En su reciente libro, La memoria del olvido, Patricia Corres ?psicóloga, filósofa y doctora en sociología del conocimiento por la Sorbona, docente e investigadora de la facultad de Psicología de la UNAM? hace interesantes planteamientos que enlazan con la temática que nos ocupa recientemente y que es tema central de debate en la filosofía y la sociología contemporáneas.
Acerca del aspecto de la creación de nuevos discursos, la autora se pregunta, ¿hasta dónde el discurso que nos afirma como seres racionales, conscientes y no contradictorios, ha reducido la comprensión que tenemos del mundo y de nosotros mismos? Bajo su punto de vista este discurso nos separa de la naturaleza y nos pone en el lugar del que la domina. Porque en realidad no podemos dominarnos ni siquiera a nosotros mismos, pues no nos conocemos lo suficiente, porque no aceptamos algunas características que nos conforman por considerarlas negativas. En este punto acude a Spinoza, quien aseveraba que el humano es parte de la naturaleza y, como tal, participa de su poder, pero el que sucedan las cosas no depende de su sola intervención. A veces, incluso, el querer, la voluntad humana va en contra de la naturaleza y ello conduce a la destrucción de otras cosas que también forman parte de ella. Por tanto, ni estamos completamente a expensas de la naturaleza ni la dominamos del todo.
En cuanto a la diferencia entre las funciones del lenguaje que abren mundo, Corres comenta que eso se vincula con el punto anterior y agrega la idea de que la vida es al mismo tiempo constancia e inconsistencia, vicisitud. Siguiendo esta línea cita a Schopenhauer quien identifica la voluntad con la fuerza vital que antecede la consciencia, lo cual marca una diferencia importante de su filosofía ante las de tipo racionalista que conciben a la voluntad como un atributo de la consciencia. Para Schopenhauer, en el ser humano se dan primero la voluntad como una cosa en sí, lo que le da movimiento y a la vez lo determina. Posteriormente el cuerpo, que es la objetivación de la voluntad y, por último, el conocimiento que sólo es una de las funciones del cuerpo, del cual se deriva la posibilidad de formarnos representaciones del mundo y de nosotros mismos. Entonces tal vez podríamos, a decir de Corres, que la voluntad nos lleva a abrirnos hacia nuevos mundos y el conocimiento nos permite cerrar incógnitas al mismo tiempo que la voluntad lo empuja a continuar preguntándonos, puesto que esta última es insaciable.
Respecto de la ambivalencia y la indeterminación de los colores de la realidad, Patricia Corres encuentra en la filosofía de Nietzsche que uno de sus fundamentos es la idea de la contradicción y otro el de la dualidad. Estos son los principios que rigen la dinámica del universo, en la cual se incluye la vida humana.
La existencia es vista por Nietzsche como una lucha permanente donde la acción es la realización de nuestros pensamientos y sentimientos, y nos da la definición de los que somos. La vida es un acto creativo, donde damos de nosotros mismos, donde morimos para volver a nacer, gozamos pero también sufrimos a partir de lo cual descubrimos nuestro límite, es decir, hasta dónde llega nuestra voluntad de poder.
El devenir es característico de lo humano, de ahí que Heráclito sea el filósofo de Nietzsche.