LUNES Ť 5 Ť FEBRERO Ť 2001

Hermann Bellinghausen

De Tacubaya a pincel

La silueta desnuda de un árbol, seca de invierno, encaja las ramas en el manto brillante de la niebla. La canción de los pájaros atrae la atención hacia el bosque y los prados bajo escarcha. Heló anoche, pero ya calientan el aire, los frutales con su floración, y el parsimonioso follaje de los oyameles aguantando el frío.

Las casas parecen desperezarse por encima de los ahuehuetes, a lo largo de la San Miguel Chapultepec, San Pedro de los Pinos y la avenida Jalisco, apagan su alumbrado y echan a volar ventanas y cortinas. Al abrigo del sol levante, la ciudad se estira y abre de ojos, y con boca urgente lame a sus criaturas, arriba, andando, que el día queda por delante.

Los lamidos alcanzan Tacubaya, donde también criaturas de urbe saltan de literas, ondulan de catres y petates como lagartijas, alejan las sábanas con reticencia, caen al día y le ponen nombre, lo habitan con a fuerza de pulsiones, costumbres y razones intercambiables por efecto del diario azar. Así el hijo de mamá leche, que ahora baja las escaleras. Lejos se oye pitar el tren del Balsas.

-Hijo, siéntate a desayunar.

-No puedo. Se me hace tarde. Glub, glub.

-Mira cómo tomas la leche, pareces becerro, sírvete un vaso, la botella escurre, te estás manchando el uniforme. Anda, ven, siéntate con nosotros y cómete aunque sea un pan.

-ƑNadie vio el balón que traje?

-Tenía que ser tuyo, lo metí al clóset de las escobas -se atrinchera su hermana tras una taza de café cortado y sopea una chilindrina.

-Andale, bonito escondite.

-No lo escondí, tonto. Estaba a mitad del pasillo. Alguien se iba a tropezar.

-Qué tal que bajo y ya te fuiste. Lo tengo que llevar, no ves que estamos en cuartos de final y si no eres puntual pierdes por default. Me tocó encargarme de la bola, mensa.

-Tarado tú, que la dejas botada.

-Ya, niños, estense. Tú, si no vas a desayunar, ahueca el ala y deja de molestar a tu hermana mayor. ƑQué, así te despides? Ven acá para darte la bendición.

-Verás lo que te voy a esconder, mensa.

-Ya, mamá, míralo. Papá, dile.

-Mijo, Ƒa eso le llamas peinarte? Pareces plumero.

Tres botes de balón contra el mosaico, slam la puerta y ya está afuera, con la calle a sus pies. Por donde la cancha a esas horas nomás hay viejitos, y en Chapultepec los barrenderos del ayuntamiento pasan sus escobas de varas y se llevan las últimas hojas que caerán antes de primavera.

La ciudad todavía encuentra el campo a cada esquina; establos, magueyes, pulquerías. Los barrios y las colonias trazan sus contornos entre arboledas, las lomas al oeste y los potreros de Nápoles atrás de la Escandón. El cielo tiene ese azul muy verdadero de los óleos de José María Velasco. Los volcanes no han sido enmascarados por los edificios y el humo. Todavía se llega a los lugares a pincel. Estamos hace 50 años, cuando menos.

Llevando el balón entre el costado y el antebrazo, el hijo de mamá leche camina, casi vuela rumbo al partido, cruza Constituyentes y se interna en el bosque. Los dos equipos esperan sobre la cancha, listos y a punto de reclamación.

-Poco más y no llegas.

-Ya, ya, ahí te va, Mercado, deja de jeringar. Ves que me vine a pata.

Arroja el balón, que rueda en la tierra, algo húmeda pero no resbalosa, y el primero que lo toca, Mercado, manda un trallazo a la portería de su lado, un defensa la mata en el área y se pone a dominarla.

El hijo de mamá leche se orilla a la bolita que cuida las chivas, se quita los pantalones, acomoda las rodilleras, el resorte del short y las calcetas, aprieta las agujetas de los tacos y ocupa su posición. Sueña ser portero profesional. Sus compañeros le mandan unos cuantos chutes y él ataja uno, dos, tres, con el puño desvía el cuarto al travesaño, no deja pasar ni un tiro.

-Que empiece -ordena desde medio campo el capitán, que menea de calentamiento las piernas junto al árbitro y el otro capitán. El hijo de mamá leche patea la bola a donde la piden y dice para sí la plegaria de todos los arqueros: "Virgen María, cébales la puntería".

Silbatazo. La silueta desnuda del árbol de invierno deja sus ramas donde temprano hubo niebla, y ahora queda a merced de la región más transparente. La mirada del portero bebe el verde de Chapultepec, lista para los cañonazos que no pasarán. Por encima del bosque la ciudad se extiende hacia el norte, cuyos límites dependen de la buena vista que se tenga. Como el portero, que gracias a su buena vista para lo que se dice todas las bolas, incluido un penalty que se inventó el árbitro al final del segundo tiempo.