martes Ť 30 Ťenero Ť 2001
José Blanco
Jeremíacos infecundos
El poder político se constituye a partir de una relación de fuerzas determinada, dijo Perogrullo. Condiciones análogas operan en la economía: está de por medio, siempre, una relación de fuerzas específica.
Todo mundo tiene derecho a las lamentaciones y al jeremiqueo, pero unos y otro dejan al poder político y a la operación económica, intactos. El conocimiento y la organización efectivos pueden alterar las relaciones de fuerza y cambiar las cosas. Los lagrimones o los gritos y sombrerazos son invariablemente estériles. Como parece evidente, los protestantes de Davos, o los contestatarios de Porto Alegre, se parecen más al profeta Jeremías que a la conformación de espacios de conocimiento o de organización que puedan cambiar al mundo. ƑO habrá secuelas e iniciativas reales a partir de Davos o de Puerto Alegre destinadas al conocimiento y la organización de las sociedades, con el propósito de trastocar las relaciones de fuerzas? No lo parece: ahí no se fue mucho más allá de condenar, por enésima vez, inútilmente, al maligno de la "globalización neoliberal". Cárdenas afirmó impertérrito en Porto Alegre que la globalización, tal como la conocemos, deriva del Consenso de Washington. Como si el tal "consenso" estuviera vigente en alguna parte, o se hubiera limitado a la idea de la desregulación. O Lula, que usando a fondo la fuerza efectiva del exorcismo, llamó "maldita" a la "doctrina neoliberal".
El consenso sufrió su primera y decisiva crítica "interna" de parte de una de las instituciones que participó en su formulación: el Banco Mundial; por la vía de la pluma de J. Stiglitz, su vicepresidente. Y aunque el consenso fue específicamente formulado frente a los problemas de América Latina de los años ochenta (y no para inventar la globalización), también se aplicó en Rusia. En México y en Rusia y en múltiples otros países, en sus especificaciones de política económica, el consenso fracasó, fue abandonado y el espacio de ese debate se llamó, precisamente, Más allá del consenso de Washington. En México el consenso fue sepultado por el "error de diciembre" en 1994.
Cualquier movimiento social genuino es expresión de necesidades sociales que buscan ser resueltas mediante la presión social y política al poder constituido. En otros términos, por definición ningún movimiento social se hace cargo, ni puede hacerse, de la complejidad y las antinomias de la sociedad global. Pero el gobierno y los partidos políticos genuinos no pueden simplemente asumir las demandas de los movimientos sociales, justamente porque están para operar síntesis de demandas e intereses contradictorios y hacer posible así el gobierno de la sociedad como conjunto. Cuando un partido asume tal cual las demandas parciales de un movimiento social, no hace sino dejar de ser partido político para convertirse él mismo en movimiento social.
Pero protestantes y contestatarios no son ni partidos políticos ni movimientos sociales. Son eso: protestantes y contestatarios. Por eso cuando varía la coyuntura, desaparecen. Aparecen otros, protestando frente a nuevos problemas. Así, muchos de ellos, inclusive creen divertirse a costa de los tontos poderosos. El espacio de la sociedad democrática los impulsa, de modo que los habrá por siempre. Pero los partidos políticos tienen que hacerse cargo de la sociedad global, incluidos, por hoy, los incautos globalifóbicos.
A la par de un nuevo perfil tecnológico de la economía mundial, fue activada desde mediados de los años setenta la mundialización del sector financiero y, de modo especial, los nuevos modos del transporte y la comunicación. En los ochenta, adicionada con esos componentes, la economía mundial dio lugar a lo que hoy se llama globalización.
No puede haber economía mundial que funcione adecuadamente para todos en el marco de políticas nacionales que jalan cada una en direcciones distintas como enloquecidos jinetes apocalípticos. Pero también, la homogeneización de reglas de operación internacionales no puede ni debe cancelar políticas nacionales particulares, para crear las instituciones adecuadas en cada país, que concilien con el óptimo funcionamiento de la aldea global.
La pobreza del mundo no nació con la globalización. Proviene del fondo de la historia de la humanidad. Pero fue empeorada por la globalización, justamente porque múltiples países no están ni tecnológica ni institucionalmente preparados para funcionar con eficacia en el marco global. La economía mundo desarticula a las economías locales, pero no las incorpora automáticamente a la globalización productiva. No es dama de la caridad; es una relación de fuerzas. Quienes tienen que incorporarla son los que ahí habitan, en la sociedad local. O decidir no participar en la aldea humana.
Generemos conocimiento y organización: es mejor que el jeremiqueo.