MARTES Ť 6 Ť FEBRERO Ť 2001

Ť Fox llama a proseguir la historia con una "nueva arquitectura constitucional"

Un lance con 11 principios innegociables

Ť Cambio de sede en la ceremonia conmemorativa de la promulgación de la Carta Magna

ROSA ELVIRA VARGAS

Para Vicente Fox, sólo 11 principios constitucionales son innegociables. Conforman el legado de lo que no deberá tocarse. Y a partir de eso, recoge el guante que lanzaran todos los candidatos presidenciales durante la contienda del 2000: revisar, reformar y, como dice él, "cambiar de raíz sin arrancar las raíces'' de la Constitución.

Y en ese lance aprovecha para advertir a quienes fueran sus contrincantes, que en la actitud que adopten hacia este llamado sus partidos y legisladores, se medirá la congruencia de su discurso político.

Fox no pide un nuevo constituyente. No dice en concreto qué habría que extirparle al viejo compendio legal, pero sí se apresura a enumerar cuáles serían los añadidos, las reformas, las adaptaciones.

Para apuntalar su convocatoria al debate "sobre la Constitución que todos queremos'', acude a la evocación de José María Morelos y de Venustiano Carranza, quienes en 1857 y 1917 marcaron, con su obra constitucionalista, "el principio de un nuevo ciclo histórico''.

Y Fox recuerda entonces que precisamente Carranza convoca al constituyente, luego de hacer un recuento de los incumplimientos, de las deformaciones y de las adulteraciones consentidas por el texto entonces vigente. En paralelo, menciona que el que se hayan superpuesto casi 400 reformas a la Constitución de 1917 -la que hoy rige- hace imperativo crear "una nueva arquitectura constitucional''.

Dice en seguida que él no convoca a abolir la historia, "sino a proseguirla'', y propone, entre otras, la posibilidad de enjuiciar políticamente al presidente, la ratificación de los secretarios de despacho por el Congreso, la consagración de la autonomía étnica, la instauración del referéndum y el plebiscito, y reformas electorales que terminen con el fraude...

A cambio, permanecerían intocables la no relección del Ejecutivo, el sistema representativo, la división de poderes, el régimen federal, la libertad municipal, soberanía, la laicidad del Estado, el compromiso con la justicia social, la educación laica y gratuita, el respeto a la diversidad cultural y la defensa de los derechos individuales y sociales.

Unico orador en esta ocasión, el Presidente tiene ante sí a un variopinto conglomerado de políticos. Y casi todos darán al final respuestas de botepronto. "La esencia del artículo 27, en lo que tiene que ver con el dominio de la nación sobre los recursos naturales, no debe modificarse. Además, debe mantenerse el espíritu del 123 con el derecho de los trabajadores a un salario justo'', precisa el jefe del gobierno capitalino, Andrés Manuel López Obrador.

"No todo serán cambios"

Y Ricardo García Cervantes se permite desentonar levemente de su correligionario, el Presidente: "la nuestra sigue siendo una Constitución muy orientada hacia el futuro; no todo en ella ha sido rebasado... algunas de sus instituciones ni siquiera han sido inauguradas. No todos serán cambios a la letra de la Constitución, muchos serán cambios en las actitudes y los compromisos formales de las instituciones''.

Así, mientras los fetiches cívicos siguen cayendo uno a uno, no ocurre lo mismo con la fascinación de usar las efemérides para, desde el poder, trazar los rumbos, fijar los objetivos, reafirmar convicciones e incluso acotar los temas.

Fox expone la necesidad de emular a los que llama regímenes contemporáneos, los cuales, dice, buscan "combinaciones institucionales" y evitar por esa vía la concentración del poder, desterrar la impun fox_presidium2 idad, garantizar la división de competencias y propiciar la estabilidad y la eficacia "en el marco de una escrupulosa legalidad''. Construir, insiste, los consensos nacionales en torno a una Constitución renovada.

Nuevo escenario

Ayer se modificó el escenario tradicional: Querétaro, la "cuna de la Constitución'', para conmemorar su promulgación en 1917. Y allá se quedó su gobernador, el panista Ignacio Loyola Vera, con su denodada campaña, tardía e inútil, para convencer de que no dijo lo que dijo.

Vicente Fox explica que esta mudanza en la ceremonia fue para que "todos vivamos y nos sintamos parte de la historia'', sensación que a su parecer no se lograba si el 5 de febrero los poderes políticos se reunían en el Teatro de la República de aquella ciudad.

