DOMINGO Ť 21 Ť ENERO Ť 2001
José agustín Ortiz Pinchetti
Los laberintos del poder... šGulp!
Pocas cosas expresan tan fielmente al viejo sistema político como las instituciones y los espacios barrocos en los que ha operado una urdimbre de leyes contradictorias, incluso 500 reformas constitucionales productos del viejo régimen están aún en pie. También lo está una arquitectura suntuosa, prepotente, laberíntica. Ambos son reflejos genuinos de la monarquía presidencial y sobre todo de un modo de vivir el poder, de soportarlo y de ejercerlo. En estos laberintos han crecido y han vivido la clase burocrática y la mentalidad autoritaria.
Imagínense ustedes a un ciudadano que vivió, creció y se acostumbró a los ámbitos privados de la vida mexicana y que tiene hoy que penetrar en las habitaciones del poder. Quizás ese hombre se atrevería a establecer varias hipótesis para poderse explicar a sí mismo los escenarios que descubre.
1. Los espacios, entre más cercanos estén a la presidencia imperial tenderán a ser más suntuosos. La residencia oficial del gobierno está en el poder virreinal, en la Plaza de la Constitución. Después de su último remozamiento es un edificio esplendente, dotado de una gran dignidad. Sin embargo, aquí no viven los presidentes y sólo despachan por excepción.
Su verdadera sede está en Los Pinos, un complejo de residencias, oficinas, jardines y cuarteles en el bosque de Chapultepec. Será raro el país del primer mundo en que el Poder Ejecutivo tenga un asiento tan fastuoso. Los salones con pisos y lambrines de maderas preciosas, las obras de arte, el mobiliario elegante y la legión de soldados, funcionarios y empleados, computadoras y sistemas de intercomunicación no permiten el menor indicio de austeridad republicana.
2. Los principales espacios públicos son escenarios para la exaltación de la figura presidencial.
Un ejemplo: la Cámara de Diputados la integran 500 legisladores, un cuerpo excesivo en número, pesado, costoso y complejo en el que predominan el protagonismo, los maratones de oratoria, y desalienta el trabajo serio.
El Poder Legislativo apenas a partir de 1997 empezó a ser un contrapeso para el poder presidencial. El teatro político de San Lázaro, construido antes, fue diseñado para exaltar al presidente de la República en sus escasas presentaciones en ese foro. Este se edificó como una plataforma para satisfacer el narcisismo de los presidentes, cuando inauguraban su mandato o cuando rendían su informe ritual el 1o. de septiembre.
3. Cuando existen dudas sobre la legitimidad de las instituciones se compensan con el esplendor de las instalaciones. Tal fue el caso del viejo Instituto Federal Electoral o del primer Tribunal Electoral y de otras instituciones que nacieron para hacernos creer que había democracia en México, todas ubicadas en lejanos suburbios con instalaciones ultramodernas y costosísimas: cuando el IFE todavía era un apéndice del gobierno gozaba del más grande y más lujoso aparato electoral del mundo. Sin embargo, sólo hasta 1994 empezó a funcionar un tanto independientemente. No fue sino hasta las elecciones de 1997 en que produjo resultados creíbles. En el año 2000 completó el proceso y adquirió una credibilidad que esperamos no perderá en el futuro. Es muy significativo que justamente cuando esta institución está alcanzando su madurez democrática, se le recorte sus recursos con bastante dureza.
4. La jerarquía se expresa en lo tortuoso de sus laberintos y sus vías de escape. En Los Pinos las puertas de salida son prácticamente innumerables. También en el Palacio hay puertas secundarias muy discretas. Estoy seguro de que en la Secretaría de Gobernación el licenciado Creel se ha encontrado con un verdadero laberinto secreto, cabinas, pequeñas salas, dormitorios, baños con regaderas, microcorredor, comedor y quizás dos o tres vías de escape.
Sé de buena fuente que el secretario de Gobierno del DF goza también de cierto laberinto. Puede toparse de pronto con una puerta, abrirla y encontrarse con una galería con 64 escritorios sin una alma. En una dimensión modesta este secretario goza de una sala de descanso, un baño con regadera y unas vías para desaparecer: una escalera discreta, un elevador anacrónico que lo conduce a un vasto sótano o a una puerta casi oculta en la fachada lateral del palacio donde despacha.
Es notable el amor de la vieja burocracia por el estilo barroco. Hay un aire de misterio normalmente surrealista siempre en expansión. Por ejemplo, las oficinas del Distrito Federal estaban alojadas hace unos 25 años en unos cuatro edificios, y hoy ocupan cientos, tantos que es difícil hacerles inventario.
Dice el Evangelio que no deben usarse odres viejos para vino nuevo; una nueva vida política, una administración pública más democrática, requerirían de leyes nuevas y espacios distintos, luminosos, sencillos, limpios, austeros.
Probablemente tardará una generación en completarse la revolución cultural y social que impulsa el motor de la democracia. Pero las leyes y los usos del sistema autoritario seguirán pesando por décadas sobre la nueva vida política de México.
jaop@prodigy. net.mx