DOMINGO Ť 21 Ť ENERO Ť 2001
Néstor de Buen
El viejo tema del pasamontañas
La ya muy famosa marcha, hasta este momento sólo anunciada, del EZLN a la ciudad de México para el mes de febrero, ha generado todo tipo de reacciones. Curiosamente, la más notable es la que se refiere a que el Congreso de la Unión no puede recibir a sujetos que ocultan su identidad detrás de un pasamontañas. También se ha dicho, en ese caso por el procurador general de la República, que no podrán traer armas.
Me parece absolutamente lógico lo que dice el procurador Macedo de la Concha. Una marcha de personas armadas no podría aceptarse y no creo que la ley de amnistía, que por supuesto no tengo a la vista, pueda permitir una situación de esa naturaleza.
No me parece, en cambio, lógico, que tenga que ser una exigencia la presencia de los zapatistas a rostro descubierto. Porque si a esas vamos, habría que preguntarse si a su vez los miembros del EZLN no tendrían derecho a exigir una especie de encueramiento de los señores legisladores para poder hablar del tema de la paz que a todos nos preocupa. La ropa normal oculta muchas cosas.
Tuve el privilegio, hace años, cuando se pretendía con la intervención de la Conai y de la Cocopa llegar a un entendimiento entre el gobierno y el EZLN, de ser asesor de los zapatistas para cuestiones sociales. Asistí a una impresionante reunión en San Cristóbal de las Casas y me tocó participar en aquel imposible diálogo, ya que los representantes de la Secretaría de Gobernación tenían prohibido opinar.
Pero lo interesante, además del hecho en sí mismo, fue la presencia de muchos de los comandantes, vestidos de mil maneras, que asistían, a veces silenciosos, en otras expresando sus sentimientos por conducto de, quizá, los menos o las menos dotadas para hablar. Era bello asistir a ese esfuerzo colectivo de hacer ver que el EZLN no es un conjunto de personalidades, sino una unidad que muestra su uniformidad, entre otras cosas, porque cubren nariz y boca como cualquier montañista que se respeta.
Me hacía mucha gracia la presencia de Tacho, un joven grato, inteligente, definido. Su pasamontañas, maravilloso conjunto de hilachos, tenía la transparencia del cristal más transparente. Estaba ya tan flojo que todos los rasgos personales del comandante se apreciaban sin ningún problema. Y con los demás, quizá con un poquito más de discreción, pasaba poco más o menos lo mismo.
ƑTratan los zapatistas de disimular su identidad? De ninguna manera. A estas alturas nadie duda de sus nombres y de toda la historia personal que ya se habrán encargado los hombres de inteligencia militar, o de cualquier otra, de averiguarlos hasta el último detalle. Empezando por supuesto con el subcomandante Marcos, a quien muchos recuerdan por los rumbos de su facultad y otros y otras por motivos diferentes.
No hay que buscar el pretexto del supuesto ocultamiento de la identidad. Porque la máscara en absoluto pretende ocultarla. Es, simplemente, la expresión de que los valores individuales no valen en el EZLN sino que todos son uno solo y todos valen lo mismo. Algún abogado pedante diría que tratan de expresar que son fungibles. O recordando aquel viejo dicho sobre los Reyes Católicos, "tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando". Todos valen lo mismo.
De hecho el pasamontañas no es otra cosa que una especie de uniforme. Diferente, por supuesto, pero no distinto del que suelen usar ciertos cuerpos de seguridad cuando pretenden no ser reconocidos con motivo de su intervención en un acto que pueda despertar ánimos de venganza.
Hace un par de años tuvimos la oportunidad de charlar, nada menos que en el Club de Industriales, en un desayuno inolvidable, con una representación del EZLN que se presentó en condiciones que el rigor de las reglas de juego en el club hacía imposible pensar que serían aceptadas. Por supuesto que con pasamontañas y sus variadas vestimentas, medio de guerrilleros o, simplemente, de chamulas. Y nadie protestó ante sus caras semicubiertas porque lo que importaba eran sus palabras, no su apariencia. Y no les exigieron saco y corbata.
La búsqueda de la paz, que tanta falta nos hace, exige sacrificios, pero en este caso el diálogo a cara cubierta de una parte de los dialogantes no es más que una anécdota que, en rigor, le da sabor al caldo. Tiene su gracia ese anonimato que no oculta nada pero expresa mucho.