DOMINGO Ť 21 Ť ENERO Ť 2001

Ť No habría sido una casualidad el arresto del ruso en el aeropuerto Kennedy

Versión de que Borodin cayó en una trampa

Ť Creen que el hombre de confianza de Putin enfrenta una conspiración de Suiza y el FBI


JUAN PABLO DUCH
CORRESPONSAL

Moscú, 20 de enero. Todo parece indicar que Pavel Borodin, colaborador de confianza del presidente Vladimir Putin y detenido la noche del pasado miércoles en Nueva York, cayó en una trampa.

Por ingenuidad inexplicable en alguien que estuvo involucrado años en los tejes y manejes del Kremlin, está encarcelado y en espera de que la corte de Brooklyn determine si procede o no su extradición a Suiza, país que solicitó su búsqueda y captura a través de Interpol como presunto responsable de un delito de millonario lavado de dinero y pertenencia a grupo delictivo.

Es claro que su arresto en el aeropuerto neoyorquino John F. Kennedy no fue una casualidad, atribuible a la sagacidad de un agente migratorio que encontró su nombre al revisar las listas de la Interpol.

Los abogados de Borodin coinciden con filtraciones de los servicios secretos rusos a la prensa local, al asegurar que la acción fue planeada hasta el último detalle. Mencionan que la orden de aprehensión, girada 15 ho-ras antes de que tomara el avión para viajar a Nueva York, incluía ya vuelo, hora de llegada y hasta número de su pasaporte.

Estos datos, sin embargo, son insuficientes para hablar de conspiración entre el FBI y la fiscalía suiza. Más bien, corresponden al procedimiento habitual que se sigue cuando, aún en la etapa de tramitación de visa, un empleado consular detecta que el solicitante está boletinado por la Interpol.

Borodin pidió visa diplomática, que no le fue otorgada por "problemas técnicos", y decidió ingresar a Estados Unidos con su pasaporte ordinario, el cual sí tenía visado vigente, seguro de que sería recibido con todos los honores, creyéndose invitado a la toma de posesión de George W. Bush.

Y, en este punto, Borodin habría caído en la trampa. La invitación resultó apócrifa.

Firmada por Vincent Zenga, dueño de una empresa con sede en La Florida que tiene negocios en Rusia, la carta no era una invitación oficial a la toma de posesión del nue-vo presidente estadunidense, y cualquiera hubiera podido adquirir por cien dólares el boleto para la "cena de gala" con Bush.

Borodin, es de suponer, quedó impresionado por la recepción que se le prometía en la carta de Zenga, que incluía reservación de hotel (una celda en una prisión federal) y au-to con chofer durante su estancia. En la invitación se le pedía no olvidar el esmoquin.

Zenga, en declaraciones a la prensa estadunidense, dijo que no se explica cómo le llegó a Borodin una invitación con su firma, ya que ni siquiera lo conoce, y concluyó: "Habrá sido por error".

Sobran razones para creer que la fiscalía suiza, desencantada porque la procuraduría rusa no sólo no contribuyó a las investigaciones sino que puso todo tipo de obstáculos y hasta cerró el caso en Rusia, haya recurrido a los servicios secretos estadunidenses para el operativo para apresar a Borodin.

Sea como fuera, la detención de Borodin, quien formalmente es un alto funcionario dependiente del Kremlin, puso en evidencia la debilidad de Rusia.

Este hecho indisputable explica el silencio de Putin, que no ha salido en defensa de Borodin, a pesar de que es mucho lo que le debe y también lo que los une.

Tras el fracaso de la campaña para la re-lección de Anatoli Sobchak como alcalde de San Petersburgo, la carrera de Putin hubiera concluido en 1996 de no ser por Borodin, a la sazón director general de administración de la Presidencia, quien lo rescató del naufragio político al nombrarlo subdirector.

Años después, fue Putin quien ayudó a Borodin, cuando se cerraba el cerco de la procuraduría rusa encabezada por Yuri Skuratov, quien contaba con el apoyo del entonces primer ministro Evgueni Primakov.

Putin, en aquel periodo director del FSB, los servicios secretos rusos, jugó un papel decisivo en la destitución de Skuratov, que fue separado de la investigación.

Ya como presidente, el procurador designado por Putin, Vladimir Ustinov, cerró el caso de la corrupción en el Kremlin, bajo la formulación de que "no hay delito que perseguir", y Borodin fue nombrado secretario de Estado de la unión entre Rusia y Bielorrusia, a iniciativa del mandatario ruso.

La promoción de Borodin desentona con el público compromiso de Putin de combatir la corrupción y de instaurar en Rusia el imperio de la ley. Detenido en Nueva York, y con altas probabilidades de ser extraditado a Suiza, Putin prefiere mantenerse al margen y quizás tenga razones de peso para no me-ter las manos en el fuego por él.