LUNES Ť 12 Ť FEBRERO Ť 2001

León Bendesky

Contrato Social

El pragmatismo, y en especial uno cuya aplicación es desordenada y que debe atender múltiples frentes, no será un medio políticamente suficiente para poner a este país en el camino de una mayor seguridad individual y pública, de un orden institucional fuerte y legítimo, y de una recuperación sostenida del nivel de bienestar.

No hace falta una gran sapiencia teórica y tampoco una gran capacidad de "manejo político" para ver a diario la descomposición del orden social en el que vivimos. La energía se nos va a diario en apagar incendios, unos más grandes que otros y que surgen por todas partes. Entre tanto, estamos perdiendo de vista un asunto principal que tiene que ver con la capacidad para convocar a un nuevo acuerdo social que sirva de cimiento para reconstruir la vida colectiva.

Las elecciones de julio de 2000 y el comienzo del nuevo gobierno han hecho más claro lo que ya se sabía acerca de la enorme descomposición del poder político y la fragilidad económica que padece el país, y sus repercusiones cada vez más onerosas sobre el conjunto de la sociedad. No podremos cometer mayor error que actuar como si no supiésemos bien lo que en realidad ya sabemos. El liderazgo que hoy parece necesario debería tener un objetivo que se persiga de forma obsesiva: la creación de un contrato social asentado en las bases más elementales, pero no por ello potencialmente efectivas.

Rousseau lo planteó de manera directa: "Crear una forma de asociación que defienda y proteja la persona y las posesiones de cada uno de los asociados con toda la fuerza colectiva, y en la cual cada uno está unido con los demás, pero obedece sólo a sí mismo y permanece libre como antes. Este es el problema fundamental que resuelve el contrato social". Es muy grande la distancia que nos separa de esa condición para ordenar la vida colectiva. Pero, tal vez sobre este principio, que aunque puede enunciarse de modo simple representa una gran complejidad, podremos buscar las fórmulas mejor adaptadas a las condiciones específicas de México hoy.

La alternativa hobbesiana quizás nos parece actualmente más clara y hasta más natural, debido al escenario de conflicto y degradación social existente, pero tampoco sabemos qué hacer con ella. Si la ley natural del hombre es la autoconservación que lo induce a imponerse a los demás, entonces es cuando se expresa la famosa sentencia: "el hombre es un lobo para el hombre". Para formar una sociedad se tiene que renunciar, en cambio, a una parte de esa naturaleza y establecer un contrato social. Y, si para Hobbes la garantía de ese contrato recaía en el poder absoluto, nosotros estamos empeñados en otra cosa que quisiéramos fuera más cercana a la propuesta del ginebrino, pero dicho empeño no tiene ni una dirección clara ni resultados efectivos. Ante nuestra aspiración está la manera en que el objetivo se repite desde el poder de una manera que tiende a vaciarla de contenido. Entre esa aspiración y las condiciones concretas para realizarla se abre cada vez una brecha más grande.

Muchos mexicanos estamos dispuestos a replantear las formas adecuadas y aceptables para cumplir con uno de los requisitos básicos de un nuevo contrato social. Este no se deriva de ningún principio natural, sino que está fundado en el acuerdo. Un acuerdo que, como señaló Rousseau, significa ceder parte de nuestra inherente libertad para vivir en un orden colectivo que necesariamente debe significar también una serie de ventajas. Ahí reside parte del problema y es que esas ventajas no sólo no son ahora aparentes, sino que tienden a convertirse en su contrario. No puede exigirse de modo legítimo a esta colectividad, muy heterogénea y muy desigual, aceptar unas reglas todavía muy difusamente planteadas y, por ello, difíciles de asimilar para crear un nuevo contrato social. No puede hacerse mientras persiste la impunidad, la incapacidad de imponer la ley y garantizar la seguridad de los individuos y de las familias, y hablamos de la seguridad física y también social.

El contrato social que hoy debe crearse en México tiene que ver con principios esenciales y con una práctica del ejercicio del poder. Los asuntos están sobre la mesa, los jugadores están reconocidos y no cuentan con ases bajo la manga con los que puedan ganar así la partida; excepto si se da más espacio a la impunidad y la corrupción, que pueden crear mayor degradación de la estructura social. Entre esos asuntos están la aplicación de la ley, la consecución de la seguridad, el funcionamiento de las instituciones, el respeto de los derechos de las personas y de los grupos, y las formas de participación efectivas de la población. Estas últimas, por cierto, van más allá de la manera en que hoy se nos presentan, pues lejos de generar acuerdos incluso sobre cuestiones elementales se tiende, en cambio, a generar más fricciones. Y si eso ocurre con un asunto como el de los husos horarios, será mucho más difícil aproximarnos a las verdaderas expresiones prácticas de un nuevo acuerdo social.