domingo Ť 11 Ť febrero Ť 2001

José Agustín Ortiz Pinchetti

Las dificultades de reconstituirse

El presidente Vicente Fox ha propuesto a la clase política una reforma del Estado progresista y radical. De ser atendida esta convocatoria, podría cerrar el largo capítulo de la transición mexicana a la democracia y crear instituciones apropiadas para una forma nueva de organizar el poder y pelear por él.

La alternancia en el Poder Ejecutivo ha abierto la oportunidad para replantear la vida pública de modo integral. Aunque el Presidente es un personaje de ideología conservadora, su proyecto significa una revisión sistemática y a fondo sobre el contenido, la orientación y la estructura de las instituciones mexicanas, que coincide y en algunos puntos rebasa las demandas de los partidos y grupos progresistas.

Los partidos, el gobierno, la parte politizada de la sociedad, tendrán oportunidad de debatir a fondo cuáles son las transformaciones necesarias a las instituciones de México. Existen los medios para procesar las reformas y una "masa crítica" de expertos para darles forma. Cabría preguntarse si los grupos concretos involucrados están preparados para asumir la enorme responsabilidad histórica a la que se les invita.

Las Constituciones mexicanas han servido para marcar el final de etapas de lucha política sangrienta. En todos los casos una fracción triunfadora se impuso a la sociedad y a las demás facciones, grupos, corrientes y partidos. Así sucedió con las Constituciones federales de 1824, 1857 y 1917. Hoy estamos ante circunstancias excepcionales: por primera vez tenemos un sistema de partidos. La distribución del poder es la más grande que haya habido en toda nuestra historia. La competencia política electoral es efectiva. El Poder Ejecutivo está acotado por el Congreso y el Judicial está recobrando su verdadero carácter de poder vigoroso y compensador.

Estas circunstancias, que en apariencia favorecerían la reforma de Fox, la tornarán difícil y harán muy lento el proceso para tomar las decisiones que significan todos estos cambios.

El Poder Ejecutivo tiene frente a sí una oposición vigorosa. El partido que lo llevó al poder no es un instrumento en sus manos como fue el PRI respecto del presidente de la República hasta la época de Zedillo. El Ejecutivo podrá intentar presionar a los políticos desencadenando una opinión pública favorable a su propuesta, pero el grueso del pueblo tiene desinterés por las reformas constitucionales y se inclinará más bien a exigirle a los gobernantes que mejoren las condiciones de vida.

Es cierto: algunos de los grupos muy representativos se inclinan a cooperar en la reforma. Pero no será difícil que la mayoría de los diputados y los senadores y los dirigentes de los partidos políticos prefieran la confrontación. Sabemos de la inclinación que todos ellos tienen a los debates enconados y la terrible dificultad de llegar a acuerdos salvo aquellos que favorezcan directamente a sus intereses personales o de grupo.

Además los tiempos políticos no son favorables. La oportunidad se extinguiría si la iniciativa de reforma no es aprobada o está en vías de aprobación en un año. La cercanía de las elecciones de 2003 haría imposible un debate serio.

Los tres grandes partidos tienen sus propias metas, las que se están definiendo no en función de la transición a la democracia, sino más bien en sus posibilidades de éxito electoral. Es de temerse que las elites que los gobiernan preferirían esperar a un nuevo equilibrio de fuerzas. El PAN puede apostar a una tremenda victoria en el año 2003 al hacer cálculos de la declinación de PRI y PRD. Estos dos partidos podrían imaginar que el gobierno de Fox entrará en graves dificultades económicas y que podría perder sus prestigios y tener una gran derrota en el año de 2003. Unos y otros cálculos están basados más bien en las fantasías de poder que en un análisis objetivo y en todos los casos anteponen los intereses particulares a los colectivos.

Hace poco recordaba la estatura política de la generación del 57. Fueron capaces de dar a México una Constitución moderna. Triunfaron sobre un partido retrógrado, lograron superar una invasión extranjera y restauraron la República. Aquella pléyade de políticos, escritores, abogados, científicos, militares, artistas, es la generación más brillante que ha dado el país. Justo Sierra los llamó gigantes. Lo eran en contraste con los que les antecedieron y con casi todos sus sucesores.

ƑLos líderes contemporáneos tienen esos tamaños? Creo que requerirían de una dosis enorme de patriotismo para completar la reforma y continuar la transición, y por supuesto, de valentía, generosidad y prudencia. Me temo que los sanos proyectos del inicio de este régimen podrían ahogarse "en las heladas aguas del cálculo egoísta".

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