BARBARIE EN LA UNAM
En la madrugada de ayer, integrantes del aún llamado
Consejo General de Huelga (CGH), de la UNAM, agredieron cobardemente a
decenas de profesores y funcionarios de la Facultad de Ciencias Políticas
y Sociales (FCPS), quienes fueron retenidos contra su voluntad en ese plantel,
parcialmente desnudados, humillados y atacados física y verbalmente.
De esa manera, las movilizaciones realizadas a lo largo de la jornada por
ese grupo se iniciaron con un acto repudiable y culminaron con otro: las
muestras de vandalismo contra el edificio de la rectoría y la hostilidad
de los manifestantes contra los informadores que cubrían, anoche,
la llegada a Ciudad Universitaria de una de las dos marchas realizadas.
Los inconformes pretendían conmemorar el primer
aniversario del ingreso de la Policía Federal Preventiva a las instalaciones
universitarias y el encarcelamiento de más de un centenar de huelguistas,
medidas ciertamente autoritarias y criticables emprendidas por el gobierno
anterior y que determinaron, en los hechos, el fin de la prolongada huelga
estudiantil que se desarrolló en 1999 y 2000. Pero los excesos y
las agresiones referidas --que constituyeron una violación a los
derechos humanos de académicos y empleados de la FCPS-- desvirtuaron
por completo, a ojos de la sociedad, las movilizaciones estudiantiles y
pusieron en evidencia la completa pérdida de rumbo que experimentan
los rescoldos de un movimiento que tuvo, en su momento, razones de fondo
y que suscitó marcadas simpatías sociales, pero cuya derrota
se explica más por su propia ceguera y radicalismo que por la represión
gubernamental.
Ciertamente, la defensa de la educación superior
pública, gratuita y de calidad, es una causa vigente y que no debe
ser abandonada, toda vez que persisten, en el país --y a pesar de
las expresiones de respeto del presidente Fox a la autonomía y a
la gratuidad de las instituciones respectivas-- grupos de interés
empeñados en desmantelar y privatizar las universidades de la nación,
incluida la UNAM. Pero no es con atropellos como los cometidos ayer como
se defiende causa alguna. Por el contrario, las agresiones cegehacheras
contribuyen a fortalecer a los sectores que querrían desmembrar
la máxima casa de estudios y entregarla a manos privadas o, en su
defecto, propiciar su desprestigio, su lumpenización y la pérdida
de su nivel académico, a fin de crear las condiciones propicias
para transferir su función rectora de la educación superior
del país a instituciones universitarias particulares.
Más allá del ámbito universitario,
las repudiables tropelías cometidas ayer vigorizan en el escenario
nacional actitudes intolerantes, contrarias a la civilidad y a la convivencia
que el país está empeñado en construir. Ese afán
de tolerancia fue expresado ayer mismo por el gobierno federal al abogar
por el intercambio de ideas para solucionar los descontentos en al UNAM.
Es inadmisible que en el momento actual, cuando parece avizorarse un cauce
de solución pacífica, incluyente y dialogante al conflicto
chiapaneco, un grupo de vándalos, que pretende monopolizar los restos
de un movimiento estudiantil en su momento digno y atendible, perpetre
semejantes agravios contra la inteligencia y el entendimiento. |