MARTES Ť 30 Ť ENERO Ť 2001
Ugo Pipitone
Davos, otra vez
En 1924 Thomas Mann publicó la novela gracias a la cual obtuvo el premio Nobel de literatura. En La montaña mágica, ambientada en un sanatorio de Davos, el novelista describía el contraste entre un iluminista italiano cargado de buenos deseos y un jesuita entrampado en una mezcla de astucia sofista y de desconfianza en el destino de la humanidad. De un lado, una ingenuidad voluntariosa; del otro, un erudito realismo cínico.
Casi ocho décadas después, el contraste entre la reunión de Davos y la de Porto Alegre refleja, mutatis mutandis, el mismo contraste. De una parte, una autocomplacencia sólo preocupada por los indicadores de crecimiento económico mundial; de la otra, razones cargadas de densidad moral que no terminan de cuajar en proyectos políticos viables capaces de asumir los tiempos del mundo como ámbito ineludible de la acción colectiva. De una parte, la globalización como evangelio redentor; de la otra, la globalización como una potencia satánica fuente de desgracias apocalípticas. En el medio, nada. O muy poco.
O sea, un choque de fe. Y eso es lo más inquietante del momento actual: ese ambiente dominado por la autocomplacencia liberal y por el mesianismo moralista. Después del largo ciclo histórico de la revolución industrial (del cual Karl Marx fue en varias ocasiones un apologeta), la educación pública y los esquemas de seguridad social fueron la forma para incrementar los costos sociales de la producción en el reconocimiento de que el desarrollo industrial había creado distorsiones sociales intolerables.
El entusiasmo faustiano de la actualidad aún no crea la conciencia de la necesidad de regular los espíritus animales del capitalismo global. ƑCuáles son los problemas que esperan una respuesta que aún no viene? Mencionemos tres, que tal vez sean los más importantes. En primer lugar la reforma del sistema monetario y financiero internacional. Un ejemplo: pocas dudas caben de que los movimientos de los capitales a escala global se han convertido en una notable palanca de desarrollo, pero, igualmente, pocas dudas deberían caber a propósito del hecho que constituye una ausencia escandalosa la falta de impuestos sobre una gigantesca riqueza que viaja diariamente por el mundo convirtiéndolo en una especie de Far West del capitalismo financiero.
En segundo lugar, la ausencia de una visión global sobre la necesidad de apoyo al desarrollo económico de enteras zonas del planeta dominadas por miseria, deterioro ecológico, inestabilidad social y recurrentes oleadas de fanatismo religioso. Si el Estado de bienestar fue hace más de 50 años la respuesta a las distorsiones creadas por un ciclo histórico de crecimiento industrial, en la actualidad se plantea el mismo problema en referencia a la necesidad de apoyo internacional al desarrollo de las áreas más marginadas del mundo. Y es obvio que el palabrerío bien intencionado de gobiernos y organismos internacionales sirven a lo sumo para anestesiar la ausencia de voluntades e ideas dirigidas a enfrentar problemas globales de consecuencias inimaginables en el futuro cercano.
En tercer lugar, la cuestión ecológica. Estamos frente a un desarrollo sin reglas globales que amenaza comprometer en forma irreversible los equilibrios naturales en que se sustenta la vida del planeta. Un solo ejemplo: Ƒquién autorizó que una carreta del mar, como el carguero Jessica, surcara los mares para derramar 600 mil litros de combustibles altamente contaminantes frente a las islas Galápagos? ƑNo es éste uno de los mejores ejemplos del salvajismo que, en un mundo sin reglas, permite elevadas ganancias al costo de comprometer equilibrios ecológicos ya tan precarios?
Moraleja: la globalización no es el enemigo. El problema no estaba en el pasado en prohibir el ferrocarril como no está en el presente en satanizar el escenario global en que opera el capitalismo. El problema consiste en encontrar fórmulas internacionales que incrementen el costo social de la producción, sobre todo en los países más ricos. Pero entre neoliberalismo y utopismo redentor (que, en la cumbre del trastorno mental, llega a considerar a Cuba como modelo del futuro), estamos en la olla. Para decirlo científicamente.