Por un lado, es indudable que México se encuentra en una nueva etapa de transición a la democracia. Por el otro, esto no quiere decir que la izquierda haya perdido su razón de ser, pero sí ha faltado una discusión amplia, incluyente y suficientemente cuidadosa de los cambios que han ocurrido en el país para definir el nuevo rumbo.
Esta discusión habría sido muy saludable hace dos o tres años, cuando se perfilaban los candidatos y las campañas políticas, porque quizás habría contribuido a darles una mayor eficacia. Hoy esta discusión es un asunto de sobrevivencia no sólo para el PRD, sino para evitar que naufrague la transición mexicana.
Es necesario definir los alcances que tienen los cambios ocurridos en el sistema político mexicano, porque el fin de un sistema autoritario no significa que todo lo demás haya cambiado de golpe, por ello la izquierda debe definir nuevos objetivos y analizar las estrategias más adecuadas. En otras palabras: ¿cómo debe actuar un partido de oposición de izquierda en un régimen incipientemente democrático, para fortalecer la transición a la democracia en un sentido amplio? Es necesario definir la identidad de esta izquierda frente a un gobierno como el que encabeza Vicente Fox, neoliberal, proempresarial, conservador, que pudiera resultar en el fortalecimiento de un nuevo tipo de autoritarismo, si la izquierda no es capaz de insertarse correctamente en este proceso y de tener impacto nacional. No hay que olvidar el riesgo que entraña su automarginación de la izquierda, en un proceso político que tiene el aval de una ciudadanía que lo respaldó con "su voto por el cambio".
Afortunadamente parece que en el PRD ya se está superando la etapa de las lamentaciones para dar cabida a la discusión de propuestas, algunas de ellas muy interesantes. La mayoría está de acuerdo en que es necesario "refundar el partido", muchos creen en que el PRD debe definir su identidad como partido de izquierda para diferenciarse de otras expresiones políticas y sobre todo frente al gobierno de Fox. En general hay consenso en no repetir planteamientos "dogmáticos viejos" y en la definición de un proyecto nacional alternativo que considere como objetivos principales resolver el problema de la desigualdad social, el rescate de la educación y la cultura, el desarrollo sustentable, el respeto de los derechos humanos, el fortalecimiento de las instituciones democráticas, la participación ciudadana y una relación con el poder a partir de un código ético que privilegie los intereses de la sociedad frente al interés particular de los dirigentes o de los grupos políticos que aspiran a conquistarlo para su beneficio particular.
Hay quienes han llegado a sostener que el futuro del PRD estaría en las alianzas que reditúen más éxitos políticos, sin importar sus características. De hecho esa estrategia fue promovida por casi todos los grupos en un pasado reciente, pero daría la impresión de que se ha hecho una valoración crítica de esa experiencia y ya no se considera deseable seguir esa estrategia.
Hay mayores discrepancias en lo que se refiere a la vida interna del partido, ¿debe seguir siendo un partido-movimiento o debiera reformarse para constituirse en un partido más institucional? Habría que recordar las experiencias de otros países donde parecen confirmarse hipótesis de que a mayor institucionalización, menor faccionalismo al interior de un partido.
La idea de generar una movilización que permita vincular al partido con la sociedad para imprimirle una dinámica ciudadana a la vida partidaria, al margen de la burocracia, suena muy atractiva, pero hace falta pensar en las reformas estatutarias que permitan la participación de cuadros políticos no profesionales.
Pero, finalmente, lo que define a la izquierda son los hechos, por ello la democracia y la ética política se tendrán que acreditar en la renovación de la vida cotidiana al interior del partido y en sus relaciones con la sociedad. Es así como el PRD podrá conquistar la credibilidad política que le permita incidir en la transición como una verdadera fuerza de izquierda. Ť