martes Ť 30 Ťenero Ť 2001

Marco Rascón

La unión de liberales y conservadores

Las dos corrientes ideológicas predominantes desde la fundación del Estado mexicano han adquirido una gran deuda con las naciones indias del país: ambas excluyeron de derechos plenos a los indios, que han sido vistos como pobres crónicos, pero nunca como parte histórica, jurídica y cultural de la nación mexicana.

Liberales y conservadores parecen fariseos ya que de un lado hablan del derecho de las naciones indias, pero por otro se oponen a su integración nacional. Si Marcos y el EZLN vienen a la capital ante los poderes de la República es en búsqueda de esa integración, ante lo que desde ahora reciben el rechazo de los herederos de Lorenzo de Zavala, quienes en el siglo pasado no buscaron ir a la ciudad de México para resolver sus conflictos con la República, sino que corrieron hacia Texas, la independizaron, y después la anexaron a Estados Unidos. Esta tradición separatista ha sido constantemente promovida por la casta divina de Yucatán, los coletos de Chiapas y los modernos empresarios de Chihuahua, Nuevo León y Baja California, que no sólo desprecian la unión equitativa con las naciones indias, sino el federalismo y a la capital contra la que han conspirado siempre. Esos son los que ganaron el 2 de julio y conducen el cambio en México.

Si los conservadores que hoy ocupan el gobierno han sido por naturaleza autonomistas, los liberales pretendieron "civilizar" y disolver las naciones indias mediante la "igualdad" civil, pero sin reconocer el derecho a la diversidad cultural.

Los zacapoaxtlas que combatieron en la batalla de Puebla son reconocidos por la República liberal como militares, pero no como parte de la nación originaria. Benito Juárez tiene reconocimiento civil, no por su origen, sino porque dejó de ser indio y como ladino pensó a la República y sus leyes. Al término de la Guerra de Tres Años contra los franceses y la alianza europea, el liberalismo declaró la guerra a las naciones indias en su afán civilizatorio, a las que terminó exterminando en el norte, gracias al "valor" del Héroe de Tres Castillas, Joaquín Terrazas, a quien se le recuerda por su lucha contra "la barbarie" y porque mató a Jerónimo, el último jefe apache. Bajo el retrato de Juárez, sus herederos priístas hicieron lo mismo en Chiapas, pues el liberalismo trajo consigo el despojo de las tierras comunales mediante las leyes de deslinde al tiempo que se desamortizaban los bienes del clero. De ahí nació, medio siglo después, el zapatismo y el grito "šTierra y Libertad!", y de ahí mismo renació el neozapatismo.

Los conservadores forjaron la idea de que el buen indio es el sumiso que acepta su condición de sirviente y creyente fiel. La Iglesia católica y los luteranos consideraron a los indios su base social y así establecieron un vínculo de sumisión con sus doctrinas. Entre Bartolomé de las Casas y el Instituto Lingüístico de Verano (ILV) la disputa bíblica por someter usos y costumbres ha sido la principal causa de las guerras interindias en Chiapas, Oaxaca, Nayarit y las Huastecas.

En nuestros días, México vive la unión de liberales y conservadores; su síntesis es el neoliberalismo. Ambos combatieron las corrientes sociales progresistas en nombre del individualismo; ambos renunciaron a un proyecto nacional propio y sirvieron de puente a la globalización comercial y económica, porque uno y otro cultivaron una burguesía subsidiada, inepta y corrupta, que hoy se ha convertido en la fuerza del "cambio" y en la moralizadora de la República. Esta falange empresarial es representativa de la unión entre liberales y conservadores, los cuales se unieron, antes como PRI, y ahora como PAN o foxismo para impedir la igualdad jurídica de las naciones indias.

La marcha del EZLN hacia la ciudad de México debe ser ubicada y definida en su contexto histórico frente al pacto perverso entre liberales y conservadores, que constituye la principal piedra ideológica que obstaculiza una nueva y justa integración cultural de la República con las naciones indias. El asunto no es territorial, sino conceptual y es para que se reinicie un proceso de reforma constitucional que considere la igualdad para las 56 naciones indias existentes y no sólo la criolla-mestiza de habla española que se impuso a todas.

Una nación de naciones como México, con instinto de defensa frente a la globalización, buscaría fortalecer y dar derechos plenos a las naciones indias, independientemente del territorio que pisen sus miembros naturales o sus adherentes. Si la connotación indígena dejara de ser sinónimo de pobreza y atraso, en México existiría por sí sola la fuerza de la indianización y no sólo la ladinización.

Esta es tarea de un Constituyente claro y con gran visión de futuro. Dado este panorama se entiende que el peligro no son las capuchas, sino la composición y las confusiones de un Congreso criollo e ignorante, que no sabe que una marcha, como la del EZLN hacia la capital, podría ser la base para crear una nueva estructura jurídica de las naciones culturales que componen a México y le dan identidad para ver al mundo con fuerza, justicia y igualdad.