LUNES Ť 29 Ť ENERO Ť 2001
Angel Guerra Cabrera
Cuba: señales inquietantes
La recuperación económica conseguida por Cuba en condiciones particularmente adversas, es ya un referente indispensable para quienes se decidan a revertir las inhumanas políticas neoliberales en otras partes del mundo.
La dirección revolucionaria recibió la confianza del pueblo para sacar al país de la crisis y las medidas que tomó para sortearla han logrado mantener gran parte del consenso social en que históricamente ha basado su legitimidad.
En medio de la crisis la isla logró mejorar casi todos sus índices de salud y mantenerlos por encima del resto de América Latina. Siguió dedicando una parte importante del presupuesto a la educación y al gasto social y dio pasos tangibles para proteger a los más desfavorecidos.
Hay señales alentadoras. El propio hecho de no haber cedido a los cantos de sirena neoliberales y haber buscado tozudamente soluciones propias a la crisis a partir de una posición humanista, patriótica e internacionalista, constituye una sólida base que a la postre puede reconquistar la fe en una alternativa revolucionaria de los cubanos que la han perdido.
A la vez, experiencias de vanguardia han posibilitado el inicio no sólo de la recuperación económica, sino también del reverdecimiento de la vida espiritual y cultural de la isla. Entre ellas, el gradual rescate de la moral de trabajo y la elevación sucesiva de la eficiencia empresarial en sectores importantes de la industria y los servicios. No podría decirse lo mismo de la producción agropecuaria, pero en la estratégica agroindustria azucarera parecería estar en marcha un serio esfuerzo modernizador.
Es estimulante la atención prioritaria del Estado a la cultura, potenciada por el autofinanciamiento de las instituciones, que ha permitido ya igualar y hasta superar la actividad anterior a la crisis y dar un apoyo notable al movimiento artístico. Resalta por su integralidad el proyecto de restauración de La Habana Vieja, donde se aprecia una voluntad política de hacer de su población beneficiaria directa del singular y exitoso esquema de rescate del patrimonio y promoción del turismo y, a la vez, su reversión en la elevación de la calidad de vida y la cultura general.
Pero simultáneamente hay señales inquietantes que abren interrogantes respecto al futuro del régimen revolucionario. Salta a la vista la indiferencia, cuando no el cuestionamiento a aquél, de un sector importante de jóvenes actualmente entre la veintena y la treintena de su vida. Es ésta la franja de población que decidirá el rumbo del país en los próximos años y sería imposible mantener a Cuba en el curso antimperialista y socialista sin buscar fórmulas actualizadas que permitan hilar los sentimientos de esta generación con los sueños de las que han sostenido hasta hoy ese derrotero. Es de presumir que el gobierno cubano sea consciente de esta realidad, dada su probada sensibilidad y responsabilidad políticas, pero por momentos podría pensarse lo contrario a juzgar por el triunfalismo, el maniqueísmo y la tendencia a asumir a la sociedad como un todo homogéneo, que suelen teñir el discurso oficial.
Precisamente como consecuencia de las transformaciones revolucionarias, la sociedad cubana de hoy es mucho más compleja y demandante que la prerrevolucionaria, e incluso que la de hace una década, con cientos de miles de profesionales, centenares de científicos, decenas de miles de obreros altamente calificados y una mucho más numerosa e influyente comunidad intelectual y artística. Las reformas económicas hicieron surgir notables diferencias sociales -sumadas a las que ya portaba la burocracia tradicional- al crear un segmento numeroso que, bien por ocuparse en el llamado sector emergente, trabajar por su cuenta, o recibir remesas familiares, goza de un nivel de vida superior al resto. Todo ello y el importante espacio concedido a las religiones conforma un entorno social más plural y tenso donde son ostensibles nuevos intereses, apetencias y diferencias ideológicas.
Las estructuras políticas dan casi siempre la impresión de no comprender estos fenómenos y de no disponer de propuestas para enfrentarlos creativamente, nostálgicas de los tiempos del socialismo real cuando todo parecía más fácil. Listas, en todo caso, a dar soluciones coyunturales y pragmáticas cuando sale a flote alguna disfunción, real o supuesta. La ausencia de un debate público sobre éstos y otros problemas palpitantes es uno de los signos más evidentes de que son indispensables medidas de renovación política e ideológica. Más aún en vista de la necesidad del unipartidismo por ahora.
Aunque el debate académico, en particular en las ciencias sociales, ha alcanzado un apreciable nivel de dignidad y se ha abierto a la investigación de nuevos temas, antes vedados por la influencia que llegaron a ejercer las políticas soviéticas, este caudal de ideas no se amplifica a los grandes medios de comunicación ni siquiera cuando se generan a partir de respetables posiciones marxistas.
El escenario actual de Cuba reclama una mayor pluralidad política, una reducción del centralismo en el diseño de la vida cotidiana y el fomento de la participación popular en la planeación del futuro deseado. No posponer más el auténtico control por los ciudadanos sobre la gestión partidista y estatal ni el reconocimiento institucional y el diálogo cordial con los nuevos actores sociales.