Ť Sergio Ramírez habla de su libro Mentiras verdaderas, publicado por Alfaguara
Recrear lo real y lo ficticio es la forma ''más espléndida'' de mentir
Ť Reúne los trabajos del narrador nicaragüense acerca del arte de escribir
Ť El cataclismo social de 1979, en su patria, es el tema de su próxima novela
CESAR GÜEMES
Tres cosas hay en su vida: libros, boleros y beisbol. De ellas se ocupa más o menos a partes iguales Sergio Ramírez, político de profesión, en su momento vicepresidente de su natal Nicaragua, novelista, aficionado recalcitrante de la buena pelota y con medio barco anclado en la época púrpura del género que aún cruza con buen viento Latinoamérica, el bolero cantante y sonante. La literatura al uso actual, la que echa mano de situaciones reales y ficticias, de trucos y recursos, es la que prefiere puesto que, como dice, es la forma más espléndida de mentir. Y fue ese apego por los caracteres en negro sobre blanco lo que llevó al prosista a reunir en un volumen sus trabajos en torno de la creación escrita en Mentiras verdaderas, que acaba de ponerse a disposición del lector mexicano bajo el sello Alfaguara.
Enseñar los secretos del oficio
-En el volumen, que ciertamente está basado en ponencias realizadas en diversos recintos académicos, encuentro no sólo a un asiduo de la literatura sino a un profesor. ¿Era el magisterio una opción en tu desempeño profesional?
-Siempre me ha encantado enseñar a los escritores que empiezan lo que yo sé sobre los secretos del oficio, igual que me encanta, en general, hablar de libros. Me gusta, sobre todo, hablar de literatura, de beisbol, y de boleros. Por su lado, enseñar no me cansa ni me aburre. Mis clases en la Universidad de Maryland, por ejemplo, una vez por semana, duran más de tres horas, y siempre me quedo con ganas de seguir, porque lo tomo como una plática. Seguramente, si se tratara de enseñar todos los días, y de corregir muchos exámenes, de entrada diría que no, eso me aterra, porque no es mi oficio. Pero conversar sobre literatura, aunque sea en un aula, sí es parte de mi oficio.
-En Mentiras verdaderas se habla de diversas épocas unidas todas por la necesidad de literaturizar la vida. ¿Dirías que los escritores son diferentes en el siglo que empieza de quienes creaban obras de ficción en la época de Cervantes, a quien aludes?
-Siempre me ha gustado la idea de vivir la literatura como la llegó a vivir Cervantes, que disfruta convertirse en personaje de su propio libro, El Quijote, salvando él mismo a su Galatea de la hoguera de los malos libros, pero dejándola, en capilla, con mucho humor. La literatura sigue siendo para mí un territorio real, y en el siglo que entra, eso que ahora se llama la posmodernidad de la novela, tiene mucho del regreso a las viejas formas de escribir, ésas que conciben la literatura como algo verdadero, una realidad paralela. Hoy la autobiografía, la biografía, la historia pública, hasta las fotos reales y arregladas, se mezclan con la ficción en las novelas, como era antes. Lo cual me parece a mí la más espléndida manera de mentir.
-Te ocupas a lo largo de diversas páginas de lo que es la posmodernidad literaria. Dices, por ejemplo, que Orlando es ya una obra posmoderna. ¿Una afirmación como esa, para quienes consideran que la posmodernidad en las letras es algo muy reciente, te ha generado entrar en polémica?
-Hasta ahora no. Lo que pasa es que en literatura no hay nada nuevo bajo el sol. No sólo Orlando era ya una novela posmoderna, desde antes lo era Tristán e Isolda, cuando ni siquiera existía la imprenta; el amor cortés, como se llamaba a las historias románticas entre cortesanos, era un amor exclusivo de la ficción. Y luego Tristan Shandy, que descuaderna la estructura tradicional de la novela, como una Rayuela del siglo XVIII, es un libro posmoderno escrito por un clérigo de provincia. Son libros que aparecen en momentos en que la modernidad parecía agotada, como ocurrió con El Quijote, y ahora decimos posmoderno porque no tenemos un término para designar todo lo posterior a la modernidad del siglo XX, esa modernidad que representa el Ulises de Joyce, y venimos a inventar, con poca imaginación, el término posmoderno, el ''después de". Eso mismo ocurrió con la división tradicional de los periodos de la historia: clásica, moderna y contemporánea, porque lo moderno se había agotado.
