D0MINGO Ť 28 Ť ENERO Ť 2001

Angeles González Gamio

San Juan de Letrán

Es una de las avenidas más importantes de México; de poca gracia aparente, suele ser usada como punto de comparación con calles de ciudades importantes del mundo, diciendo " esa avenida de tanta fama en... haz de cuenta que es San Juan de Letrán", para hacer ver sus escasos encantos; sin embargo, sabiéndola ver tiene muchos. Por lo pronto, es rica en historia; por ahí pasaba la que se convertía en la célebre Acequia Real, que corría por lo que hoy es Venustiano Carranza, se desviaba por el callejón de Dolores, que sería más o menos lo que ahora es Bolívar, y tomaba la actual calle 16 de Septiembre, para pasar por el Portal de las Flores, situado en donde hoy se ubica el Palacio del Ayuntamiento y desembocaba en el populoso barrio de La Merced; era, sin duda, la vía pluvial más importante de la ciudad.

Durante el virreinato, a su vera se estableció el Colegio de San Juan de Letrán, fundado en el siglo XVI por fray Juan de Zumárraga, para protección de niños huérfanos, mestizos. En ese sitio, en 1836, un grupo de brillantes jóvenes de ideas avanzadas, se reunió en un pequeño cuarto que ocupaba José María Lacunza, sitio al que Guillermo Prieto, otro de los integrantes, describe en sus memorias como "tosco y chaparro, con una puerta cochera por fachada, un connato de templo de arquitectura equívoca y sin techo ni bóvedas, que pudiera pasar por corral inmundo sin su careta eclesiástica y unas cuantas accesorias interrumpidas con una casa de vecindad".

En ese lugar nació la Academia de Letrán, que convocó a los mencionados y a José Joaquín Pesado, Manuel Eulogio Carpio, Fernando Calderón, Ignacio Rodríguez Galván, Manuel Eduardo Gutiérrez e Ignacio Ramírez, mejor conocido como El Nigromante. Todos ellos, lo que tenían de riqueza intelectual lo habían de pobreza económica, por lo que el festín para inaugurar los trabajos de la Academia, fue una piña espolvoreada con azúcar, que compraron de "coperacha". Enterado de sus actividades, una tarde se apareció en el recinto don Andrés Quintana Roo, maestro de varios de ellos, quien anunció: "Vengo a ver qué hacen mis muchachos"; el júbilo con que fue recibido, se expresó en su nombramiento como presidente perpetuo. Establecidas las reglas, que consistían en que... no había reglas, cada uno de ellos llevaba una composición en verso o prosa para leer ante la concurrencia y ser criticado, previo nombramiento de un defensor del enjuiciado.

Este es pues el origen del nombre de esta avenida, que hace unos años fue cambiado por Eje Central Lázaro Cárdenas, sin embargo para buena parte de los capitalinos sigue siendo San Juan de Letrán, razón por la que a sugerencia del ilustre doctor Miguel León Portilla, el Consejo de la Crónica de la Ciudad de México ha propuesto que se coloquen unas placas que señalen el nombre actual con el añadido "tramo San Juan de Letrán", misma placa que se instalaría en los tramos que fueron Niño Perdido, Santa María la Redonda, la Piedad y demás antiguos nombres del resto de la vía; esperamos que las actuales autoridades del gobierno capitalino acojan esta iniciativa, que colabora a preservar la memoria histórica de la ciudad.

En cuanto a su encanto, no hay que olvidar que conserva construcciones magníficas, como la réplica exacta de la fuente del Salto del Agua, esa maravilla barroca en donde desembocaba el acueducto que traía el agua de Chapultepec, para abastecer esa zona de la ciudad. Enfrente se encuentra la linda capilla de la Inmaculada Concepción, construida a fines del siglo XVIII en tezontle y cantera bellamente labrada; debido a obras viales "modernas" quedó en una isleta entre el tráfago de coches. Un par de cuadras adelante, se distingue el majestuoso edificio del Colegio de las Vizcaínas y pasos adelante el que fuese edificio Cook, que resguarda las capillas de San Antonio y El Calvario, joya del barroco, que conserva su cúpula con azulejos originales, y no olvidemos que en esa vía está el imponente Palacio de Bellas Artes y uno de los símbolos del México moderno: la Torre Latinoamericana.

Para la pausa gastronómica también hay variedad: en las Vizcaínas el sabroso café de Doña Antonia, atendido por las tres Gracias; a unos pasos, la tradicional Casa Valencia, con su comida abundante y económica, en la que desde luego no falta la paella, y de más postín el café Palacio, en el Palacio de Bellas Artes, con opíparas viandas y la posibilidad de escoger vista: el majestuoso vestíbulo, con un mural de Tamayo, o la Alameda Central, con sus magnolias
floreciendo.