MIERCOLES Ť 7 Ť FEBRERO Ť 2001

Luis Linares Zapata

El cambio y los avisperos

ndrés Manuel López Obrador y Vicente Fox Quesada quedaron contaminados por las expectativas, despertadas desde sus campañas, de llevar a cabo transformaciones profundas durante sus gestiones sexenales. Ambos mandatarios atendieron, con cuidado interés, a la forma de comunicarlo sin dejar de ser, a la vez, ambiciosos con el fondo de los asuntos que han venido desplegando al auditorio. Los rumbos y modos no pudieron ser más contrastados en ambos personajes. Uno, el jefe de Gobierno, se concentró en establecer, desde el inicio, su intransigente litigio por el bienestar de los capitalinos menos favorecidos. En ello ocupó sus energías y ese perfil de su persona ha ido penetrando en la conciencia de sus mandantes. El Presidente dio alegres pasos para revivir el adormecido conflicto chiapaneco y, a partir de esa fecha, el EZLN y Marcos le disputan el escenario difusivo dando pábulo a una creciente discusión en múltiples escenarios, con visiones divergentes y en cada vez más amplios sectores.

Todo ello ha relegado los trasteos para definir, ante el auditorio nacional, el gran proyecto económico de Fox a pesar de haber sacado, por consenso y en los primeros días del actual gobierno, el presupuesto para el año 2001. Sin embargo, todavía hoy no se tiene clara la ruta y envergadura de la crucial reforma fiscal, pero el secretario Gil (SHCP) se empeña en dar pruebas de su firme voluntad por proseguirla a pesar del indudable costo político que tendrá para el mismo Presidente. Y no cabe duda que los frentes abiertos son numerosos, empezando por su propio partido (PAN), que quiere esquivar aunque sea algo del inminente golpeteo ante la tajante negativa del PRD o la renuente posición del PRI para aprobarla, al menos por lo que de ella se conoce.

López Obrador esperó, con paciencia, un periodo prudente para dar los golpes requeridos por su proyecto, mientras el Presidente alargaba las designaciones de un gabinete que salió a la luz pública con tropezones, sobre todo los del área social (Sedeso y Trabajo). Al nombrar al suyo en el DF, López Obrador lo hizo en una sola entrega y con notable acierto, resaltando una cuidadosa ponderación de los balances requeridos para proyectar una imagen de administrador responsable y político sensible. Desempolvó los bandos pero muchos de ellos le salieron revestidos de prohibiciones y pronto generaron molestos anticuerpos. Aun así, pudo ocupar el espacio y las miradas ciudadanas de la gran ciudad.

El Presidente, por su parte, abría, con prisas difíciles de entender, el abanico de sus prioridades hasta llegar a confundir a la ciudadanía en el lapso relativamente corto de los dos movidos meses que lleva en el poder. Ha insistido en dar fehaciente testimonio verbal de sus afanes por llevar a cabo no sólo un cambio radical y totalizador sino también inmediato. Han quedado, en la buchaca de los ofrecimientos inconclusos, las modificaciones eléctricas y petroquímicas, que tantas desavenencias causaron en el cuerpo social y político de la nación. Los compromisos adquiridos ante los empresarios externos (Davos) fueron elevados, sin que nadie lo solicitara, a la categoría de milagro. Ofreció seguridades de un crecimiento sostenido (7 por ciento promedio) como el adelantado durante la fragorosa campaña por la Presidencia y que, en días recientes, sus colaboradores se han ocupado en achicar. Las evidencias empíricas relatan ya una historia y proyecciones, para este año, distintas en inflación, inmanejable déficit en la balanza comercial, crédito insuficiente e inestabilidad cambiaria. El llamado a una cruzada contra la delincuencia e inseguridad junto con su recién lanzado programa fronterizo chocaron con la realidad de la corrupción carcelaria y los golpes dados por el crimen organizado.

Pero, por si lo enunciado no hubiera despertado ya un avispero de comentarios y retobos serios por sus consecuencias y ramificaciones, ahora el Presidente propone una revisión integral a la Constitución. Y muy a pesar de las precisiones hechas en cuanto a los modestos alcances que tal proceso abarcaría, las oposiciones y peligros de ello son expuestos de inmediato por tirios y troyanos, en especial por los priístas que son, no se olvide, la principal fuerza legislativa de México. El PAN, al parecer muy a regañadientes, ha respaldado tal iniciativa de Fox aun sabiendo que parte de ella la han generado Muñoz Ledo y su equipo de notables. La reforma del Estado saldrá entonces revestida de un proyecto totalizador y corre el riesgo de dejarla flotando en el arcón de los deseos inconclusos. López Obrador, por su parte, se empeña en pelear las minucias de un horario de verano arropado en una sospechosa consulta popular. No se dio cuenta, en su búsqueda de reflectores y por establecer distancias con los tecnócratas del pasado y los gerentes de ahora, que tenía su propia retaguardia penetrada y, sin atender a los detalles, aventura su pretensión de decretar su propio horario. Habría, de prosperar su intentona, múltiples relojes qué coordinar y un culpable de la confusión entre los habitantes y transeúntes de varias delegaciones y municipios metropolitanos. šQué inútil desgaste!