sabado Ť 3 Ť febrero Ť 2001
Luis González Souza
La marcha de los milagros
Sólo con su anuncio, la marcha del EZLN al DF está obrando varios milagros, y todavía faltan. Tal vez el primero fue el milagro de la resurrección indígena. La lucha de los indígenas zapatistas vuelve a colocarse en el centro del debate nacional a contrapelo de cinco siglos de genocidio moral por la vía del desprecio y el olvido, a lo que de manera más reciente e intensa, se sumaron siete años de guerra silenciosa por parte del salinismo-zedillismo y quién sabe cuántos años de guerra propagandística por parte de un gobierno bien probado en sus habilidades publicitarias. De ese modo, a los pueblos indios de México, y más recientemente al EZLN, los han matado más veces que al "gato de las siete vidas". Pero, šoh milagro!, ahí los tenemos otra vez, en las primeras planas hasta de algunos periódicos extranjeros. Y sólo porque a 24 dirigentes del ELZN se les ocurrió, hace dos meses, anunciar una marcha a la capital de México hacia el próximo 11 de marzo. Algo mágico tienen, pues, estos aguerridos indígenas mexicanos que no se dejan matar.
Un segundo podría llamarse el milagro del desenmascaramiento masivo. Ahora sabemos, mejor que nunca, en qué círculos y pensamientos se anidan las mayores reservas de racismo, de conservadurismo, y hasta los embriones del "huevo de la serpiente" a la mexicana (o huevos rancheros, si se prefieren las modas). Ahora ya sabemos que la bestia del paramilitarismo no ha crecido sólo en Chiapas ni sólo a través de las armas. Las reacciones más histéricas contra la marcha zapatista al DF (cúpulos del PAN, de la Coparmex, de algunas iglesias, seudolegisladores de varios colores y, en fin, gobernadores, como el panista de Querétaro, quien al demandar la pena de muerte para los osados marchistas, sólo provoca que otros mueran de "pena ajena") nos permiten descubrir una especie de paramilitarismo cívico ideológico. Ya también contamos con chinchulines urbanos y con chinches hasta el Palacio Legislativo (Ƒpinchulines legisladores?).
Este milagro tiene beneficios colaterales de gran significación para el momento histórico que vive México. Con todo y el "cambio histórico" del 2 de julio, las praderas de la miseria y la sublevación siguen muy secas y dispuestas a prenderse con cualquier cerillo. Urge, por lo tanto, saber con toda claridad: Ƒquiénes desean una transición finalmente exitosa y pacífica, y quiénes la desean tradicional, es decir, con otra guerra civil de por medio? Y, por supuesto, urge saber Ƒquiénes cargan hoy, cuántos y cuáles cerillos? A despejar esas dudas vitales, el solo anuncio de la marcha zapatista ha ayudado como ninguna otra cosa. Los indígenas marchistas están derribando no pocas máscaras. Y, para más milagro, lo están logrando con el porte de su pasamontañas más erguido que nunca.
Muy ligado al anterior, observamos el milagro de la reconversión. Ayer mismo, en estas mismas páginas, nos deleitamos con varias rectificaciones, matices o precisiones de posiciones que permanecían oscuras, ambiguas o abiertamente reaccionarias contra la marcha zapatista. Los reconvertidos van desde legisladores panistas y priístas (Enrique Jackson, el jueves), hasta los portadores de la posición oficial del gobierno de Fox, destacando lo declarado ayer por su comisionado para la paz, don Luis H. Alvarez. En este último caso, por fin se da la bienvenida a la marcha zapatista. Sin embargo, vuelven a atorarse al condicionarlo todo a que el EZLN acepte una "reunión", para colmo "discreta", a fin de afinar detalles logísticos. Como se ve, aquí sigue incompleto el milagro de la reconversión. Todavía no se sabe, o no se entiende, o no se respetan algunas fibras esenciales de la lucha zapatista, como las que buscan poner fin al paternalismo gubernamental, lo mismo que a las negociaciones turbias (en lo oscurito, "discretas").
La plena operación del milagro de la reconversión -en toda la sociedad y no sólo entre los políticos-, a lo mejor sólo ocurrirá con la marcha misma. Y es que aquí topamos con la magna tarea de la transición profunda, cultural de México. En suma, es la tarea de reconvertir la subcultura del racismo en una cultura de tolerancia activa: no sólo respetar al diferente, sino disponerse a aprender de él.
Pero el milagrote de la reconversión cultural ya comenzó a sentirse en nuestro país, y no tanto por el sacudimiento del pasado 2 de julio como por el del 1 de enero de 1994. A partir del levantamiento zapatista, buena parte de la sociedad (civil y política) volvió a enterarse de la existencia de culturas indígenas. Y a lo largo de su inclaudicable lucha durante los últimos siete años, también nos hemos enterado de que todavía hay mucho que abrevar de esas culturas. Por si no lo habíamos entendido, hoy es claro que un México pluriétnico y multicultural no sólo es la precondición de un México en verdad pacífico y democrático. También es la oportunidad, acaso última, para construir una nación tanto más resistente y sabia, cuanto más se nutra de su diversidad cultural.
Por ello y más, buena parte de la sociedad mexicana sigue respaldando las iniciativas zapatistas. Sería absurdo, pues, obstruir esta marcha de los milagros. Máxime que todavía faltan por realizarse algunos de gran valía. Por ejemplo, el milagro de San Lázaro, si el Congreso decide comenzar a comportarse como tal, en vez de seguir regateando la aprobación de la iniciativa de la Cocopa, e incluso su debate directo con los dirigentes del EZLN que vendrán a la "casa de todo el pueblo". También falta completar el milagro de la autonegación: la conversión del EZLN en una nueva fuerza política. Y el milagro de la tolerancia supermínima: dejar que sea una fuerza política nueva. Y el milagro de nuestra maduración histórica, pues: abrir cauce a la primera revolución pacífica en la histórica de México.
Quienes no creen en los milagros, sólo tienen que hacerse a un ladito. Pero esta marcha milagrosa va... A no ser que acaben ganando la brujería del viejo régimen y las nostalgias borreguistas de la sociedad.