JUEVES Ť 25 Ť ENERO Ť 2001
REPORTAJE

En el género, fascinación por quienes se enfrentan al poder, señala un experto

Los mitológicos seres del corrido

''No me he enriquecido con los despojos de nadie; tampoco he metido a mi casa los dineros de la República".

Heraclio Bernal

CESAR GÜEMES/II

Coincidimos plenamente con el sociólogo Luis A. Astorga, quien en su estudio Mitología del narcotraficante en México (UNAM-Plaza y Valdés) afirma que la aceptación de ciertas figuras en el ámbito popular se da porque representan un "enfrentamiento al poder estatal en alguna de sus formas".

El punto es desarrollado por Astorga de la siguiente manera: "Fascinación, admiración y temor por y a quienes se atreven a disputarle el monopolio de la violencia al Estado, así sea en pequeña o mediana escala; por quienes le disputan el monopolio de la política, y por quien dice la leyenda que robaba a los ricos para darle a los pobres y era perseguido por la ley. Fuera o dentro de los límites de la ley, la disputa se da, consciente e inconscientemente, por espacios de poder que gobiernos de un mismo signo han monopolizado durante décadas".

Esto es, las figuras que se oponen al Estado, ya sea como detentador de la violencia legal o como principal protagonista de la organización social, destacan con luz propia y a la vez que imponen sus reglas del juego son capaces de generar para sí el barniz de carisma necesario a fin de ser aceptados, incluso con benevolencia, por la comunidad a que pertenecen.

El ejemplo fundamental de este fenómeno es la figura de Heraclio Bernal, de quien desde luego existen varios corridos, el primero de ellos, como lo recoge Gabriel Zaid en su Omnibus de poesía mexicana, proveniente del ya muy lejano fin del siglo XIX. Bernal nos da la clave para entender, poco más de cien años después de su muerte, por qué el corrido sobre bandoleros ha florecido en Sinaloa de forma inicial y después se ha extendido a todo el noroeste y buena parte del bajío del país hasta llegar, por la vía del reflejo y de la migración, a varias ciudades estadunidenses que hacen frontera con México.

El origen

Nacido en Sinaloa en 1855, Heraclio Bernal dedicó su vida adulta a la guerrilla. Encarcelado y puesto en libertad al menos en dos ocasiones, depuso las armas al llegar a un acuerdo con los caudillos Jesús Ramírez Terrón y Francisco Cañedo.

Antiporfirista, Heraclio Bernal auxilia de forma posterior al propio Ramírez Terrón y luego a Trinidad García de la Cadena. Un año antes de su muerte, el guerrillero hace público un manifiesto como jefe del Movimiento Restaurado de la Constitución del 57. En él afirma, y para ello seguimos el documento rescatado por Humberto Musacchio en su Diccionario enciclopédico de México: "Me importan poco las calificaciones que se han hecho de mí. Todos los revolucionarios han sido llamados bandidos. Sin embargo, no me he enriquecido con los despojos de nadie; tampoco he metido a mi casa los dineros de la República". En 1888, casi doce meses después de que firmara el documento, Bernal muere asesinado por sus varios enemigos políticos, en el municipio de Cosalá, Sinaloa.

El corrido principal que se dedica a Bernal hace énfasis en su condición de hombre al margen de la ley y en contra de las propuestas del Estado. Esta forma literaria de abordarlo no oculta, como él mismo no lo negara en vida, que se oponía a la distribución de la riqueza que campeaba por entonces, y de ahí el motivo principal de sus varios levantamientos en armas. Los métodos "económicos" de Bernal pueden ser cuestionables. Sin embargo, cometer asaltos para luego repartir el botín en poblaciones necesitadas no fue visto con malos ojos por sus contemporáneos, quienes de forma popular le compusieron un corrido a fin de narrar su paso por el mundo.

Entonces, existir al margen de la ley siempre y cuando se respete el código de honor particular que rige tácitamente al interior de las comunidades (rancherías, poblados, urbes) no es censurable moral ni éticamente. La mitificación de Heraclio Bernal, que comenzara antes de terminar el siglo XIX, así lo demuestra. No será extraño por ello encontrar años después corridos dedicados a otro tipo de personajes, no necesariamente "bandidos generosos", pero sí sujetos que subsisten sin atenerse a las reglas judiciales que a todos rigen y en clara oposición a algunas de ellas.

