A primera vista uno lo calificaría de pequeño. Sin embargo, sólo festivales de la talla de Cannes o Toronto pueden presumir, en proporción al número de películas, de una asistencia tan nutrida de cineastas. Prestigios internacionales como Ang Lee, Joan Allen, Sean Connery, Lasse Hallström, Giuseppe Rotunno, Ed Harris, Alex de la Iglesia, Roy Andersson, Liv Ullmann y Krzysztof Zanussi, entre otros, estuvieron presentes para mostrar sus últimas películas o recibir homenajes.
Con un programa compuesto de 140 títulos, el festival de Palm Springs no es competitivo pero ofrece tres premios: el del público (mediante el socorrido recurso de la votación al final de cada función), el Da Vinci a la mejor fotografía ?otorgado por un jurado de conocidos cinefotógrafos? y un tercero, inaugurado en esta ocasión: el premio de Fipresci (la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica) a la mejor película de lengua extranjera, entre los títulos propuestos por cada país para competir por el Oscar.
Quien esto escribe formó parte de ese jurado de críticos (mis compañeros eran el británico Derek Malcolm, quien fungía como presidente, el estadounidense Gideon Bachmann, el húngaro György Baron y el franco-canadiense Luc Chaput), y por una vez tuve la oportunidad de conocer la mayoría de las películas que cada país participante escoge como lo mejor de su cinematografía. De un total de 46 títulos sometidos se exhibieron 34 en el festival, un número muy cómodo sobre todo porque ya había visto un tercio en otros festivales.
El domingo pasado se anunció a la ganadora, la mexicana Amores perros. No puedo entrar en detalles de la votación por razones obvias; baste decir que no hubo necesidad de mi parte de recurrir a arengas patrioteras: desde su proyección en el segundo día, la ópera prima de Alejandro González Iñárritu se perfiló como una de las favoritas por consenso. La decisión de otorgar un ex aequo, o sea dividir el premio con la finlandesa Siete canciones de la tundra, interesante recreación casi documental de Annastasia Lapsui y Markku Lehmuskallio, obedeció en parte a la necesidad de apoyar a una cinta muy diferente a la mexicana, mucho más difícil de comercializar.
Por cierto, la participación mexicana fue escasa. La única otra cinta nacional fue Ave María, presentada en función de gala (aún cuando es de 1999). Al menos sirvió para que los locales constataran en persona la magnética presencia de su bella protagonista, la actriz Tere López Tarín. Sería deseable para futuras ediciones un mayor número de cintas latinoamericanas, tomando en cuenta el alto porcentaje de población de habla hispana por esos rumbos.
Lo más curioso del festival de Palm Springs fue comprobar que no todos los ciudadanos estadounidenses son reacios al cine extranjero. Función tras función se llenaba con un público de la tercera edad, sumamente entusiasta a la hora de aplaudir a los realizadores presentes o hacerle preguntas. La experiencia de ser a veces el espectador más joven de la sala no me ocurría desde hace décadas.
No obstante la renuncia de un grupo de directivos seis semanas antes del festival, la 12 edición de Palm Springs se desarrolló sin mayores contratiempos. El tener muy claros sus objetivos le permite eso y no preocuparse por competir con el inflado festival de Sundance, que sí se nutre del oropel y el falso prestigio.