con demasiadas tendencias negativas como la caída del ahorro de las familias (de 8 por ciento anual en 1991 a cero en diciembre pasado) y un endeudamiento personal creciente.
La recesión estadunidense tendrá efectos devastadores para la economía mexicana. Se confirmará el error histórico de abandonar el mercado interno a cambio del espejismo del TLCAN. Quizás la lección sirva para corregir el rumbo. Nunca es tarde para cambiar.