domingo Ť 28 Ť enero Ť 2001

Guillermo Almeyra

Davos-Porto Alegre, dos morales

En davos, el presidente de la Confederación Helvética (la de bancos y transnacionales) mencionó a Carlos Marx, cada vez más ignorado por los bienpensantes y sus servidores universitarios. Alabó la obra del revolucionario diciendo que contenía muchas ideas justas. Esa ecuanimidad, desgraciadamente, no resulta de una repentina iluminación sino del hecho de que sobre Davos confluían las iras de miles de manifestantes de todos los países, para los cuales ni se acabó la historia ni el "pensamiento único" es aceptable y mucho menos una regla de vida.

A las palabras hipócritas del político, la policía suiza prefirió los chorros de mierda líquida -usted ha leído bien-, lanzados por sus mangueras, pues creían que los bastones que golpean las cabezas, y los excrementos arrojadizos que las embadurnan y ofenden, disuaden más eficazmente que el estiércol verbal que intenta rellenar esas mismas cabezas. Al fin y al cabo, la hipocresía es el homenaje del vicio a la virtud, cuyos valores aquél acepta verbalmente para poder seguir negándolos en la práctica, mientras que un garrote no homenajea nada.

En efecto, toda la palabrería sobre la lucha contra la pobreza y los reconocimientos a la justicia social sólo demuestran que los señores de Davos no pueden desplegar al sol la bandera de sus privilegios, y deben enmascararse porque están a la defensiva, por lo menos desde el punto de vista moral. La policía, con la sempiterna inteligencia que caracteriza a los polizontes, podrá, por su parte, decir "somos guardianes del orden", pero los políticos, que dependen también de la sociedad civil aunque sirvan en realidad a un puñado de propietarios de grandes empresas, no pueden declarar abiertamente "nuestro orden es el de una oligarquía que se basa sobre la explotación de las mayorías". Y he ahí, entonces, al Banco Mundial hablando de lucha contra la pobreza y de democracia, y a los banqueros recordando a Carlos Marx (que, según ellos, había sido varias veces enterrado).

Por el contrario, en Porto Alegre, el Foro Social Mundial por una Alternativa no contaba con presidentes de países, de bancos o de transnacionales, sino con intelectuales, universitarios, trabajadores, campesinos, jóvenes de diversas nacionalidades, así como también con las autoridades del estado de Rio Grande do Sul y de su capital, que quieren apoyarse en los sectores oprimidos y explotados para encontrar con ellos una alternativa a la política del capital financiero mundial, representada en Davos.

Tanto la manifestación como la discusión libre y democrática de quienes están hoy de la parte de los perdedores mostraban que la moral era de vencedores y que el "pueblo de Porto Alegre" tenía conciencia de todo lo que se había avanzado en el camino recorrido desde Seattle, Seúl, Praga, París y Niza. Para ese "pueblo" de alta moral, el tiempo es un factor favorable para fijar mejor los objetivos, afirmar y extender la organización, extender sus bases en todos los continentes; en cambio, para los hipócritas y desmoralizados de Davos, con sus mentiras paticortas, el tiempo es una amenaza.

Porque lo que está en juego en escala mundial no es sólo cómo contrarrestar la explotación de las inmensas mayorías por un capital que quiere hacer volver atrás dos siglos la rueda de la historia. También se combate contra la dominación, o sea, contra la aceptación por la cabeza de los explotados y oprimidos de las reglas, principios y valores de sus opresores o, al menos, de la neutralización de la capacidad crítica de las víctimas del sistema. Ahora bien, toda la creatividad en las luchas de resistencia y la imagen pública de Porto Alegre como contra-Davos crea un polo alternativo, un poder intelectual paralelo, un doble poder que se desarrollará. Y la debilidad de la banda de Davos, demostrada por su hipocresía y baja moral, sólo sirve para hacer resaltar que -como decía el general Necochea en la batalla de Boyacá, que selló la independencia latinoamericana de España- los "pelados" avanzan "a paso de vencedores".

El ex teórico de la dependencia convertido en presidente del Brasil, el sociólogo Fernando Henrique Cardoso, ha declarado que la reunión de Porto Alegre es "un acto ingenuo pagado por el gobierno del estado gaucho". Con eso sólo revela ser muy mal político y peor sociólogo, pues como científico excluye los símbolos y lo que podría suceder y pasará en el imaginario colectivo, y como político, al igual que su colega Carlos Salinas de Gortari, cree que es inteligente decir de sus adversarios populares: "ni los veo ni los oigo", asumiendo una actitud autista que le puede rendir frutos en la banda de Davos, pero no ante la opinión pública mundial, que es, precisamente, la que temen los davosianos.

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