Los protagonistas del corrido mexicano norteño, amén de aquellas excepciones que versan sobre mujeres u hombres de natural bonhomía, son seres de suyo ilegales y no por esto se ven expulsados, ni siquiera metafóricamente, del cuerpo social en que se formaron. Antes al contrario, son asimilados si no como un ejemplo a seguir, sí como personas que en su muy peculiar modo de entender la justicia, consiguieron desarrollar la vida que les tocó en suerte respetando los valores básicos de la convivencia social. O sea, oponerse a los mandatos del Estado no es oponerse a los habitantes del país que gobierna, ya que el personaje del que los corridos hablan es también, con sus vicios y virtudes, un habitante del mismo país y comparte con el resto de sus coterráneos la situación económica y cultural que priva en su entorno.

Dentro de las varias características de los personajes que habitan los corridos de Chalino Sánchez se encuentran las anteriormente enunciadas: casi todos son hombres de armas; vivieron al margen de la ley; fueron en su momento personas de "carne y hueso" insertas en una comunidad que los aceptó, y tienen nombre, apellido y en ocasiones un sobrenombre que los define.

Epico, lírico, trágico

Si bien Luis A. Astorga no se ocupa especialmente de Chalino Sánchez en el libro mencionado, sí añade un chalino01 elemento que es parte constitutiva de las composiciones del autor: no hace falta decir a qué se dedican los protagonistas de sus letras, sencillamente viven y mueren: "Sinaloa no es tierra de hombres comunes, sino de seres mitológicos mitad hombres, mitad aves. Son leyenda viva, su fama es conocida, sus hazañas también. Se enfrentan a la ley y cuando se presenta el caso 'se la saben rifar'. Son poderosos. La sola mención de sus nombres presupone ya un conocimiento tácito de sus actividades por parte del público, de ahí que no sea necesario referirse a ellos como traficantes: pudor o tautología".

O a lo mejor falta de pruebas judiciales que los determinen como responsables de un ilícito.

O quizá, en esto el caso de Chalino es muy particular, casi todos sus personajes que en algún momento fueron personas han muerto. Curiosamente los corridos del sinaloense son festivos, exaltados incluso, pero tratan sobre seres que atraviesan el delicado umbral entre la existencia terrena y la mitológica en virtud a su deceso. En este sentido, Chalino Sánchez cumple los requisitos expresados por estudiosos del género, como Rubén M. Campos, Vicente T. Mendoza o Celedonio Martínez Serrano, quien afirma en su ensayo El corrido mexicano no deriva del romance español, que el género "es, literalmente hablando, épico-lírico-trágico".

En efecto, salvo ejemplos que son la excepción, como "Prajedes Félix" o "Mario Peralta", las narraciones versificadas de Chalino Sánchez abordan ya sea el momento final en las vidas de sus personajes o lapsos anteriores que, dada la conducta de los individuos retratados, hacen pensar en un desenlace adverso.

El hado ineluctable

Es el caso de "Nacho Verduzco", en el cual el compositor describe la persecución y muerte del personaje quien, por cierto, cae en la balacera aunque antes ofrece buena batalla. La ironía también forma parte de la pieza: "Querían aprehender a un hombre tal vez cruzado de manos..." El gatillero opone resistencia al arresto y finalmente se resigna: "Decía Nacho Verduzco, agonizando de muerte: sabía que tarde o temprano se me iba a acabar la suerte. Después de tanto balazo su cuerpo quedaba inerte".

El hado maligno, que tiene medidos los días de cada uno de los seres que habitan los corridos de Sánchez, cumple su cometido. A sabiendas de que la existencia entre armas implica un riesgo máximo para su preservación, los diversos varones y mujeres a quienes les canta no parecen incrementar por ello su temor, ni modificar su proceder. En "El Colorado", pieza dedicada a Francisco Félix, a quien así apodaban, queda claro cómo el valor, que llega a extremos irracionales, es observado como la piedra de toque y de aceptación grupal: "El nunca conoció el miedo, de eso nadie se ha quejado". ¿Quién podía quejarse de que un sujeto conociera una de las naturales sensaciones humanas? El enemigo, desde luego, el rival, el otro.