Aun así y porque representantes de todo el país tenían que estar presentes en Palacio Nacional, la silla destinada al queretano se instaló. La geografía nacional no puede permitirse brincos en estos oficios, y menos la enumeración de las entidades. Aunque por ahí también Durango se estaba quedando en el aire, pues Angel Sergio Guerrero Mier llegó a ocupar su lugar justo para entonar el Himno Nacional que cerró la ceremonia.

La nueva clase en el poder aprende muy rápido la coexistencia pacífica y sonriente con aquella otra que viene de ese pasado de "escasa vida democrática'', como lo define el propio Vicente Fox, los priístas, pues. Y antes del arribo presidencial se forman los corrillos, hay cálidos abrazos -en medio del frío- y aquel que tiene más oficio logra mantener atenta por mayor tiempo la atención de sus compañeros de presídium.

Así, Miguel Alemán mantiene hechizados con su relato a Tomás Yarrington, a Enrique Martínez y a Armando López Nogales. A su vez, apenas llegando, José Murat aborda a un circunspecto Víctor Cervera, a quien endilga tal perorata que el yucateco apenas alcanza a asentir. Ya iniciada la ceremonia, el gobernador oaxaqueño satisfacerá su antojo de fumar mientras habla sin cesar a su vecino, el nayarita Antonio Echavarría.

Pero en eso de lo que antes se llamaba urbanidad, hace amplia gala el secretario particular de Fox, Alfonso Durazo, quien lo mismo se prodiga con recalcitrantes priístas, que colma de generosos conceptos a sus nuevos compañeros en el gobierno.

Nadie, sin embargo, como el propio Vicente Fox. El saluda a todos. Llega puntual y no ocupa su lugar al centro de la gran mesa sin antes haber saludado al último de la fila. Y cuando aquello concluye es igual. Y de ahí se sigue.

Al descender del presídium se dirige a saludar, a retratarse con los Niños Cantores de Chalco que, talentosos, dieron la nota musical al acto. Ellos, enfundados en delgados trajes regionales, le trasmiten su algarabía y, de paso, lo invitan a visitarlos allá, en su ciudad. Presto, Fox extrae de su bolsillo una pequeñísima grabadora -que se pierde en una de sus manos- y graba esa solicitud.

O sea, carga una secretaria portátil que utiliza -cuentan miembros de su escolta- con mucha frecuencia para registrar aquello que la gente le solicita al paso. A ese gesto, automático de tan dominado, le sigue su también permanente práctica de detenerse a saludar y retratarse con las estudiantes de la preparatoria Jesús Reyes Heroles, con las edecanes contratadas para la ceremonia. En fin, con todo aquel que así lo pida.

Para entonces, ya pocos de los concurrentes -gobernadores, integrantes del gabinete, alcaldes, legisladores locales, representantes del Poder Judicial- atienden la salida de Fox del patio central. Encaran, pródigos y dispuestos, su propia ronda de despedidas, de buenos deseos y de entrevistas. Nadie le hace el menor mohín a la posibilidad de exponer ante grabadoras la interpretación instantánea del discurso foxista.

Todos se sumergen en esa atmósfera, con dos salvedades: los secretarios Ricardo Clemente Vega García, de la Defensa Nacional, y Marco Antonio Peyrot, quienes aguardan reservados junto a uno de los pilares del pasillo. Y con ellos, Fox hace un alto distinto. Escucha atento lo que sólo él puede oír, pero que a la distancia se siente como la rendición de un parte informativo. El Presidente les instruye y termina con ellos un acuerdo que dura alrededor de cinco minutos.

Con ese laconismo que distingue a muchos militares, el general Vega García resume -mientras observa cómo Vicente Fox sigue saludando, tomándose fotos- aquello que momentos antes y por muchos días más fue y será el tema: el Presidente ya lanzó sus ideas de aquello que debe cambiar, y ahora el trabajo está en manos del Legislativo.

Y en eso de la comparación obligada alguien por ahí recuerda que en su último discurso para esta fecha -en 1999-, el entonces presidente Ernesto Zedillo convocó a todas las fuerzas políticas del país a "diseñar, acordar y asumir'' una plataforma común que postulara aquello que quieren los mexicanos. Lo innegociable: soberanía nacional, libertad, derechos y deberes, primacía del derecho e igualdad ante la ley, normalidad democrática, condiciones claras para el crecimiento económico, igualdad de oportunidades y justicia social...

Aquella vez, dice el mismo memorioso, todo quedó en puro llamado.