domingo Ť 28 Ť enero Ť 2001

Antonio Gershenson

ƑQué reforma fiscal?

Es cierto que se requieren más recursos económicos públicos para aumentar el gasto social, para estimular el desarrollo económico y el empleo. También se requiere racionalizar otros gastos no prioritarios y eliminar los superfluos para lograr ese fin. La forma directa de aumentar esos recursos es una reforma fiscal. Pero sería equivocado identificar, como se ha hecho, una reforma fiscal cobrándoles el IVA a los alimentos y medicinas. Eso no reforma el sistema, sólo lo hace más injusto. Además, no resuelve nada, porque el dinero necesario no va a salir de los hambrientos y de los enfermos, que no lo tienen. Se acabaría de afectar el poder de compra de muchísima gente, bajarían las ventas de muchos productos de consumo generalizado y tendríamos una situación más recesiva o incluso una mayor crisis, como sucedió en 1995 cuando se aumentó el IVA a 15 por ciento.

Lo que se debe hacer en la reforma fiscal es eliminar el subsidio a sectores no productivos y apoyar a sectores productivos y a los que generen bastantes empleos en funciones útiles. Hoy se grava a una fábrica o, en general, a una empresa productiva, con 34 por ciento sobre su utilidad bruta; 15 de IVA sobre sus ventas; 2 por ciento sobre nóminas, y otros impuestos o derechos. En cambio, si alguien compra acciones en la Bolsa de Valores, con la idea de volverlas a vender cuando suban de precio, no paga impuestos por la compra ni por la venta, sino sólo, en ambos casos, la comisión de la casa de bolsa. Esto estimula la inversión especulativa y desalienta la productiva. El sistema impositivo debe ser al revés: que desaliente la especulación en la Bolsa (y en otros casos, como los inmuebles) y estimule la inversión productiva, por ejemplo suprimiendo el impuesto sobre nóminas (pagos al personal) y cobrando un porcentaje sobre la compra y venta de acciones.

En el mismo sentido, no se debe, como se ha dicho, gravar más al consumo y menos a los ingresos. En todo caso, debe gravarse más el consumo suntuario, con una tasa diferenciada del IVA más alta. Y deben gravarse más los altos ingresos de las personas. El dinero debe salir de quien lo tiene en exceso, y estimulando que se invierta en actividades productivas y generadoras de empleo.

Cuando se habla de homologar el IVA, se quiere decir que se va a cobrar el mismo porcentaje por comprar unas tortillas o un bolillo, que por comprar un yate o un avión privado. De lo que se trata no es de igualar el IVA, sino de diferenciarlo más.

En otro plano, es cierto que entre quienes no pagan impuestos hay muchos integrantes de lo que se ha llamado, no sin eufemismo, sector informal. Hay que encontrar formas de que los paguen. Pero también es cierto que ese sector creció precisamente por las políticas ultraliberales de castigar las actividades productivas y afectar las fuentes de empleo regular, en beneficio de algunos financieros y tecnócratas: nunca hubo dinero para aumentos salariales que generaran mercado interno ni crédito barato para la industria, pero sí hubo un dineral para el Fobaproa y luego el IPAB, para rescatar incluso a algunos banqueros prófugos de la justicia.

La única fábrica de bienes nacionales que prosperó con los regímenes tecnocráticos fue la fábrica de pobres. Lo poco que se desarrolló fue hacia la exportación, con las consecuencias de una mayor dependencia. Que si subió exageradamente el precio del gas natural en los Estados Unidos, pues sube aquí aunque no haya causas internas que lo justifiquen. Que si en el país vecino del norte se reduce el ritmo de crecimiento, pues aquí se cierran empresas. Que si allá estornudan, aquí tenemos pulmonía.

Se requiere dotar a la industria de un mercado interno sólido, y exportar los excedentes. Se trata de que el campo produzca para los mexicanos, y lo restante se exporte. Se trata de tener un verdadero crecimiento estable, basado en la producción real y no en jueguitos de cifras.