DOMINGO Ť 28 Ť ENERO Ť 2001
Eduardo Galeano
El diluvio
Dios había decidido repetir el castigo. Harto de las violencias del mundo, había decidido borrar de la faz de la tierra toda la carne creada por su mano. Iban a ser exterminadas las gentes y las bestias y las sierpes y hasta las aves del cielo.
Cuando el sabio Johannes Stoeffler dio a conocer la fecha exacta del segundo diluvio universal, que iba a sepultar a todos bajo las aguas el día 4 de febrero de l524, el conde von Igleheim se encogió de hombros. Pero entonces ocurrió que Dios en persona se le apareció en sueños, barba de relámpagos, voz de truenos, y le anunció:
-Morirás ahogado.
El conde von Igleheim, que era capaz de repetir la Biblia entera de memoria, saltó del lecho y mandó llamar de urgencia a los mejores carpinteros de la región. Y en un santiamén apareció en las aguas del río Rin una inmensa arca flotante, alta de tres pisos, hecha de maderas resinosas y calafateada por dentro y por fuera. Y el conde se metió en ella, con su familia y toda su servidumbre y víveres en abundancia, y llevó al arca una pareja de macho y hembra de cada especie de todos los bichos que poblaban la tierra y el aire. Y esperó.
Cayó lluvia en el día señalado. No mucha, fue más bien una llovizna; pero las primeras gotas bastaron para desatar el pánico de la humanidad. Todo el mundo enloqueció. Y una multitud desesperada invadió los muelles y se apoderó del arca.
El conde opuso resistencia y fue arrojado a las aguas del río, donde ahogado murió.