Ť Reptile, la más reciente gira del músico, comenzó en el Royal Albert Hall de Londres
¿Cómo chingaos no se nos va a acelerar el neuronaje con dos horas/blues de Clapton?
Ť La fecha de su presentación en México aún no la decide, pero es un hecho que vendrá
PABLO ESPINOSA ENVIADO
Londres, 7 de febrero. Señoras y señores, tengo el alto honor de presentarles esta noche a Dios. Porque en el sexto día, Dios creó el blues. Y vio, y escuchó, que era bueno. Por eso está sentado esta noche, armado de guitarra acústica y luego de pie con eléctrica, en el meritito centro de su reino, en el escenario del Royal Albert Hall y que es Meca, Ganges, piedra prioritaria, centro ritualístico donde suele estructurar gestas históricas. Y la de esta noche es excepcional.
Porque un buen día amaneció Londres con una buena nueva, un graffiti pintado por el arcángel Gabriel sobre las paredes: Clapton is God. Desde entonces, tal graffiti, que es eco de las cuevas de Altamira, claroscuro de la Cueva de Platón, reflejo de las pinturas rupestres del paleolítico temprano, o sease mañanero, está esparcido por doquier, flota en las paredes de las mentes y los corazones del planeta entero.
Es por eso que la redondez rotunda del Royal Albert Hall está poblado de cronopios que se trepan por doquier hasta abarrotar butaqueríos, pasillos, lugares de a pie.
Minutos antes del concierto, la algarabía, la felicidad de estar a punto de un concierto en vivo de Eric Clapton se expresa en puritita glosolalia, ese invento genial de James Joyce, pues lo que se habla aquí es la lengua de Babel, se escuchan idiomas entreverados en forma de una atmósfera expectante.
Muchachos, señores, señoras, señoritas venidas de la India, Senegal, Japón, Austria, del mundo expresan júbilo en sus lenguas maternas porque la ocasión no tiene madrecita. Antes de que empiece a sonar la guitarra claptoniana, se vive una emoción comparable a los preámbulos del coito.
Sold out, el letrero es ominoso. Pero los cronopios no se rinden ante las localidades agotadas. Boleto en mano, llego tres horas antes del concierto al edificio redondo del Royal Albert Hall, donde una multitud de famas y esperanzas hacen larga espera.
Parvadas de buitres toman forma humana: son revendedores que mascan un inglés salido de un filme de Ken Loach. ''No manches, forget it'', le digo a uno de ellos cuando me pide 700 libras (más de mil dólares) por un ''buen boleto".
Rapiña de la reventa
Faltan aún dos horas para que comience el concierto y ocurre otro anuncio del cielo: una repentina granizada amenaza con descalabrar a los enormísimos cronopios alrededor de quienes revolotea la parvada de rapiña de la reventa. Bloody, bloody bloody, maldice una rubia británica mientras a su lado un par de rusas expresan su contento ante el meteoro: The sky is crying/ look at the tears/ running down the street, cantan las rusas los versos de uno de los blues de Clapton, que solía compartir con maese Steve Ray Vaughan.
El cielo está llorando/ he allí las lágrimas/ que corren sobre las baldosas. Las que hablan ruso y corean a Clapton son de Ucrania, me revelan. Eso explica, me digo, que ambas tengan el cráneo en forma de ''u". Junto a esas lindas maestras u-craneanas pulula otra música, la de los teléfonos celulares. En diferentes idiomas hablan bajo la lluvia sus portadores. Se escucha una voz en alemán, por ejemplo: ¿dónde estás? Yo aquí, a punto de entrar al concierto de Clapton. Qué poca, eso se llama contar el dinero delante de los pobres, o bien: hablar de Dios delante de ateos.
El nivel emocional no es para menos. Eric Clapton, ese jovenazo del alma, inicia su gira de conciertos 2001. Será la última que haga en grande, anuncia, y expresa su contento porque esta vez hará su música ''en lugares donde siempre he querido ir y no he podido, como Rusia y México".
La primera parte de la gira, que comienza en el Royal Albert Hall, culminará en abril, en Moscú. La fecha para sus presentaciones en México no ha sido aún decidida por Dios, es decir por Eric Clapton, pero ya es un hecho: está escrito de su puño y letra en el programa de mano de sus conciertos inaugurales en el Royal Albert Hall. Eric Clapton irá a México.
Cuando por fin se abren las puertas, el tropel de famas, cronopios y esperanzas llena en poco tiempo el inmenso redondel del escenario. Hay un agrupamiento abridor, al que anuncian como invitado muy especial de Clapton: se trata de Doyle Bramhall II y su grupo Smokestack.
