Carlos Bonfil
Lo que ellas quieren
Nick Marshall (Mel Gibson) tiene la madera de un perfecto misógino: adora a las mujeres en la medida en que cada una es un espejo magnificador de su propio ego. Profesión: ejecutivo en una agencia de publicidad; vocación: machista seductor con la incorrección política como clave de su encanto. Su estrategia de seducción es la descortesía verbal y el maltrato seguidos de una sonrisa gratificadora. Un tipo entrañablemente desagradable, el tipo de semental jactancioso que las mujeres adoran detestar. Marshall, un poco el Jack Nicholson de Mejor... imposible con un ligero toque del Mastroianni de Ocho y medio.
A partir de este personaje la directora Nancy Meyers elabora en Lo que ellas quieren, una comedia romántica totalmente apegada a las convenciones del género, de desenlace previsible desde las primeras escenas, y que sin embargo logra una gran eficacia con un recurso de corte fantástico: el muy hormonal y testiculólatra Nick Marshall obtiene accidentalmente el don de poder oír lo que las mujeres piensan. Pesadilla insoportable que le revela cuán ridículo puede ser en la secreta opinión de sus admiradoras, y al mismo tiempo, arma mortal para imponerse a su rival profesional, la publicista Darcy Maguire (Helen Hunt), conocedora experta de lo que realmente quieren las mujeres consumistas, las mujeres al borde un ataque de compras, como lúdicamente lo señalan nuestras estrategias publicitarias "Totalmente Palacio". Darcy Maguire, reina del marketing en lencería y cosmetología, tendrá que enfrentarse al irresistible sexista envidioso. Apuestas.
El varón domado. El colmo y la fatalidad de un misógino es enamorarse del objeto de su escarnio. Como en las comedias románticas de los años cuarenta, lo esencial de la trama será la laboriosa formación sentimental del personaje masculino a cargo de una vigorosa mujer enamorada. Helen Hunt tiene aquí tanto de la emprendedora Jean Arthur, actriz predilecta de Frank Capra, como de Deborah Kerr, encarnación de la sobriedad femenina. Lo que ellas quieren tiene así el arranque prometedor de una comedia sofisticada, con diálogos muy ágiles y situaciones humorísticas provocadoras, como aquella en la que Marshall, harto del protagonismo femenino, se refugia en el culto a Frank Sinatra, "antídoto perfecto contra el estrógeno", e improvisa una solitaria rutina de baile, a lo Fred Astaire, con la gracia de Arnold Schwarzenneger. La cinta es a tal punto vehículo para el lucimiento histriónico de Mel Gibson, a tal punto escaparate de su carisma, que el desarrollo de su relación amorosa con Darcy Maguire queda en un plano muy secundario, casi desdibujada. Esto sería inconcebible en una comedia romántica clásica, donde la interacción muy dinámica de los protagonistas centrales era fundamento de la guerra de los sexos, desde Robert Montgomery y Carole Lombard (Casados y descasados, Hitchcock, 1941) hasta Katharine Hepburn y Spencer Tracy (La impetuosa, Cukor, 1952).
Lo que ellas quieren habría ganado además agilidad y energía favoreciendo la subtrama más sugerente, la relación erótico-sentimental de Marshall con una mesera llamada Lola (estupenda Marisa Tomei) sobre otras algo reiterativas (la graduación de la hija de Nick y sus preparativos; la historia de la joven de muy baja autoestima, propensa al suicidio). El tránsito de la comedia al registro dramático no es lo más afortunado de la cinta.
Por encima de la intrascendencia total de la historia que proponen los guionistas Josh Goldsmith y Cathy Yuspa, sobresalen el goce visual de una armonía urbana (Chicago), la música siempre cálida y sugerente, la eficacia humorística, y la nostalgia muy conformista de una época feliz donde los límites de la autoafirmación de las mujeres quedaban finalmente señalados por la caballerosidad de sus acompañantes.