SABADO Ť 3 Ť FEBRERO Ť 2001

José Cueli

Derrida y la deconstrucción

Con el hilo conductor de los discursos precedentes de Marx, Nietszche y Freud, entre los más destacados, aparece en la escena del pensamiento contemporáneo Jacques Derrida y la deconstrucción, con tesis y conceptualizaciones que vienen a sacudir los cimientos de la metafísica tradicional. Teorizaciones o a-teorizaciones que han causado conmoción y no menos controversia. Irrupción de la deconstrucción o, mejor dicho, de la experiencia deconstructiva traspolable a todos los ámbitos (social, político, filosófico, literario y artístico). Según la propuesta derridiana, todo es deconstruible, ya que todo texto y todo discurso pueden ser atravesados. Denuncia de la voz y la palabra en su insuficiencia, remisión a la escritura y a la huella.

De acuerdo con Derrida el lenguaje no se limita o circunscribe a un fenómeno físico (conjunto de cadenas sonoras o conjunto parasitario de marcas gráficas) que simplemente se corresponden con el mundo, o con unos significados que los habitantes poseen en su interioridad, la actividad de leer y escribir -y los textos mismos- dejan de ser la búsqueda, la entrega o el espacio de un significado unívoco. Desde el momento en que se separa la emisión de la palabra de la palabra misma, ésta queda bien apartada del significado -ideal-, diferida de su propia enunciación, se convierte en signo de otro signo anterior.

El tiempo diluye el lenguaje, la refiguración del signo y la pluralidad del texto, el texto como constancia y deconstrucción, la escritura como afirmación, ''es siempre la afirmación de algún otro, para el otro, dirigida al otro, a algún otro".

El análisis de Derrida se ubica en la problemática de la escritura, la cual ha sido entendida dentro de la metafísica logocéntrica como derivada, como suplementariedad, como secundaria y como exterioridad dependiente de una interioridad primordial. El tratamiento que se le ha dado a la escritura, la desvalorización que ha sufrido es la misma que la del plano material. Es la concepción del ser escrito, del orden del significante, del cuerpo como dependiendo de un sentido pleno, de una razón trascendental a priori o de cualquier otra forma que pueda adoptar esta estructura metafísica.

Es esta jerarquización, esta imposición despótica de uno sobre otro, lo que explica el carácter subversivo de todas las teorías y todas las prácticas que intentan transgredir aquello que constituye el ser mismo del logos occidental. Es lo que explica, según Derrida, el carácter peligroso que tiene el oriental, el ''salvaje", el Otro desplazado y marginado, el artista y la escritura misma.

Todo este sentido de la filosofía occidental como quehacer selectivo implica su ser segregacionista, su inclusión de lo semejante a lo Mismo y exclusión de lo distinto de lo Otro. Es en este sentido que debemos entender la interpretación de la filosofía como una tarea de demarcación emprendida por Parménides y que continúo en Popper. La filosofía como una legitimación de un tipo de saber y como expulsión del saber que no se someta a ese criterio bajo la calificación peyorativa de no saber, de ignorancia.

He ahí la violencia, la violencia del poder otorgada a la voz, la violencia de la voz otorgada al poder.

Como dice Araya, ''la tarea se plantea como una superación de este modelo no por una motivación individual y voluntarista sino por una necesidad histórica. Es en este sentido que podemos tener acceso a la obra de Nietszche y a los trabajos que en la actualidad continúan tal proyecto, como Deleuze, Foucault, Bataille, Klosowski y el propio Derrida. Es en esta línea de ruptura epistemológica, de destrucción de la tradición de inversión del platonismo, en el sentido que le otorga Deleuze de evidenciar los simulacros".