lunes Ť 22 Ť enero Ť 2001

Carlos Fazio

El búnker foxista

En el fondo, la historia de la humanidad constituye un largo proceso para defender la caja de unos pocos. El modo de resistencia contra el cambio y la innovación sociales ha sido definido como el búnker. Una de las misiones del búnker es la defensa de los valores e intereses dominantes. Compuesto por un reducido grupo de banqueros, terratenientes y grandes empresarios, el búnker institucional cuenta con el apoyo y la legitimación de los poderes fácticos (el Ejército y la Iglesia), y tiene a su servicio políticos, intelectuales y periodistas.

El búnker necesita una mítica y tiene un sentido muy agudo del marketing, de las exigencias del mercadeo. El mito es al mantenimiento del esquema social lo que la publicidad es a la expansión del producto: un modo de promoción y de rejuvenecimiento constante del deseo consumidor. El búnker entiende todo esto perfectamente. Sabe que su esencia y permanencia --y por tanto su correspondiente esclerosis social, política y moral-- sólo son sostenibles si se dinamiza su presentación y empaquetado. De ahí su insistente creación de mitos, que son la correa de transmisión de su política defensora de intereses. Los mitos del búnker se refieren a los valores más comerciables en el mercado: el enlace directo con la divinidad, la galvanización de la juventud, la unidad sublime del ente nacional, la mística cultural, el orden "natural" de las clases sociales, la grandeza de la patria.

Además del búnker dirigente está el búnker masa. Hacia ese búnker masa va dirigida la mítica de orden, paz y de continuidad del búnker institucional con su semántica democratizante. A menudo, el búnker dirigente recurre a las llamadas manifestaciones patrióticas para movilizar a la masa, explotando factores emocionales y acríticos, cuando no temores a ciertas represiones concretas. En la mítica manejada desde el poder, el hombre, portador de valores eternos, es el eje del sistema. La dinámica del Estado se pone al servicio de la nación, como unidad de destino, y la vida económica y laboral se organiza armonizando a quienes contribuyen a la producción. Un ejemplo clásico de búnker es la España franquista. Bajo la dictadura de Francisco Franco, España constituyó un gran sindicato de productores.

En determinadas circunstancias históricas, cuando se agudizan las contradicciones sociales y las luchas populares marcan la hora del cambio, para sobrevivir, el búnker institucional debe ceder algo. Hay veces en que la radicalidad de la lucha promueve cambios transformadores y logra desplazar al búnker del poder. Pero procesos de ese tipo son la excepción, no la regla. Por lo general, a la manera del gatopardo, el búnker hace cambios para que todo siga igual. Pone nuevos administradores y se sustituye la mítica que sirve de escolta a sus obsoletos principios; aparecen variaciones en el lenguaje, una cierta semántica democratizante como nueva mítica con qué presentar la mercancía reaccionaria que le es propia, para lograr así una nueva aceptación por parte de las masas.

México no es España. Y Fox no es Franco. Bien. En México, Fox administra hoy el búnker institucional. Tras el recambio de una administración priísta por la foxista, un hombre providencial libra una guerra mediática para imponer una nueva mítica del poder. La mercadotecnia lo vendió como el candidato de Dios; el prospecto cristiano y guadalupano capaz de sacar al PRI de Los Pinos. Un Mesías pragmático que iba a solucionar todos los problemas de los "jodidos" de México. A cara descubierta, sin pasamontañas, Fox, su gabinete y los sindicatos de industriales han comenzado a utilizar las múltiples máscaras del poder. A través de los ministros Carlos Abascal y Javier Usabiaga se promueve la armonía entre el capital y el trabajo --šcomo si pudiera haber armonía económica y laboral en un sistema de propiedad privada!--, y cada día la oferta publicitaria es convertir a México en un país de empresarios. En un gran sindicato de productores, bajo el manto divino de la virgen de Guadalupe.

En el reparto de papeles, Fox atiende directamente el changarro de Chiapas. Pero muy pronto, su pregonada "política de hechos" comienza a desvanecerse ante la presión de la iniciativa privada, y ya asoman los viejos usos y costumbres del poder presidencialista: la simulación, la rutina de la mentira política, la manipulación mediática. En la disputa por la legitimidad entre dos proyectos de país, el búnker de Los Pinos despliega una guerra de símbolos e imágenes contra el neozapatismo, que en breve combinará con renovados programas de mecenazgo y cooptación política. Tras media docena de gestos positivos, Fox está repitiendo la misma política de los gobiernos priístas: quiere ganar la guerra con una abultada chequera y mucha propaganda. Por debajo de la máscara del poder ya asoma la estrategia de sus expertos en desarmar utopías. Es el retorno a la Doctrina Iruegas, con su premisa de no reconocer en la mesa de negociación lo que no ha sido ganado por las armas. La visión racista y reduccionista que subestima "a los inditos" de Chiapas. El doble discurso de la salida de diálogo bajo la amenaza de un golpe militar quirúrgico. La coartada de que no se puede negociar con encapuchados. El fantasma de la balcanización. El viejo mensaje zedillista, en clave foxista: "Yo ya cumplí. Siéntate a negociar. Desármate". Un discurso que no está dirigido al adversario sino a las masas, y que pretende generar la imagen de los zapatistas como intransigentes. Una nueva vía al empantanamiento o a una salida de fuerza.