Ya no hace falta, como proponía Chava Flores en "Dos horas de balazos", un tiempo tan amplio a fin de cumplimentar con el trámite último. Los enfrentamientos entre los personajes que trata Chalino Sánchez fallecen de forma instantánea, sin sufrimiento casi, sin agonía. Nunca de "muerte natural", nunca de manera pacífica. El "Corrido del Gallito", en su inicio, así lo señala: "Pa' nacer se tarda un poco; para morirse, un ratito..." Sin embargo, aunque fallecer sea un acto veloz, sin ningún papeleo, antes hay vida, reconocimiento y aprecio social. En la misma pieza, líneas adelante, escuchamos: "Para llegar a La Mora, hay que pasar por Guasave. De ese rancho es el Gallito, mucha gente ya lo sabe". Esto es, los vecinos tienen conocimiento del paradero del sujeto, ¿alguien lo aprehende, lo denuncia o padece por su vecindad? Nadie, ciertamente.

En "Víctor Samaniego" se dice cómo se aplica el arma especializada al comportamiento específico: "Pa' curar a los traidores y a quien tiene mañas malas, de quedarse con lo ajeno y las cuentas no pagarlas, trae una de quince tiros, perforadas son las balas". No basta arreglar las discrepancias éticas o económicas a balazos, es preciso saldarlas de forma definitiva y radical, como se hace cuando los proyectiles, a fin de que multipliquen su potencial, son perforados. No hay escape, no hay salida.

Quienes salen con vida de un encuentro y lo consiguen no en razón de sus capacidades sino gracias a la alevosía, tienen reservado un futuro ominoso. Como aquellos que asesinaron al célebre Raymundo Burgos, cuya vida se cuenta en "La muerte del Pelavacas", tal como era conocido: "La traición que le jugaron, con el tiempo han de pagar. Al fin puros alacranes, otro les ha de picar..."

La situación geográfica es significativa. Ciertamente Chalino Sánchez, en tres o cuatro de los 150 corridos que compuso, y en algunos de los que interpreta de otros autores, hace referencia a sitios que no pertenecen a Sinaloa. Pero son los menos. Cuando un personaje no nace en ese estado, a él acude en busca de su epílogo. Es lo que le ocurre, entre otros, a "Domingo López", conocido como El Mingo, gatillero impar, quien: "Se refugió en Sinaloa, así lo quiso el destino; del estado de Durango se vino cuando era niño. Culiacán lo vio crecer; le tiene mucho cariño". El determinismo de la región no tiene vuelta de hoja. No importa nacer en otro lugar, si es que el "destino", el hado ineluctable, tiene planes para el personaje.

Requiebros del oficio

Uno de los que se alejan de la querencia es "Eleazar Quintero", quien transcurre en un tiempo mítico, a bordo de una camioneta Bronco de color azul, por la carretera a Nogales. Y aunque sale de su sitio de origen, lleva consigo varios de los signos distintivos que el compositor resalta en sus seres: "Eleazar Quintero es hombre por varios reconocido. Muchos quieren asustarlo, pero con él no han podido, trae una cuarenta y cinco, y un valor muy bien medido". Esto es, el valor también tiene calibre, está medido, mesurado, bajo control. La violencia, que en ciudades como la de México es indiscriminada, en el noroeste del país deviene selectiva. Otra vez, se respetan las reglas del juego. No se ataca o se dispara por placer, sino por requiebros del oficio.

Un último ejemplo sobre las muchas letras escritas por Sánchez redondean este apartado al señalar que si bien la historia versa sobre hechos poco gratos, la forma y el acto mismo de narrarla pueden ser agradables. En "Toledo Félix", comienza diciendo el autor: "Voy a cantar un corrido, aunque triste muy bonito..." La única forma de contrarrestar la muerte violenta que actúa sobre los personajes o que los espera a la vuelta de cualquier camino real, es cantándole. No se evita, pero se hace más llevadera.