DOMINGO Ť 21 Ť ENERO Ť 2001

Ť Compay Segundo, Eliades Ochoa, Barbarito Torres y Amadito Valdés, ausentes

Buena Vista Social Club ofreció dos horas de candela pura en el Auditorio

Ť Omara Portuondo e Ibrahim Ferrer, los que más prendieron al público asistente

ERNESTO MARQUEZ

Los aficionados de corazón y los numerosos gozones que acudieron la noche del viernes a la cita con el Buena Vista Social Club en el Auditorio Nacional terminaron con una especie de dicotomía reconciliable ya que a la ausencia de Compay Segundo, Eliades Ochoa, Barbarito Torres, Amadito Valdés y Juan de Marcos, artífices éstos del proyecto original, que suponía en muchos una baja en sus expectativas de gozo, se impuso la enorme y grata actuación de Omara Portuondo, Ibrahim Ferrer, Rubén González, Cachaito López, Aguaje Ramos y 16 músicos más que integran ahora este concepto que diera a conocer al mundo Ry Cooder.

El concierto, que tuvo un precio de entrada que osciló entre los 700 y 120 pesos en taquilla, y que la feroz reventa comerció hasta un ciento por ciento arriba de su valor, fue uno de los más disfrutables y aleccionadores que hayamos vivido aquí en materia de música afroantillana. Toda una lección de carácter, enjundia, entusiasmo, optimismo, sabrosura, profesionalismo y altas polendas musicales, que se disfrutó a maravilla por segundo durante casi dos horas de candela.

No obstante las notables ausencias -que por demás en ningún momento fueron reclamadas-, las casi 10 mil almas reunidas en el inmenso foro de Chapultepec gozaron de arriba a abajo el apabullante programa de sones, guarachas, boleros, rumbas, mambos y sandungas que los venerables maestros expusieron con todo rigor y animosidad hasta convertir al recinto en un enorme, aunque incómodo, salón de baile.

La gran noche de la música cubana en México, en cuyo ambiente gravitó el recuerdo de Beny Moré, comenzó con la presentación de una parte de la orquesta bajo la batuta de Aguaje Ramos y la improvisación espectacular de Orlando Cachaito López saludando la entrada de don Rubén González, uno de los mejores pianistas de la historia de la música cubana.

Rubén, con su paso lerdo, llegó hasta el piano para recrear piezas contenidas en sus dos álbumes como solista (Introducing To... y Chanchullo, editados aquí por Di BUENAVISTA-4 scos Corazón). En cada tema, el gran maestro se mostraba concentrado y cauteloso para no incurrir quizá en fallas motivadas por el efecto de la altura o de la artritis, que según se ve le afectan enormemente en sus desarrollos. El pianista de 83 años exhibía sus habilidades en los solos o tumbaos que le eran permitido hacer, aunque en algunos pasajes o inicios de piezas denotaba cierta imprecisión tal como evidenciara en el danzón Isora o en el tema Chanchullo, en cuyos primeros compases se perdió para luego encontrarse denotando inconformidad por esos yerros.

Y es que para don Rubén el piano es todavía su juguete del alma, su voz, su Dios y todo su ser; de ahí que la preocupación era evidente y se notaba en su rostro magnificado en dos pantallas gigantes colocadas en los extremos del escenario.

El mismo lo había dicho: "El piano es un instrumento muy celoso que no permite abandonos. Si yo dejo de practicar un día en seguida lo noto. Si dejo de hacerlo dos, lo notan en casa. Pero si dejo de hacerlo una semana, lo descubre la gente".

Como en los 50

Después de los danzones, sones y chachachás de don Rubén se incrementó la orquesta hasta conformar una bandota integrada por 16 elementos dirigidos de manera alternada por los trombonistas Aguaje Ramos y Demetrio Muñiz.

Tan sólo ver la vigorosa sección de metales constituída por cinco saxofones, dos trompetas y dos trombones, me vino a la mente la época de los cincuenta en que figuraban memorables big bands como la de Chico O'Farril, Bebo Valdés y la mítica Tribu de Beny Moré. Era como hacer un viaje sonoro a través del tiempo. Efecto que, calculo, habrán querido recalcar los productores de esta versión renovada y ampliada del Buena Vista.

Si fue así acertaron en la idea, así como acertaron en la selección de los músicos, todos ellos de primera línea y entre los que descubrimos a viejos conocidos como los trompetistas Guajiro Mirabal y Alejandro Pichardo, inspiradísmo el primero y muy correcto el segundo; los saxofonistas Rafael Jimmy Jenks, Toni Jiménez, Ventura Gutiérrez, Pantaleón Sánchez y Javier Salva, quien se aplicó en la flauta desarrollando solos de orgullosa ascendencia criolla y arriesgadas inspiraciones jazzísticas.

Una chica sexi y sandunguera

Pues con esa bandota en la que al piano se encontraba don Adolfo Pichardo (una mezcla de Bola de Nieve y Oscar Peterson) hizo su aparición la gran dama de la canción cubana Omara Portuondo, "la más sexi, la más bonita", como la presentara Aguaje Ramos. Ella entró como un torbellino, entonando aquel estribillo que hiciera famoso Moré: "ƑDónde, dónde estabas tú?", para conectar con un público que la recibió de pie y nunca paró en sus muestras de afecto.

Omara es una cantante espléndida, dueña de una voz privilegiada, cálida y colorista, con un registro amplio que lo mismo le permite alargar el tono que subir o bajar en la escala sin esfuerzo aparente. Su fraseo vocal es de nítidas expresiones, lo mismo en piezas antológícas como Quizás, quizás, de Osvaldo Farrés, o Veinte años, de María Teresa Vera, que en baladas del tipo de El hombre que yo amé. Ella va construyendo cada canción como debe ser, lo mismo arma la bullanga que plantea un microdrama.

šAy! candela

Hasta aquí llevamos recorridos dos tercios de una historia a la que le falta un capítulo, el de don Ibrahim Ferrer, quien fuera merecedor del Grammy Latino por (asómbrese usted) "mejor artista nuevo". Ibrahim, caracho, un sonero por excelencia que empezó a la edad de 12 años en su natal Santiago de Cuba y que por los 50 cantaba con Pacho Alonso y era invitado frecuente de Chepín-Choven, Benny Moré y... Pero si lo de nuevo es en referencia a su juventud, entonces sí, pues tan sólo había que ver la manera en que hizo su arribo, parecía uno de los Back Street Boys (me cae). Vestido de negro, entró con la algarabía del público y su voz tan especial por lo que le llaman el Nat King Cole cubano dada esa ductilidad para interpretar lo mismo un buen montuno de Arsenio Rodríguez (Bruca maniguá), que las pimentosas guarachas del Guayabero (Marieta), el folclor guajiro (Guateque campesino) o desdoblarse en esos bolerones de antología (Herido de sombras, Nuestra última cita o Cómo fue) como bien lo hiciera ante estos 10 mil gozones a los que les dio Candela.

šQué noche! Vaya manera de comenzar el año. Lo mejor que pudo habernos ocurrido: recibir de regalo tanta y tan buena música así como recibir el ejemplo de vitalidad y pundonor de estos venerables ancianos, ha sido lo mejor.