Oración
fúnebre por Cesaria Évora,
aprovechando
que no ha muerto
Francisco
Hernández
A Irma
Palacios y
Francisco Castro Leñero
Del puerto que tenía en la
garganta
salían palabras dulces
rodeadas por acentos graves.
Y estas palabras iban, una tras otra,
a tocar a las casas de las mujeres
orgullosas.
De labios gruesos, ojos disparejos
y pelo alaciado, enarbolaba una bandera
de ceniza,
protestando por la falta de lluvias
en las islas caboverdianas.
Fumaba mucho, como un volcán,
y su lengua,
en otro orden de ardores, encarnaba
a una relatora de pesadillas
donde el espanto era el alcohol.
Ahora se ha ido y las piedras de su
patria
vuelan y cantan por ella.
Las de Lisboa suben hasta Montmartre
y cantan por ella.
Los pescadores afilan sus anzuelos
y cantan por ella.
Los músicos elevan los pies
desnudos
y cantan por ella.
Las cocineras recuerdan su sonrisa
de oro
y cantan por ella.
Hay quien asegura que la diva
sufrió mucho por amor.
Por eso su corazón proyectaba
una sombra
del tamaño de África.
Hasta esa oscuridad acudían
a guarecerse
polluelos de gaviotas, estrellas,
y zapatos de tacón pulidos
por las olas.
Le gustaba pasear en portugués
apoyándose en el brazo de una
venerable sodade. La bautizaron con el nombre de Cesaria
pero seguiremos llamándola
Cize
o Miss Perfumado.
Antes de partir dibujó las
nubes de Mindelo
y dijo, con voz de niña súbitamente
recobrada:
vivir no es necesario sólo cantar es preciso