MARTES Ť 30 Ť ENERO Ť 2001

Teresa del Conde

Una selección

En la Sala José Juan Tablada, del Museo de Arte Moderno, se presenta desde el pasado 26 de enero una exposición integrada con obras de artistas extranjeros y mexicanos con trayectoria internacional, a la que intentó atribuírsele una lectura que da cuenta de la persistencia de los códigos modernos. De allí la presencia de varios creadores nacionales o extranjeros que hicieron de México su principal lugar de permanencia.

Integran la muestra pinturas, esculturas, y un fotomural especialmente interesante del japonés Hideo Osaka (n. 1943) que ofrece la vista secuenciada del interior de un tren, en 1969, grabados y piezas de arte objeto.

La curaduría de la muestra ofreció sorpresas gratas. La principal está referida a la inclusión, para las colecciones del museo, de la pintura El dominio del color negro, de Manuel Felguérez, realizada el año pasado. Es la obra más tardía entre todas las que se incluyeron y recibe al espectador a la entrada, donde se colocó como emblema uno de los cinco estudios al óleo que Balthus realizó para el famoso cuadro El sueño. Esta pintura fue donada al museo por un veterano artista y dibujante mexicano: Ben Hur Baz-Viaud.

Cuando tuvo lugar la individual de Balthus el año pasado, en el museo de Dijon (Francia), el cuadro, incluido en el catálogo razonado de Balthus, concurrió a petición de los curadores franceses. Para el público visitante habitual al MAM, no es una novedad, porque ya se ha exhibido, pero sí lo es para los visitantes ocasionales. En cambio, hay obras que prácticamente son inéditas.

Hay un rubro de alguna forma vinculado al pop, integrado por Valerio Adami, Chuk Clase y Robert Longo. José Luis Cuevas aparece flanqueado por Alfred Hrdlicka, representado con un dibujo de 1969 de su serie Ejecución II.

Karel Appel, del grupo COBRA, alterna con el chileno Mario Toral y la argentina Raquel Forner (1902-1989). Su pieza es vecina de una pintura hasta ahora inédita, La playa, realizada por la estadunidense Marcia Marx bajo el influjo de la nueva figuración hacia el final de los años cincuenta, época en la que ella vivió en México.

Alechinsky y Gironella aparecen en conexión y dos peruanos, Alberto Dávila y Fernando de Szyszlo, alternan con Lagarto, de Francisco Toledo, de 1973.

Un año después el venezolano Jacobo Borges realizó el óleo, con influencia de Francis Bacon, titulado Rueda de locos.

Vicente Rojo, el catalán Daniel Argimón y el brasileño Arcangelo Ianelli ocupan espacios vecinos, y esa sección termina con el homenaje que el epígono de los expresionistas abstractos, Adja Yunkers (1900-1983) dedicó a Barnett Newman, cuando éste murió en 1970.

Entre las piezas tridimensionales hay varias relacionadas con el pop art: Vassarely, Rogelio Polessello y Feliciano Béjar integran este apartado. Es interesante constatar la manera en que algunos escultores japoneses de primer nivel se sintieron atraídos durante la década de los setenta por nuestro país.

La adecuada iluminación de estas obras y el contexto en el que se exhiben resaltan las constantes y las diferencias, tanto en el manejo de los volúmenes como en la textura de los materiales. El suizo Willy Guttman, en cambio, ofrece durante esa misma década una opción completamente diferente.

El público puede complementar la visión del acervo que comento con la colección internacional del Museo Tamayo, que se encontrará expuesta casi en su totalidad durante el mismo periodo de vigencia que ofrece la del Museo de Arte Moderno.

Sería deseable que ocasionalmente piezas de ambas colecciones se exhibieran en el mismo recinto, cosa que hasta ahora, excepto préstamos excepcionales, no ha ocurrido.

La convergencia de esta muestra con otra que se inaugurará el próximo 15 de febrero y que está integrada exclusivamente por obras realizadas en la década de los sesenta, puede contribuir a borrar ciertas fronteras fincadas en los nacionalismos, cosa que en determinados momentos ha entorpecido el análisis de los productos artísticos.