Modernidad múltiple
-¿Cómo has asumido la entrada de las nuevas tecnologías al proceso de escritura?, ¿guardas nostalgia por la manera de trabajar de la revista Ventana, donde prestaste tus servicios?
-Asumo la modernidad como algo de verdad fascinante. En Orlando se señala al ferrocarril como el gran invento transformador, que representaba toda una época, todo el siglo XIX. Para mi generación, la del medio siglo XX, no hay un solo invento que nos marque, la modernidad es múltiple: yo vi de niño, en mi pueblo natal, el telégrafo de manivela transmitiendo en clave Morse, el teléfono de manubrio, el radio ''de tubos", el tocadiscos de brazo, la grabadora de carrete, las películas inflamables de 14 rollos. Después, me tocó el teléfono de discado automático, la televisión en blanco y negro, los discos long play, el cinemascope. Más tarde, el radio de transistores, la televisión a color, y luego todo el mundo digital, los teléfonos celulares, la computadora, la Internet, el correo electrónico, la realidad virtual. Todo eso no en un siglo, sino en una vida, la mía. Virginia Woolf, la del lejano ferrocarril con su penacho de humo atravesando los prados de Inglaterra, se quedaría aterrada.
''Y bueno, en León, cuando llegué a la Universidad, la revista Ventana la imprimíamos en un taller tipográfico donde los tipos eran juntados a mano por los cajistas, leyendo al revés. Hoy, un joven poeta que quiera hacer su revista puede levantarla, diseñarla e imprimirla él solo y, aún más, ni siquiera imprimirla, puede abrir su página en la red, y ya está.''
-Tus lectores te conocemos más como creador de obras de ficción que como ensayista. ¿A qué lo atribuyes? ¿Es una labor que guardas sólo para tus presentaciones públicas y no para dejarlas en letra impresa?
-El oficio que me gusta más es el de escritor de obras de ficción. Lo que en el nuevo libro trato de explicar son los secretos de cocina, cómo están hechas las costuras del traje, como se mira el bordado al revés. Pero no con sapiencia didáctica, sino tratando de contar esos secretos como si fuera una novela. Ese es el gusto que le hallo a Mentiras verdaderas, tratar de enseñar a otros cómo se cuenta bien una mentira, para que parezca algo verdadero.
La política, recuerdo lejano
-Es interesante saber cuáles son ahora tus nexos con la política nicaragüense, ¿el escritor ganó sobre el hombre de Estado?
-Bueno, la política militante es para mí un recuerdo muy lejano. Mucho me ha costado que hoy me reconozcan antes que nada como escritor y no como político. Considero que eso es un gran triunfo. Y cualquier cosa que hubiera querido explicar sobre todo ello, sobre mi vida política, está en Adiós muchachos, mi libro de memorias sobre la revolución. Mi nuevo libro de cuentos, Catalina y Catalina, aparecerá en octubre de este año editado por Alfaguara.
''Ahora escribo una novela que sitúo en 1979, pero no es una obra acerca de la revolución, como suceso histórico, sino sobre un hecho de los tantos que ocurrieron entonces, cuando Nicaragua estaba sacudida por un cataclismo social. En este sentido, lo que me interesan son las pequeñas épicas, las épicas personales y las tragedias íntimas. Es un libro que aún no tiene título, pero que escribo de manera febril, mañana y tarde, encandilado por todo lo que quiero contar, y sabiendo ya lo que quiero contar, al punto que he sido capaz de escribir un borrador de las páginas finales.