DOMINGO Ť 21 Ť ENERO Ť 2001

Guillermo Almeyra

Porto Alegre y la utopía posible

El Foro Social Mundial de Porto Alegre plantea un doble desafío. Por un lado, encontrar algunas ideas-fuerza, algunos puntos comunes capaces de canalizar en un poderoso torrente los centenares de pequeñas corrientes y fuentes de ideas que hoy existen en todo el mundo, todas ellas nacidas del imperativo ético y político de oponer una alternativa a las políticas y acciones del capital financiero internacional, pero hasta ahora fundamentalmente puntuales, dispersas en todo el orbe e inconexas. Por el otro, reunir en un centro coordinador, al menos a los estados mayores que impulsan a dichos movimientos. O sea, avanzar hacia la definición clara y comprensible para todo el mundo de algunas etapas y objetivos en la construcción de lo que Bloch llamaba la "utopía posible", aquella que, por el solo hecho de ser planteada, indica que su tiempo teórico ha llegado, aunque aún haya que cambiar las relaciones sociales necesarias para plasmarla en la realidad. También unir manifestaciones diferentes de un mismo espíritu, mantener las diferencias en una unificación, que no puede ser uniformizada so pena de esterilizar al movimiento general que las engloba sin hacerlas desaparecer.

Pienso que en lo que respecta a las ideas programáticas, lo esencial es partir de la noción de que, a escala global, la Revolución Francesa aún no ha cumplido sus metas. O sea que los derechos humanos, la democracia, la ciudadanía, las libertades, son objetivos que todavía hay que conseguir, incluso en los países industrializados, pues el mundo está dominado por una tenue, pero pesadísima y poderosísima oligarquía industrial financiera que decide sobre todo y todos y que amenaza con destruir el planeta y la civilización en su afán de lucro a cualquier costo. La plena igualdad de la mujer; los derechos de todas las minorías étnicas, culturales, sexuales; la autodeterminación para todos, la lucha por la solidaridad, la igualdad, los principios éticos comunes; la construcción desde abajo, por la interacción de las comunidades autónomas, de un Estado democrático, basado en la autogestión, son algunos de los puntos por los que hay que combatir. Otros son: la plena vigencia de los derechos sociales reconocidos por la ONU, pero no aplicados, la cual se logrará luchando por la supresión de los gastos militares, la prohibición de las industrias contaminantes o despilfarradoras de recursos no renovables y también por un fuerte impuesto al capital especulativo, para financiar el desarrollo, en particular de las regiones más pobres del planeta y de cada país. La asignación de los recursos así obtenidos debería ser decidida por los pueblos, que fijarían sus necesidades y prioridades a partir de sendos referendos en sus respectivos territorios. Por supuesto, esto exige luchar contra el peso político del sector castrense, contra la sumisión de los gobiernos a las imposiciones del capital financiero, contra las ideas según las cuales las soluciones deben venir desde arriba, de los salvadores de turno; contra la resignación y el conservadurismo que alientan en muchos países las revoluciones conservadoras que los mismos padecen, con los causantes del desastre en los gobiernos a los que fueron elegidos por mayoría relativa, gracias a la no participación o a la decepción de la mayoría real.

En cuanto a lo organizativo, se podría constituir un pool de organizaciones por regiones, que funcionaran unidas al menos una vez por año en los estados generales mundiales de los trabajadores y los pueblos y sectores oprimidos, para llevar la lucha contra el trabajo infantil y la explotación de las mujeres, por la reducción generalizada de los horarios de trabajo, por la provisión de tierras y recursos de todo tipo para que los campesinos trabajen; por la garantía de un ingreso mínimo social para todos reduciendo los altísimos márgenes de ganancia de los capitalistas para que todos puedan vivir dignamente, y aplicando los aumentos de productividad no a aumentar el lucro de aquéllos, sino a reducir los tiempos de trabajo productivo para que haya más tiempo para la labor creativa y social.

Es evidente que todo esto parece utópico en este desolador panorama social mundial sembrado con los escombros de los derrumbes de las ilusiones. Pero lo que hoy no es aún posible lo será mañana, si se lucha por cambiar la moral y la conciencia de los trabajadores, y al mismo tiempo se combate incansablemente por desenmascarar las falacias de los fundamentalistas del neoliberalismo. Esa es otra tarea: crear un centro mundial de estudios de una alternativa, uniendo los esfuerzos de los intelectuales que aún no colgaron su cerebro, con el sombrero, en la percha del interés privado.