lunes Ť 5 Ť febrero Ť 2001

Elba Esther Gordillo

Rodolfo Morales, el señor de los sueños

No sé cómo se dio. Quizá fue mi condición de mujer del sur la que me llevó a reconocer muchos de los elementos que forman el lenguaje del maestro oaxaqueño: mis pueblos son sus pueblos; mis paisajes de infancia son muy similares a los suyos. Los sueños y ensueños de Rodolfo Morales expresan la imaginería de un México rural, de pueblos chicos como en el que nací en Chiapas, en contacto permanente con la naturaleza.

O tal vez fue mi afinidad de tiempo atrás con Oaxaca y la pintura oaxaqueña (de Tamayo, de Toledo...) o la espontaneidad y la sabiduría de Rodolfo Morales. Lo cierto es que desde que lo conocí quedé cautivada por el artista y por el ser humano de excepción.

Apenas a principios de diciembre pasado, recibí con cariño la aparición de la obra Rodolfo Morales. El señor de los sueños, la más completa biografía de uno de los mayores artistas mexicanos del siglo xx.

No soy especialista en arte ni estoy al tanto de las polémicas sobre una real o imaginaria escuela oxaqueña de pintura. Pero sospecho que estos asuntos no desvelaban a Rodolfo. Y no porque lo creyera un hombre extraviado en los paisajes oníricos que suelen poblar sus telas, sino porque la atención y el oficio vital de un artista como él, necesariamente corría por otras veredas.

Me gustó la definición que eligió Martha Mabey para referirse a Rodolfo: El señor de los sueños. Pero no como artífice de un mundo fantasmal o alucinante, sino vinculado a la frase de Shakespeare: "Estamos hechos de la materia de nuestros sueños".

En la pintura de Rodolfo he encontrado siempre esa vena poética que logra integrar los múltiples rostros de la realidad. Lo que es y lo que puede ser. Lo que fue y lo que debería ser. Lo que ha sido y lo que será.

Un realismo que mezcla tiempos y dimensiones. Un aparente "costumbrismo" que desgarra cualquier posibilidad de ingenuidad por los efectos de la magia y la imaginación desbordada.

Por supuesto, hacía falta la mano maestra del artista y la sensibilidad del contador de historias forjadas por un pueblo con fuertes raíces y alas poderosas. Hacía falta la síntesis que sólo puede conseguir el creador de universos personalísimos que terminan por revelar el corazón de un pueblo.

La semana pasada, cuando me enteré de su muerte --escape, encuentro, alivio, sueño-- sentí el ánimo de estar sola; encontré un parque cercano y me puse a caminar, a pensar en Rodolfo y a agradecerle por su obra portentosa y por la calidez de su amistad.

Donde quiera que esté andará recreando paisajes y construyendo sueños... El señor de los sueños.

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