SABADO Ť 27 Ť ENERO Ť 2001
Luis González Souza
Nuestra tercera vía
Cual escurridizos deudores, el siglo XX y el segundo milenio se despidieron sin despejar la gran incógnita de la historia -y la ética- política de la humanidad: Ƒpodremos o no los seres humanos lograr un cambio trascendente sin recurrir a las armas? Encontrar una respuesta positiva a esa incógnita es la razón última de las ciencias sociales y de la ética. A final de cuentas, tales ciencias se inventaron para resolver los problemas de la sociedad, comenzando con el de las guerras. Y no para resolverlos de cualquier manera, sino con maneras humanas: la razón, la justicia, la conciencia, el consenso. Alinear fines y medios en torno de valores humanos es, a nuestro entender, el sentido final de la ética.
Pero la posibilidad de cambios profundos y pacíficos aún navega a contracorriente de la historia. Es una incógnita en la que han encallado incluso las corrientes de pensamiento más avanzadas. El propio marxismo nos dejó sin resolver este doloroso crucigrama. Demostró la necesidad de una nueva sociedad, pero encalló en el asunto de las vías para alcanzarla. No logró zafarse de una recurrencia ensalzada como "ley histórica": la violencia como irremplazable "partera" de los grandes cambios.
Ese pecado de negligencia imaginativa o de desdén por la ética ha traído una amarga penitencia. No sólo se derrumbaron los primeros ensayos de nueva sociedad bajo el nombre del socialismo. También sufrió un golpe devastador el ideal del cambio, codo a codo con la necesidad más humana que es la de vivir con ideales. Y, como natural corolario, se fortificaron tanto la vieja sociedad capitalista como las contracorrientes de la resignación a una vida por lo mismo deshumanizada: sin ideales ni valores, salvo los del mercado y el consumismo.
Todo eso se fortificó al punto de provocar el auge y la crisis del neoliberalismo. Tan rápidos y agudos, que ya una tercera vía -ni estatista ("socialista") ni (ultra)liberal- es lo que se ha colocado en el centro del debate a escala mundial. Pero aquí también, el pisoteo de la relación entre fines y medios cobra un alto precio. Desde la Gran Bretaña de Tony Blair hasta el Estados Unidos de Bill Clinton, esa tercera vía tiende a probarse como un mal chiste, ni novedoso ni celebrable.
Y es que los métodos y las metas son un paquete indivisible. Si las vías del cambio son defectuosas, tarde o temprano lo será su resultado. A lo largo de la historia, lo mismo en Nicaragua que en Rusia, en Angola que en Alemania, las vías armadas han logrado revolucionar todo, menos lo central: las subculturas de la imposición y la violencia, la incapacidad para lograr cambios trascendentes por la vía pacífica, democrática o, simplemente, humana. Así, los métodos violentos han prohijado sociedades congénitamente inhumanas y, por lo mismo, insostenibles.
Pero no todos los métodos pacíficos arrojan un resultado distinto. No desde luego, los métodos de la politiquería o de la política hecha negocio, engaños, traiciones o arena de disputas electoreras, partidocráticas, facciosas, y ahora, hasta mercadotécnicas. Aquí, nuestro propio país brinda una buena ilustración. Violencia armada o violencia politiquera han sido las fatales coordenadas de nuestra historia: desde la invasión española convertida en "Conquista", hasta la masacre de Acteal convertida en "disputas comunitarias".
Lo cierto es que ambas vías -la armada y la de la politiquería, ora electorera ora reformista- han llevado a México -y al mundo- a un callejón sin salida. Pero, acaso porque "como México, no hay dos", en nuestro país, antes que en ningún otro, ya le apareció la cuadratura a este círculo vicioso de revoluciones traicionadas por cambios politiqueros que no hacen más que alimentar más revoluciones. Esa cuadratura es la nueva y actual lucha de los indígenas organizados en torno del EZLN.
Su lucha se inició por la vía armada, pero rápidamente se transformó en lucha no sólo política (no politiquera), sino ética y hasta cultural. Tanto es así, que ahora los dirigentes zapatistas se disponen a marchar a la mismísima capital del país. Y a hablar ni más ni menos que con el Congreso, patito feo o eslabón perdido en la interminable transición de México. No vienen a negociar curules, ni a comprar votos, ni a acallar disidencias. Más bien vienen a vencer prejuicios racistas y vicios legislativos, por la vía del diálogo directo e inteligente. Vienen a defender una iniciativa de ley -la de la Cocopa- que es visionaria tanto en su contenido pacifista como en su democrático proceso de gestación: los diálogos de San Andrés. Los más plurales e incluyentes en nuestra historia. Vienen así, a preparar la mesa para la dignificación del Congreso; a darle la oportunidad de que, aunque sea por única vez, juegue el papel de "casa del pueblo" y de poder libre de adicciones presidencialistas y partidocráticas. Y vienen a dar un empujón, acaso definitivo, a la cultura política del mandar obedeciendo. No sólo respecto al mandato de paz justa y digna por parte de la sociedad. También respecto a su mandato para que el EZLN deje las armas y se convierta en una fuerza política, pero "nueva", no politiquera.
La marcha de los zapatistas al DF viene, pues, a brindar a México la oportunidad de inaugurar nuestra propia tercera vía para despejar la gran incógnita de la humanidad sobre su capacidad para lograr un cambio trascendente por la vía de la ética política y de la política con ética. Merecen nuestro apoyo o tal vez hasta nuestro agradecimiento, pero no la histeria reaccionaria, como la mostrada estos días por ciertos medios y pseudolegisladores. ƑEstán éstos pensando en el futuro del país, o en qué carambas? ƑNo quieren dejar atrás ni el México "bárbaro" ni el México politiquero? ƑCuántas otras revoluciones preparan con tan patriótica y visionaria conducta?