Durante poco menos de una hora, el señor Bramhall ejecuta muy buen blues con su sonido fuerte, un tanto cuanto retro y que recuerda, en dosis semejantes, al viejo Grand Funck, al nuevo Lenny Kravitz y a los sempiternos bluseros de Chicago. El tremendo parecido de Bramhall con Jim Morrison aumenta el bullicio entre las damas, mientras el baterista tunde los tambores con furia tal que el bebé que flota en la evidente panza de unos seis, siete meses de embarazo de Susana Melvoin, esposa de Bramhall y corista del conjunto, parece dar maromas en el útero.
Son las 20:38 horas del martes 6 y un bendito cataclismo es inminente: aparece en escena el mismísimo Eric Clapton, Dios, el Manolenta, el icono, el que perdió a un hijo desde el piso 14, el que se enamoró de las mujeres para siempre, incluyendo a las que no debía querer, el señor que bajó a los infiernos, se tomó todo el alcohol, se metió todas las drogas y regresó del Hades vivo, he aquí, señoras y señores, Eric Clapton, enfundado en azul turquesa y armado de guitarra acústica e inicia con un blues que es santo y seña: I got the key to thehighway.
Para la segunda rola se suman, en el piano, David Sanscious, en las guitarras Andy Fairweather Low, en el bajo Nathan East, en la bataca el veterano Steve Gadd y en la percusión un clásico brasileiro: Paulinho Da Costa y, en efecto, lo que suena ahora no es otra cosa que una bossa nova. ¿Se imaginan ustedes a Clapton tocando bossa nova? Es que Dios todo lo puede.
Dios todo lo puede
Durante más de dos horas de felicidad, Clapton entonó una selección de 20 por ciento de canciones inéditas de su nuevo disco titulado, al igual que esta gira, Reptile. El disco verá la luz en marzo. Otro 20 por ciento con rolas de Pilgrim, el disco anterior a Riding with the King (B.B. King) y el restante 60 por ciento son puritititas clásicas de Clapton.
Con el trabuco de músicos mencionado, hace versiones acústicas, como en el disco Unplugged, de rolas neoclásicas como Tears in Heaven, o bien de esa bellísima canción de amor Wonderful Tonight, expresión del romanticismo contemporáneo.
¿Es que alguien es capaz de escribir, tocar y cantar canciones de amor sin incurrir en melodrama, pendejez o singular cursilería? Sí, Eric Clapton, el Manolenta, nos hace el favor. Porque una manolenta es mejor que una mano amiga. Y porque, ya lo dijo mi mamá, Dios todo lo puede, m'ijito.
Un verso de esa rola describe el pandemonium en que devino esta noche el Royal Albert Hall, mientras Clapton canta y toca la guitarra: I feel wonderful tonight.
Porque, ¿cómo no se le van a escurrir a uno lágrimas candentes de felicidad si es que estamos parados frente a Dios, es decir frente a Clapton? ¿Cómo chingaos no se le va a uno a acelerar el neuronaje si lo que suena es el mejor blues del mundo, en vivo y de carne y hueso, y él cierra los ojos y hace un gesto de sublime trance erótico?
Que no se emocionen los frígidos, pero a mí, parado frente a la guitarra sonante de Clapton, las venas se me vuelven cables de alta tensión, chicotazos de alegría, torrentes de felicidad. Y esto es, señoras y señores, que suenan los primeros acordes de Layla y el techo del escenario parece venirse abajo y el que se viene es Dios. He aquí, en estos acordes poderosos, el orgasmo mayor, clímax cósmico, nada menos que el orgasmo de Dios, porque en vivo uno constata que las primeras notas de Layla son comparables en intensidad a las primeras notas de la Quinta Sinfonía beethoveniana y al sonido de la última prenda interior de una dama cuando esa íntima y última vestimenta abandona la epidermis de sus caderas que se convierten en lava y magma, en su más profunda piel. En vivo y en persona, el interludio de Layla es semejante al poscoito del cuarto movimiento de la Quinta Sinfonía de Mahler. Su final es la sonrisa mozartiana.
¡Ah, el blues, blus, bluuuus! Suena el blues de Clapton en una sucesión intensa de abalorios: Change the world, River of Tears, My father's eyes, Hoochie Coochie Man, Have you ever loved a Woman?, y con un coro de cuatro negros salidos de la mejor tradición gospel, hace sonar versiones soul y funkies en las versos clásicos tipo The sunshine of your love.
¡Dioses del Olimpo, cuantísimo placer! Eric Clapton en vivo, Dios in situ, en el Royal Albert Hall de Londres. Sueño cumplido. Y, para Ripley: luego de tocar un par de bluses de regalo, Dios, God, Clapton dijo para despedirse: ''Thank you very much, God bless you".
Y es que ya para entonces habían transcurrido 135 minutos de plegarias respondidas, cascadas, soplos, torrentes de bendiciones salidas desde la guitarra de Dios.
¿Alguna duda de que Dios existe? Clapton is God.