LUNES Ť 29 Ť ENERO Ť 2001
Marcos Roitman Rosenmann
El control social de la producción teórica
Mirar en profundidad, hacer teoría, es construir realidad. Por ello, el control sobre la producción teórica y su difusión es una lucha política descarnada. Históricamente dicho control se ha ejercido de diferentes maneras. La represión, la tortura, el asesinato, el chantaje o la corrupción son singularidades de un mismo fenómeno: atacar al productor de pensamiento crítico. Formular una interpretación antagónica al paradigma dominante mina el control social e ideológico del poder sobre la sociedad. Ello ha sido motivo suficiente para someter la producción teórica a un control político.
La censura, práctica habitual ejercida por el poder político sobre el pensamiento crítico, renueva continuamente sus técnicas represivas, progresa. Un ejemplo es el proceso de secularización específico de occidente. En él, la Iglesia católica, apostólica y romana pierde lentamente el control sobre la creación de teoría y sobre la construcción de la realidad, hoy no puede mandar a la hoguera a ningún hereje. Sin embargo, sigue ejerciendo la inquisición sobre la comunidad de creyentes. No los asesina, simplemente los excomulga y aísla, como ha sucedido con el movimiento cristiano por el socialismo o los sacerdotes defensores de la teología de la liberación. Otra religión, la islámica, no sometida a un proceso de secularización del poder político, en su interpretación fundamentalista defendida por Irán, dicta orden de ajusticiamiento. El caso del "escritor hereje" Salman Rushdie es buena muestra.
Todo control impuesto por el poder político al ejercicio de la crítica teórica genera una inventiva anticensura. Un ejemplo de actualidad lo constituye el uso de Internet como espacio para romper el bloqueo informativo impuesto sobre los medios de comunicación social tradicionales. Su uso democrático para informar verazmente es vital. El EZLN demostró cómo romper barreras de censura. Pero más allá de Internet, medio aún minoritario y elitista, la radio, la televisión y la prensa siguen siendo los medios de comunicación social masivos por excelencia. Y en el caso de la producción de conocimiento teórico, las editoriales científicas o técnicas son el referente.
La producción editorial de pensamiento crítico obliga a desplegar formas de censura ya probadas durante el siglo xix para impedir la propagación del ideario socialista. Cuando dicho objetivo resultó ser una tarea imposible, se optó por controlar los espacios de difusión, distribución y venta. Se trataba de aislar un saber alternativo. Armand Matellart lo aclara en su obra La invención de la comunicación: "Pero el auge y el éxito de este tipo de literatura destinada al pueblo y que los hace vibrar en la Francia de los años 1840-1850, se alcanzan en detrimento de una forma más antigua de 'cultura popular', la literatura de venta ambulante, que está en el punto de mira del gobierno. Sus libros son considerados 'subversivos e inmorales'... De ahí la creación, en 1852, el año de la instauración del Imperio, por parte del ministerio de Policía General, de una Comisión de Examen de los libros de venta ambulante. No bastaba con vigilar a los vendedores ambulantes, había que controlar el contenido de las obras difundidas y comprobar que no era contrario 'al orden, la moral y la religión.'"
Hoy, la censura del pensamiento crítico no requiere de una orden ministerial, aunque siga siendo una de las prerrogativas del poder político; con eliminar la publicidad pagada o presionar a las empresas anunciantes se puede solucionar el problema. Se ahoga financieramente y con ello se amordaza la libertad de expresión real. Otra alternativa, comprar el medio de comunicación en cuestión.
Lo destacable de estos mecanismos de censura está en el hecho significativo que la presión financiera se refuerza por el mayor grado de monopolización de las empresas privadas controladoras del mundo de la comunicación social (CNN, Prisa, O Globo, BBC, o Televisa, por ejemplo). Un mismo grupo tiene cadenas de televisión, radio, prensa y editoriales en cuyo seno difunden los valores ideológico-políticos y económicos de un orden neo-oligárquico. Sea en su vertiente tercera vía o de explotación capitalista salvaje.
El control y la censura se ejerce seleccionando argumentos y autores. El grupo empresarial -no importa cuál, todos comparten el mismo fin espirio: la ganancia y el control social y político de la realidad- decide qué es relevante publicar y qué no lo es. Su acercamiento o distancia del poder político determina las estrategias editoriales, autores potenciados y caídos en desgracia. Quiénes reciben premios, quiénes comentan a sus pares y si lo hace en radio, prensa o televisión. Todo está reglado para apropiarse de la construcción social de la realidad. Con ello se indica cuál es la dirección correcta del pensar y del conocimiento teórico. Lo alternativo vive en las cloacas, en los bajos fondos o simplemente no existe; además es desechable y marginal. Este es el argumento construido por el poder neooligárquico para desarmar el pensamiento crítico y evitar su circulación. Ello no significa que no haya alternativa democrática, señala cómo las formas de control y censura se han perfeccionado al extremo de hacerse casi invisibles, gracias al control teórico de lo alternativo políticamente correcto. Aquello que debe entenderse como lo admisible y tolerable.
La compra de editoriales y publicaciones periódicas con tradición crítica sirve para lograr este fin. Lo que antes era espacio de difusión del pensamiento crítico se transforma en manos de los monopolios de la comunicación en espacio divulgación de pensamiento social-conformista, sistémico o de la tercera vía. Para variar, España es buen ejemplo. Revistas de la época antifranquista de tradición democrática, compradas por el grupo Prisa (El País) o por grupo El Mundo, pierden sus señas de identidad, pero su reaparición sirve para engañar a sus compradores. A medida que se leen sus artículos, los nuevos lectores terminan convencidos que sólo existe una visión alternativa correcta del mundo y que ella se reduce a un problema de producir una buena gestión de lo público. Pragmatismo necesario para abdicar del juicio crítico. Por ello, para romper este bloqueo es necesario recuperar el rigor y la disciplina que todo proceso de conocimiento requiere. Mirar en profundidad, hacer teoría y construir realidad es la tarea impuesta al pensamiento crítico y democrático del siglo xxi. Ojalá no se defraude.