jueves Ť 25 Ť enero Ť 2001

Adolfo Sánchez Rebolledo

El tiempo se agota

El ambiente nacional ha pasado en unos pocos días de la euforia por el cambio a la sordidez de la nota roja y al malestar por el desarreglo político que ensombrece la tersura de la transición. Desde el fallido intento de asesinar al gobernador de Chihuahua hasta la fuga del Chapo Guzmán de Puente Grande, una tras otra, las principales noticias nacionales tienen que ver con hechos delictivos que causan temor e incertidumbre. Se ha señalado, con justa razón, que no existe conexión entre ellos, pero es obvio que sus efectos ponen a prueba el funcionamiento de las instituciones encargadas de la seguridad y la justicia, y obligan a repensar estos temas sin dejar que la reflexión se contamine con la búsqueda de ganancias políticas.

Ahora que están de moda las políticas "de consenso" resulta increíble que la lucha contra el crimen organizado siga sujeta a la negociación sexenal, a los cambios de personal directivo y, en definitiva, a las líneas de acción elaboradas sin continuidad por diferentes grupos de especialistas. A pesar de todo lo que se ha dicho, no hay una política de Estado en esta materia crucial. Carecemos, incluso, de una valoración objetiva de la penetración del crimen organizado en el Estado. Y eso es muy grave. Si el narcotráfico es un peligro para la seguridad nacional y no, como dijeron algunos, mero asunto policiaco, es obvio que no podrá combatírsele eficazmente mientras la sociedad civil, que es la víctima, se mantenga alejada, sin asumir una actitud más activa y vigilante.

Sorprende la impunidad de algunos seudoexpertos para esparcir rumores e interpretaciones, sin ofrecer la menor prueba a favor de sus argumentos. En una sociedad habituada a no creer ninguna explicación proveniente de la autoridad, los juicios con mayor crédito son aquéllos que se ajustan al sentido común, que ve en todos los acontecimientos la intervención de una "mano negra" que termina por ser omnipresente e inasible y como coartada para no hacer nada.

Sanear las instituciones no es un asunto sencillo, pero es obvio que el asunto de la corrupción tiene que plantearse desde una perspectiva más general y, por tanto, más compleja, menos complaciente con nuestros "valores" y forma de convivencia que la que se ha puesto en práctica hasta el día de hoy. Nos quejamos de la impunidad y criticamos la corrupción de los cuerpos de seguridad, pero vemos con naturalidad la exaltación de los narcos realizada en la música popular o en la atención desmesurada que los medios de comunicación conceden a describir sus hazañas y riquezas.

La verdad es que hemos llegado tarde al combate a la corrupción, como si entre el pequeño delito generalmente tolerado y el crimen organizado no hubiera una red de grandes y pequeños vasos comunicantes formando una trama impenetrable. Este ambiente no podrá atacarse con meras medidas policiacas, si al mismo tiempo no se lleva a cabo una profunda reforma moral, educativa y judicial que haga viable el estado de derecho.

En las circunstancias actuales, la lucha contra el crimen organizado es inseparable de la transformación democrática de las instituciones del Estado y de una visión más justa y equitativa de la vida en sociedad.

El tiempo se está agotando.