lunes Ť 29 Ť enero Ť 2001

Iván Restrepo

Desastres naturales, los otros culpables

El devastador sismo que el viernes sacudió a la India dejando más de 6 mil muertos y miles de desaparecidos, mandó al olvido el terremoto que sacudió a El Salvador hace dos semanas.

Según datos preliminares del gobierno salvadoreño, el movimiento telúrico dejó 726 muertos, 4 mil 420 heridos, cerca de 2 mil desaparecidos, más de un millón de damnificados y pérdidas materiales por más de mil millones de dólares. Pero los fríos datos con que acostumbran los funcionarios resumir las tragedias, que con frecuencia atribuyen exclusivamente a fenómenos naturales, esconden los factores que contribuyeron a ellas.

Apenas hace menos de tres años, un huracán, Mitch, hizo de las suyas entre decenas de miles de familias en Centroamérica. En un principio, las autoridades trataron de atribuir el origen del desastre a la fuerza del huracán y al agua que dejó caer sobre la tierra. Pronto se comprobó que la deforestación, así como permitir que se levantaran endebles casuchas en lugares inadecuados, e invadir con obras públicas o asentamientos humanos los cauces naturales de ríos y arroyos, fueron factores fundamentales para que Mitch causara tanto daño en Nicaragua y Honduras, por ejemplo. La desidia oficial y la pobreza contribuyeron notablemente a aumentar la magnitud del desastre.

Con el terremoto reciente en El Salvador se repite la historia: según organizaciones ecologistas, en dicho país no se quiso entender la lección de que con la naturaleza no se puede jugar.

Ricardo Navarro, director del Centro de Tecnología Apropiada, recuerda que hace más de un año advirtieron al gobierno y a empresas constructoras privadas que en la cordillera de El Bálsamo no se debía deforestar ni urbanizar. Sin embargo, dos compañías edificaron decenas de viviendas en el llamado cerro La Colina, que fueron sepultadas por el deslave de tierras que ocasionó el terremoto. Es precisamente en este sitio donde más vidas se perdieron; alrededor de 300.

Hoy es claro que la voracidad de esas compañías privadas y la complicidad de las dependencias oficiales, que dieron los permisos para edificar en una zona peligrosa por su fragilidad, tienen su parte de culpa en esas muertes.

Con frecuencia, gobiernos y empresarios, cuya meta es la obtención de ganancias fáciles y rápidas, suelen calificar como exagerados los señalamientos de los grupos ecologistas serios y bien informados, que en todo el mundo cuestionan programas que causarán desajustes en el medio ambiente y el bienestar de la población. Esto ocurre lo mismo en México que en Brasil o Japón. En El Salvador, la opinión de los grupos ecologistas sobre los saldos negativos del terremoto fue compartida por el obispo de la capital, Gregorio Rosa, quien señaló como causas centrales de la tragedia a la pobreza de gran parte de la población y a "la irrespetuosidad hacia las leyes de la naturaleza".

Bueno es recordar que en México también es la gente más desvalida la que sufre cuando se presentan sismos, los huracanes dejan sentir su fuerza o las lluvias y las crecidas de los ríos inundan poblaciones o desgajan cerros. Aquí también la desidia y la tolerancia oficiales, su complicidad y permisividad para con las empresas constructoras de obra pública y fraccionamientos, y su apoyo a líderes del PRI, responsables de la invasión en zonas de alta fragilidad, son causantes de decenas de muertes.

Los ejemplos abundan: el huracán Paulina y sus lamentables saldos en la costa, la sierra de Oaxaca y en el puerto de Acapulco; las inundaciones en Chalco y Ecatepec; los muertos por las lluvias en Puebla y Veracruz.

En todas esas tragedias hay también una constante: ninguno de los responsables paga por el daño que causó. La complicidad empresarios-funcionarios-líderes políticos es más poderosa que el anuncio del equipo gobernante de hacer justicia y sancionar a los culpables.

Además, llama la atención que tales hechos ocurran en países cuya clase dirigente, la que controla y disfruta la riqueza y la que conduce los asuntos oficiales, confiese su acendrado catolicismo y periódicamente ponga bajo protección divina a obreros y campesinos. Por lo visto, olvida sus creencias a la hora de hacer negocios a costa de los más necesitados y de la naturaleza.